Se rompió la cabeza al caerse de un superlativo.
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Un país donde cada cual envejece conforme al número de palabras que pronuncia. Un país donde parlotear sin juicio es una forma de suicidio.
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Esgrimen bien alto su jerga y entrechocan tecnicismos: están de acuerdo antes de completar las presentaciones.
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Fue abrir su libro y verle haciendo equilibrismo entre líneas.
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Quema etapas. Escribe con tinta hecha de esa ceniza.
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Aquella calle colgaba de sus acacias.
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Palabras que blanden una antorcha encendida y muestran el camino a seguir. Las demás se amontonan inquietas, llenas de nerviosismo, echando a codazos al autor.
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Se descubre dentro del lienzo. Pinta para buscar una salida.
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Tiene ojos como peines, sí, pero se pasa los días limpiándolos de cabellos muertos.
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No cejar en la escucha, escuchar con tal intensidad que por fin alguien, cualquiera, se sienta obligado a hablar.
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Aquellos a los que el tiempo disgrega. Aquellos a los que el tiempo da brillo. Aquellos a los que pudre por dentro.
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No logro dar conmigo. Vivo en los lugares a los que no puedo ir.
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Es cierto que nos gusta vivir en lugares adonde nunca iremos, y además los hacemos nuestros, nos cuesta abandonarlos.
ResponderEliminarSaludos
Son más nuestros, a veces, que los reales. Gracias por todo, y saludos, J12
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