BITÁCORA DE JORDI DOCE. Mis últimos poemarios son En la rueda de las apariciones. Poemas 1990-2019 (Ars Poetica, 2019) y No estábamos allí (Pre-Textos, 2016). Además de traducir la poesía de William Blake, Anne Carson, T.S. Eliot y Charles Simic, entre otros, he publicado los cuadernos Hormigas blancas y Perros en la playa, y los libros de artículos y de crítica Imán y desafío, Curvas de nivel y Las formas disconformes. He reunido mis versiones de poesía en Libro de los otros (Trea, 2018).
viernes, julio 06, 2007
lotófago
martes, junio 26, 2007
posible ecuación
domingo, junio 24, 2007
nueva norma
NUEVA NORMA
Una mañana blanca de Año Nuevo, hielo duro y reciente.
Arriba, entre el ramaje helado, vi una ardilla saltar y deslizarse.
¿Da miedo? Parecía decir, ojeándome
desde lo alto, sosteniendo una rama que se agitaba
con rígido retroceso—¿o es sólo que hoy todo suena equivocado?
Las ramas
tintinearon.
Se limpió sus pequeños y fríos labios con una mano.
¿Temes las mismas cosas que
yo temo? repliqué, levantando los ojos.
Su imperio de ramas resbaló contra el aire.
¿La noche de los garfios?
¿La hoja del operario abierta en la escalera?
No tiene efecto suficiente, dijo mi verdadero amor
cuando me dejó al quinto año.
La ardilla dio otro salto a una rama más baja
y atrapó un colgador de lágrimas.
El modo de aguantar es
dicho esto
tan
claro.
jueves, junio 21, 2007
los nuevos revolucionarios
En una política revolucionaria, distintos grupos dentro de la sociedad tienen opiniones distintas sobre lo que es justo. Cuando así sucede, los conceptos de argumento y compromiso ni se plantean; cada grupo tiende a considerar al otro malvado o demente o las dos cosas a la vez. Toda política revolucionaria es un casus belli en potencia. En una política revolucionaria, un orador no puede convencer a sus oyentes apelando a su razón; puede convertir a algunos despertando y apelando a su conciencia, pero su función principal, ya represente a un grupo revolucionario o contrarrevolucionario, es despertar su pasión hasta el punto de que toda su energía se vuelque en la obtención de la victoria total para su propio bando y la derrota total para sus oponentes. En una política revolucionaria, los fanáticos son esenciales.
Regreso al blog después de no sé cuántos meses con una cita de W.H. Auden, dos párrafos tomados de su ensayo "El poeta y la ciudad". Y lo hago porque pocos comentarios me parecen más ajustados a la estrategia de tierra quemada que nuestra querida derecha política lleva poniendo en práctica desde hace tres años. El PP se ha convertido en un partido revolucionario, una perfecta facción antisistema que busca la obtención del poder a toda costa, sin importar el perjuicio que su actitud pueda causar a los demás. Este comentario puede parecer intempestivo, toda vez que desde hace semanas las aguas parecen haberse serenado un poco. Quizás sea eso lo más peligroso. Han vuelto a ponerse la piel de cordero, pero sabemos (y no deberíamos olvidar) de lo que son capaces cuando las cosas no toman el rumbo que ellos esperan y desean. Recuerdo bien que leí (y traduje) esas líneas de Auden el pasado otoño, cuando las hostilidades estaban en su peor momento, y las aplaudí secretamente por su clarividencia. Muchas veces pensé en colgarlas aquí. Lo hago ahora, cuando parece que mi navegador ha vuelto a recobrar la cordura y a no colgarse, él, en los momentos más inoportunos.
Casi medio año sin escribir en esta bitácora, que ha sufrido las mismas intermitencias que los muchos diarios que he comenzado y abandonado al poco tiempo. De nada sirvieron promesas, seguridades, disculpas tan volátiles como mi ánimo. Los amigos se extrañaban, me lanzaban cordiales reproches, iban perdiendo fe en mi constancia. Esta vez las promesas están de más... Lo prometo.
domingo, febrero 25, 2007
domingo, febrero 18, 2007
bonifacio y un fragmento de john ruskin
Uno de los rasgos (y, en lo que se me alcanza, bastante universal) de los más grandes maestros es que nunca se esperan que veas su trabajo; parecen siempre bastante sorprendidos de que quieras verlo; y no del todo complacidos. Dígale a uno que piensa exhibir su lienzo en un lugar privilegiado de la mesa con motivo de la gran velada que tendrá lugar en su residencia en la ciudad, y que tal o cual ilustre señor le dedicará un discurso; no se inmutará lo más mínimo, ni siquiera de manera desfavorable. Lo más seguro es que le haga llegar lo más miserable que tenga en la carbonera. Pero llámelo a toda prisa y dígale que las ratas han abierto a mordiscos un feo agujero detrás de la puerta de la sala de recibo, y que desea hacer enyesar y pintar la pared; y le hará una obra maestra que el mundo entero, asomándose por detrás de su puerta, querrá admirar eternamente.
John Ruskin, Mornings in FlorenceHe pensado mucho en estas líneas de Ruskin a propósito de la retrospectiva de Bonifacio que alberga el Círculo de Bellas Artes de Madrid (Sala Picasso) hasta el 1 de abril. Una exposición espléndida, comisariada por Juan Manuel Bonet, y que incluye, además de sus grandes paneles, numerosos dibujos y bocetos. Bonifacio responde cabalmente al retrato del pintor esbozado por Ruskin: alguien a quien le impresionan muy poco los fastos de este mundo. Su desmarque es tan genuino como su escepticismo lleno de vitalidad y de indagación visual.
Una de las grandes satisfacciones de nuestro trabajo con la galería de Luis Burgos fue la posibilidad, dentro de la colección "El lotófago", de poner en contacto la pintura de Bonifacio con un largo poema (Himno a la vida) del norteamericano James Schuyler. Dos sensibilidades muy distintas (luciferina y agónica la de aquél, impresionista y elegíaca la del norteamericano) que, sin embargo, en el espacio de unas pocas páginas, lograron complementarse sin fisuras.
[en thames walk...]
En Thames Walk, las gaviotas saqueaban el fango bajo una luz metálica, o vestían el aire, ingrávidas, girando sobre el puente de Hammersmith como enormes esporas. Venían de muy lejos, con la marea baja y el olor del salitre, y se instalaban entre restos de plástico, charcos de aceite y leños andrajosos, la basura procaz de los bajíos. Allí, junto al breve jardín del tiempo compartido, la brisa del Atlántico mordía las maderas y el cemento, velaba la otra orilla donde a veces, a media tarde, un sol desafiante hacía relumbrar los descampados. Era el Londres de Blake, con sus calles censadas y sus fraguas satánicas, la niebla parda de la irrealidad, el río abandonado por sus ninfas, el cielo donde torres de ladrillo ondeaban su fuego seco. Nada era nuestro entonces, sólo aquellas conversaciones, la fresca letanía de agravios y cansancios junto al pretil solícito, el peso muerto de la expectativa caminando sin prisa a nuestro lado. Trama de herrumbres prematuras, el tiempo era un espejo en cuyo azogue plantábamos palabras impacientes, semillas de palabras que pudieran un día suplantarnos. Ahora sé que el deseo de ser oscurecía el ser, que la sangre no fluye a voluntad; hurtarnos al presente era una forma de inventar otro nuevo, de alzar con negaciones la quimera del sí, la casa en espejismo de la consumación. Se adensaba en los muros la penumbra inconsútil de la tarde y nosotros hablábamos, hablábamos, llevados de la mano de la urgencia, escrutando las aguas donde un rostro borrado nos llamaba... Una vez, en la orilla, vimos brillar la cola de una rata. Al tenue resplandor de las farolas, su negrura coriácea restalló ante nosotros como un látigo. Vislumbramos luego el pelaje, la blandura grasienta de su lomo, sus bruscos movimientos de reptil ofuscado. Regresaba a su hogar, como nosotros, bajo la tenue luz de las farolas, soldado en su trinchera de despojos, señal de algún augurio que no supimos descifrar. ¿De qué tenía miedo? ¿De la noche incipiente? ¿De la voz que calló de pronto al atisbarla, vencida por la intriga? El aire pensativo, con el terco espesor de las horas sin rumbo, se engastaba en la piel como una especia, borrando el crepitar de nuestros nombres. Invisibles a todo, sólo el vapor del río supo ofrecernos algo semejante a un cuerpo. Obedientes al aguijón del frío, respiramos su aliento alquitranado hasta formar con él un nuevo rostro, hecho de espera y de esperanza, y otra vez fuimos vulnerables.
(Escrito en el otoño de 2004, con el recuerdo de aquellas tardes de domingo en el barrio de Fulham, en casa de mis buenos amigos Cristina Fumagalli y Jon Dean. Si no hubiera sido por su hospitalidad, qué mal hubiera conocido Londres entonces. Estas líneas no son más que un fuerte abrazo nostálgico desde un Madrid casi tan gris, aunque mucho menos frío.)
jueves, febrero 15, 2007
nuevo número de 7de7
Sirvan esta nota y el poema de la canadiense Anne Carson que subí ayer para reactivar una bitácora que llevaba demasiadas semanas hibernando. No se puede tener la cabeza en demasiadas cosas a la vez; al final simplemente te quedas sin ella. Prometo ser más constante en el futuro.
miércoles, febrero 14, 2007
anne carson / «audabon»
AUDUBON
Audubon perfeccionó un nuevo método para dibujar pájaros
[que declaró suyo.
Al pie de cada acuarela escribía «tomado del natural»
lo que significaba que abatía los pájaros
y se los llevaba a casa para disecarlos y pintarlos.
Dado que odiaba las formas inmutables
de la taxidermia tradicional
construía armaduras flexibles de madera y alambre
sobre las que disponía la piel y las plumas del pájaro
–o en ocasiones
pájaros totalmente destripados–
en poses animadas.
No sólo el armazón de alambre era nuevo, sino también la iluminación.
Los colores de Audubon se sumergen en tu retina
como un reflector
rastreando el cerebro de arriba abajo
hasta que apartas la mirada.
Y acabas apartándola.
No hay nada que ver.
Puedes pasarte el día mirando estas formas verdaderas
[y no ver el pájaro.
Audubon concibe la luz como una ausencia de oscuridad,
la verdad como una ausencia de desconocimiento.
Es lo contrario a un día apacible en Hokusai.
Imaginemos que Hokusai hubiera abatido y rearmado 219 leones
y luego hubiera prohibido a su propio pincel pintar la sombra.
«Somos lo que logramos hacer de nosotros mismos», declaró a su esposa
durante su cortejo.
En los salones de París y Edimburgo
donde recaló para vender su nuevo estilo
este francés nacido en Haití
se hizo iluminar
como un noble rústico americano
desplegado en las poses esplendentes del Gran Naturalista.
Le amaban
por el «frenesí y el éxtasis»
de la genuina realidad americana, especialmente
en la segunda (y más barata) edición en octavo (Birds of America, 1844).
Anne Carson
Traduccion de J. D.