Hay cosas que no cambian. En abril de 1962 William Carlos Williams tiene setenta y nueve años y cuarenta libros de poemas a sus espaldas. Ha sufrido varios ataques coronarios y le cuesta hablar y caminar, y sin embargo recibe repetidamente a Stanley Koehler, un entrevistador de The Paris Review, para hablar de sus cosas. El propio Koehler, en la nota introductoria de la entrevista, dice que «no puedo sino mencionar el inmenso esfuerzo del poeta por encontrar y pronunciar las palabras». Así, en el transcurso de la primera sesión, mientras Williams responde con frases entrecortadas a las preguntas de su entrevistador, suena el timbre de la casa y el poeta se levanta trabajosamente para atender la llamada. Cuando regresa, Koehler le pregunta: «¿Me decía que tenía la esperanza de que fuera el nuevo libro?» A lo que Williams, quejoso, responde: «Sí. Estoy profundamente decepcionado. Pero así ha sido siempre en mi caso… la sangre de la vida se escapa de mi cuerpo. Laughlin [su editor] ha sido un amigo maravilloso, pero todo es tan horriblemente lento!».
Sólo por esta confesión, este nerviosismo del poeta anciano esperando su nuevo libro como si fuera un debutante, vale la pena la entrevista. Creo que nada me ha hecho más gracia, y hay cosas muy divertidas en ella, como las apostillas vagamente irónicas de su mujer a las respuestas del poeta, o viceversa… Ese diálogo tácito entre los dos, lleno de sobreentendidos y paciencia y tiempo en común, vivido a fondo.
Muchas gracias por compartir esta pequeña confesión tan cargada de significados.
ResponderEliminarSAludos
Gracias a ti por tu lectura, Regina. Abrazo, J12
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