Uno de los textos más divertidos y sugerentes sobre traducción poética que he leído nunca es esta breve pieza en cinco partes que su autor, el poeta norteamericano Mark Strand (aunque nacido en Prince Edward Island, Canadá, en 1934), incluyó originalmente en su libro de poemas The Continuous Life (1990; La vida continua). Once años después, en 2001, volvió a ver la luz dentro de un compendio de ensayos titulado The Weather of Words (Alfred A. Knopf, 2001; El clima de las palabras). El texto (¿poema? ¿ensayo?) habla por sí solo y no requiere glosa o comentario. Es irónico, es ameno, y en sus cinco partes Strand desmonta con frescura y rotundidad algunos tópicos sobre el tema, además de rendir un sentido homenaje a Borges. ¿Qué más se puede pedir?
Traducción
I
Hace algunos meses, mi hijo de cuatro años me dio un sobresalto. Se había agachado y estaba limpiándome los zapatos cuando alzó los ojos y dijo: «Mis traducciones de Palazzeschi no van por buen camino».
Retiré el pie de inmediato: «¿Tus traducciones? Ignoraba que supieras traducir».
«No me has prestado mucha atención últimamente –respondió–. He tenido grandes dificultades a la hora de decidir cómo quiero que suenen mis traducciones. Cuanto más atentamente las miro, menos seguro estoy de cómo han de ser leídas o comprendidas. Y, dado que soy un poeta incipiente, cuanto más se parezcan a mis propios poemas, menos probable es que tengan alguna calidad. Trabajo sin cesar, haciendo infinidad de cambios, con la esperanza de llegar por algún milagro a la versión adecuada en un inglés que no soy capaz de imaginar. Ha sido duro, papá.»
La visión de mi hijo bregando con Palazzeschi hizo que me saltaran las lágrimas. «Hijo mío –dije–, deberías traducir a un poeta joven, alguien de tu edad, que no haya escrito buenos poemas. De este modo, si tus traducciones son malas, no tendrá importancia.»
II
La maestra de mi hijo en la guardería vino a verme. «No sé alemán», dijo, mientras se desabrochaba la blusa y el sujetador y los dejaba caer al suelo. «Pero siento la necesidad de traducir a Rilke. Ninguna de las traducciones que he leído me parece buena. Si las combinara todas, estoy segura de que podría conseguir algo mejor.» Se bajó la falda. «He leído que Rilke es una especie de Gerald Manley Hopkins en alemán, así que tendré El naufragio del Deutschland a mano. Algo me tiene que influir, a la fuerza. No sé bien qué poemas traduciré, pero me inclino por las Elegías de Duino, pues se parecen más a mis propios poemas. Por supuesto, asistiré a clases de alemán mientras trabaje.» Se quitó las medias. «Bien –preguntó–, ¿qué te parece?»
«Eres una de esas personas –dije–, que piensa que la traducción es una lectura, no del texto original, sino de todas las demás traducciones que están a su alcance. ¿Por qué gastar dinero en clases de alemán si tu traducción se nutre en realidad de traducciones ya publicadas?» Luego, mientras extendía la mano para espantar una mosca de su cabello, proseguí: «Tu estrategia es la del editor: corriges la traducción de otro hasta que suena como tú quieres, sorteando la etapa más importante en la conversión de un poema en otro: el estadio inicial que cifra la originalidad de tu lectura y que consiste en encontrar equivalentes aproximados. Incluso si trabajas con alguien que sepa alemán, no serás más que el editor de esa persona, pues será ella quien dé el primer paso, y, por mucho que racionalice su elección, la habrá hecho de forma intuitiva o automática».
«¿Me estás diciendo que no debería traducir?», dijo ella.
III
«¿Qué sucede?», le dije al marido de la maestra de la guardería.
«He decidido no dedicarme a la traducción a fin de salvar mi matrimonio –dijo–. Había pensado en traducir los poemas de Jorge de Lima, pero no sabía cómo.» Se secó la humedad del labio superior con un pañuelo de papel arrugado. «Pensé que tal vez una traducción debía sonar como una traducción, de modo que el lector supiera que aquello que estaba leyendo tenía una vida anterior en otra lengua y no había sido concebido en inglés. Pero no era capaz de escribir en un estilo que hiciera pensar al lector que lo que estaba leyendo era mejor cuando aún no había pasado por mis manos. Dignificar el poema a costa de la traducción me parece un procedimiento tan perverso como borrar el original con una traducción. No sólo eso», dijo, mientras secaba mi labio superior con el pañuelo, y me acariciaba la mejilla con el dorso de su mano, «sino que si el idioma poético dominante de una época determina cómo ha de traducirse un poema (y en general es así), también ha determinar qué poemas deberían ser traducidos. Es decir, en un periodo dominado por un estilo coloquial y de bajos vuelos, las formulaciones barrocas y exhibicionistas no están bien vistas. Así pues, ¿qué debería hacer un traductor? ¿Debería adoptar un estilo antiguo? ¿O ello resultaría en una parodia de la vitalidad, candor y naturalidad del original? Aunque Jorge de Lima es un poeta del siglo veinte, su variedad de modernismo está pasada de moda y no encaja bien con la poesía que se escribe hoy en día. Hasta donde se me alcanza, con sus poemas no se puede hacer nada.» Y acto seguido echó a andar por la calle hasta esfumarse.
IV
Para huir de este parloteo incesante sobre traducción, me fui a acampar solo en el sur de Utah. Estaba a punto de encender la hoguera cuando un hombre desnudo de cintura para arriba salió de la tienda vecina, se incorporó, y comenzó a cortarse las uñas. «Usted no sabe quién soy –dijo–, pero yo sí sé quién es usted.»
«¿Quién es usted?», pregunté.
«Me llamo Bob –dijo–. He pasado los veinte primeros años de mi vida en Pôrto Velho y creo que Manuel Bandeira es el gran poeta desconocido del siglo veinte. Desconocido, claro está, en el mundo de habla inglesa. Quiero traducirle.» Luego entrecerró los ojos. «Enseño portugués en la Universidad del Sur de Utah; el portugués es una lengua muy necesaria ya que pocas personas saben que existe. Esto no le va a gustar, pero la poesía norteamericana contemporánea no me interesa y no veo por qué esta circunstancia debería impedirme traducir poemas. Siempre puedo conseguir que uno de los poetas locales le eche un vistazo a lo que he hecho. Para mí, lo que importa es el significado.»
Aturdido por sus cejas perfiladas y su fino bigote, le respondí en un tono algo injusto: «Ustedes, los profesores de lengua, son todos iguales. Poseen un conocimiento de la lengua original y tal vez cierto conocimiento del inglés, pero eso es todo. Lo más probable es que sus traducciones sean versiones literales sin resonancia ni personalidad poéticas. Ustedes son los primeros en declarar la imposibilidad de traducir, pero menosprecian cualquier intento de reducir esa dificultad.» Y acto seguido guardé mis cosas, deshice la tienda y regresé a Salt Lake City.
V
Estaba en la bañera cuando Jorge Luis Borges tropezó con la puerta. «Tenga cuidado, Borges –grité–. El suelo es resbaladizo y usted está ciego.» Luego, mientras me enjabonaba el pecho, le dije: «Borges, ¿alguna vez se ha parado a pensar en lo que supone en una afirmación como ‘Traduzco a Apollinaire al inglés’ o ‘Traduzco a De la Mare al francés’? ¿Es decir, que tomamos la obra fuertemente idiosincrásica de un individuo y la vertemos a una lengua que pertenece a todos y a nadie, un sistema de significados tan general que permite no sólo malentendidos sino que se ponga en duda la posibilidad misma de permitir algo más?»
«Sí», me dijo, con aire resignado.
«¿Entonces no piensa –le dije– que es mejor dejar la traducción de poesía a aquellos poetas que sean dueños de un inglés que ellos mismos se han forjado, y que los profesores de lengua, que se sienten responsables de la lengua no en sus alteraciones sino en su totalidad monolítica, son los peores traductores? ¿No sería mejor concebir la traducción como una transacción entre idiomas individuales, entre, digamos, el italiano de D’Annunzio y el inglés de Auden? Si lo hiciéramos, podríamos acabar con esas discusiones irrelevantes sobre quién ha hecho una traducción correcta y quién no.»
«Sí», dijo. Parecía entusiasmarse.
«Digamos, pues –le dije–, que si la traducción es una suerte de lectura, la asunción o transformación de un idioma personal en otro, ¿no sería posible entonces traducir una obra escrita en la propia lengua de uno? ¿No sería posible traducir a Wordsworth o Shelley a Strand?»
«Descubrirá usted –dijo Borges– que Wordsworth se niega a ser traducido. Es usted quien debe ser traducido, quien debe convertirse, por mucho tiempo que le lleve, en el autor de El Preludio. Esto fue lo que le sucedió a Pierre Menard cuando tradujo a Cervantes. Él no quería componer otro Quijote (lo que sería fácil), sino el Quijote. Su admirable ambición era producir páginas que coincidieran –palabra por palabra y línea por línea– con las de Miguel de Cervantes. El método inicial que concibió era relativamente sencillo: aprender bien el español, abrazar de nuevo la fe católica, guerrear con los moros y los turcos, olvidar la historia europea entre 1602 y 1918, y ser Miguel de Cervantes. Componer el Quijote a comienzos del siglo diecisiete era una empresa razonable y necesaria, tal vez inevitable; a comienzos del veinte era casi imposible.»
«No casi –le dije–, sino totalmente imposible, pues a fin de traducir uno debe dejar de ser.» Cerré los ojos un segundo y me di cuenta de que, si dejaba de ser, nunca podría saberlo. «Borges…» Estaba a punto de decirle que la fuerza de un estilo debía medirse por su resistencia a ser traducido. «Borges…» Pero cuando abrí los ojos, él y el texto al que había sido llamado llegaron a su término.
Jordi, estupenda traducción de un texto hilarante, la verdad. El otro día me topé en una librería con un libro de Strand sobre Hopper. Había leido algunos poemas suyos, creo, hace tiempo, pero este texto sobre traducción es estupendo, porque introduce las cuestiones que a l@s traductores-as nos preocupan en un contexto de ficción. Magnífico.
ResponderEliminarMario
Decididamente extraordinario, Jordi. Gracias por los tesoros que nos entregas con tanta puntualidad como acierto. El tuyo es uno de los pocos blogs que merecen la pena ser abiertos todos los días. Y en cuanto a la traducción de poesía, lo que pienso al respecto se resume diciendo que aprendimos en la escuela que la fe es creer en lo que no se ve, y luego, gracias a la CNN hemos aprendido, en las dos dizque guerras del Golfo, que la fe es creer en lo que sí se ve; y la traducción no sería otra cosa que la suma de ambas fes: creer en lo que no se ve a través de lo que sí se ve. La consecuencia es que al igual que los paquetes de cigarrillos ostentan todos una lapidaria sentencia según la cuál "el fumar daña gravemente la salud", la mayoría de los libros de poesía vertidos a cualquier idioma deberían cargar una banderola en la que se leyese que "la traducción daña seriamente el original". Pero hasta ahora, contigo, Jordi. no es el caso. Gracias también por ello.
ResponderEliminarY tanto, Jordi: divertido y sugerente. No sé si agota (supongo que no) las inquietudes y los trabajos del traductor, pero retrata de forma tan eficaz algunas turbulencias, que constituye todo un pequeño tratado escénico sobre arte tan difícil. Difícil, sin duda, pero no tanto como para que, cuando se sintonizan los dos mundos en liza de forma tan fluida y lograda como tú haces con este texto, no sintamos que la confusión de Babel no fue en todos los sentidos una desgracia: también abrió la posibilidad de que algunos logros de la expresión brillen dos veces. Chapeau! (que aprovecho para extender, ahora por fin con conocimiento de causa, a tu ya imprescindible versión de Blake, ese Ver un mundo en un grano de arena, que disfruto a pequeños sorbos con asombro y alegría, y que debería ser, en mi opinión, un firme candidato al próximo PN de la especialidad...) Un abrazo.
ResponderEliminarAlfredo Ramos
Gracias a los tres por vuestras amables palabras. Strand es un gran poeta, no dejéis de buscar las dos ediciones de su obra que corren todavía por las librerías españolas.
ResponderEliminarPor lo demás, entiendo vuestras exageraciones como una expresión de la amistad... y como una forma de seguir dando ánimos. Abrazo grande, J12
En verdad es muy bueno este texto que usted nos ha hecho el favor de traducir; me da luz para un pequeño, y algo discontinuo, debate que traemos en Facebook algunos conocidos mios, sobre poemas y traducciones; me tomo la libertad de vincularlo y copiarlo, por supuesto que con los créditos correspondientes; no desaprovecho la oportunidad de agradecerle sus trabajos, usted es de mis traductores favoritos. Saludos.
ResponderEliminarMarco Antonio Gonzales
Desde que leí esta estupenda entrada, no he dejado de pensar en un ensayo aparecido el libro "Una biografía de la lluvia", titulado "El misterioso oficio del traductor" (al menos creo que ese era su nombre, no lo recuerdo con exactitud), de mi admirado Santiago Kovadloff, ensayista, poeta, filósofo y enorme traductor de la obra de Fernando Pessoa.
ResponderEliminarEn cuanto acceda a aquel texto (he prestado el libro no sé a quién, y actualmente es prácticamente inhallable), comparto algunos fantásticos párrafos contigo y tus lectores, como muestra de humildísimo agradecimiento ante tanta maravilla que nos ofreces diariamente.
Siempre desde Córdoba, Argentina,
Gabriela.
Hazlo sin falta, querida Casioppea. No conozco el libro de Sergio Kovadloff, aunque creo haberme cruzado con su nombre aquí y allá. No dejes de copiarnos párrafos de ese libro cuando puedas. Y mil gracias, una vez más, a ti por tu lectura y tu complicidad. Abrazo, J12
ResponderEliminarHola, Jordi & co.
ResponderEliminarLoable la idea de dar a conocer el texto de Strand a quien no lea le lengua del imperio. Pero no me queda otra que reseñar algunas fallas.
Así: “pudieras traducir” debe decir “supieras traducir”. Can es un auxiliar, vale incluso decir “no sabía que tradujeras”.
Más abajo, “”no soy capaz de imaginar” se dice en español “no consigo imaginar”
Donde dice “muy buena” debe decir “buena del todo” o algo similar.
Me salto el hecho de que los diálogos no están dispuestos según el uso en español. Paso a “tenía una vida anterior”. No. Debe decir “tiene”. Cuidado con esos pretéritos que en español son presentes. Igual con “había sido”. Debe decir “ha siso”.
Donde dice “están bien vistas” debe decir “son de recibo”. Todos los siglos veinte, siglo xx, por favor. “Encaja bien con”, mejor “casa con”.
Al comienzo de IV, “incesante sobre traducción”, “incesante sobre la traducción”. Es que, si no, hablamos en sioux, que es una bella lengua. El circunflejo de Pôrto me hace pensar que la traducción se ha hecho pisando texto. Mas adelante, “deshize” es aberrante, en castellano creo que es deshice, pero ya no sé si lo deshice. Los profesores de lengua, que aparecen varias veces, son profesores de inglés. O profesores de lenguas extranjeras. Donde dice reducir, mejor limar.
La interrogación del final del primer párrafo del bloque V es una chapucilla. Yo diría: Es decir: ¿se da cuenta de que tomamos…
Y en medio de la misma, patada en el hígado del español. Donde dice brutalmente
un sistema de significados lo bastante general como para permitir no sólo malentendidos sino que se ponga
prueba a decir
un sistema de significados tan general que permita no sólo malentendidos sino que además pone
y a ver qué tal.
¿Parecía entusiasmarse el bueno de Borges… durante horas en el cuarto de baño de Mark Strand? No. Di que pareció entusiasmarse. Luego, Wordsworth se niega a ser traducido. No. Wordsworth rechaza cualquier intento de traducción, aunque esto es discutible, pero es lo que dice Strand; digo que es discutible porque cualquier día nos darás «La abadía de Tintern» impoluta.
Sobre la última intervención dialogada, ese “No casi”, casi me callo, Jordi, pero intenta “oírlo”, en vez de leerlo, y verás que “no”.
Al final, que no lo último: leeré tu traducción del textículo jocoso de Strand en una intervención que tengo, a mi pesar, próximamente. Y diré que es tuya, como es natural.
Un abrazo agradecido, pero con el afán de que apretemos más y mejor.
MML
Y que me perdones, espero
Gracias, MML, aunque, ¿soy yo, o detecto cierta inquina condescendiente en tu comentario? Está bien señalar errores (y erratas), te agradezco el detalle, y he aprovechado para corregir alguna cosa que me comentas. Otro asunto son los comentarios al margen, que destilan bastante mala baba. Pero, en fin, paso de puntillas sobre esto último, asumo mis culpas y corrijo esos detalles.
ResponderEliminarPorto Velho es una ciudad brasileña, no sé si quieres que traduzca el nombre. Puedes hablar de "traducción", o de "la traducción" de un autor concreto (y eso no es hablar "sioux", hombre, "estoy harto de vuestras discusiones sobre política"). Y podemos discutir eternamente sobre si un pretérito inglés merece un imperfecto o un indefinido en español. A mí me gusta decir (o escribir) siglo veinte... Cosas de matiz.
Por lo demás, si vas a citar el texto de Strand, cítale a él, que es el autor y quien merece ser citado. Saludos, J12
"Sobre el goce de traducir poco y nada he leído. Mucho, en cambio, sobre los riesgos a que se expone quien lo intenta, los infortunios que acarrea al traducido o la indigencia en la que fatalmente naufragan los resultados del traductor. No obstante, en traducir se insiste y con razón. (...)Al fin de cuentas y puesto que traducir es un arte, resulta lógico que en su ejercicio no sobreabunden los agraciados. Un arte y, claro está, labor de altísima artesanía. (...) Es mi convicción, nada original por otra parte, que la piedra de toque en el logro de una versión afortunada no es otra que el amor por lo que se traduce. De modo que no vierte bien quien conoce sino quien ama lo que conoce y de divulgarlo se alegra tanto o más que si de cosecha propia se tratara. Así también lo entiende Axel Gasquet: '¿Qué encontramos en una traducción si la despojamos de una mera decisión administrativa o editorial? Un gesto de amor y entrega, de don que se prodiga sin esperar devolución. El traductor literario (y aquí incluyo no sólo la narrativa, sino la poesía, el ensayo, la filosofía) trabaja por evidente simpatía con una obra, trabaja por 'afinidades electivas' con tal o cual original, con ése o con aquel otro autor. (...) Porque se traduce lo que se hubiera querido escribir.'
ResponderEliminar"No conviene, a mi parecer, traducir sino de los idiomas que habitaron nuestras vidas. Quiero decir que no basta con saberlos. Lo esencial es haber sido o ser en ellos. Las lenguas en las que hemos sucedido, aquellas en las que el tiempo se nos brindó con sus goces y sus penas, y en las que expresarnos fue para nosotros vitalmente decisivo, son las que, cuando hay vocación literaria, mejor dotados nos encuentran para encarar su traducción"
"La emoción de traducir", del libro "Una biografía de la lluvia", de Santiago Kovadloff.
Este es sólo un fragmento de un bello texto de Kovadloff, que comparto contigo y los tuyos, ahora que (finalmente!) recuperé mi libro.
Ojalá lo disfruten!
Gabriela.
P.D. Permitime, aunque no necesites defensa, asumirme como la abogada que soy, y decirle a "MML" que su comentario (por llamarlo de algún modo), ha resultado absolutamente desgraciado, tanto en su contenido cuanto en su expresión, y que coincido contigo en que destila "mala leche" (que es así como llamamos a tu "mala baba" en Argentina), y que para la "intervención que tiene, a su pesar, próximamente", se moleste en efectuar su propia y perfecta traducción, no apelando a los fines de su comodidad a la tuya, a la que párrafos más arriba considerara defectuosa.
Mis respetos de siempre,
g.
Continúa Kovadloff: "El esfuerzo que demanda el discernimiento de los mejores criterios para traducir a un maestro del idioma, lejos de descorazonarme, me entusiasma y me invita al trabajo lento, minucioso y ajustado, con la misma resolución con que otros se lanzan a navegar en aguas turbulentas o a escalar cumbres escabrosas. La paciencia cumple aquí, al igual que en la escritura, un papel invalorable. Algo del buen viñatero o del sembrador templado por su oficio se juega en todo esto. No me extraña, por eso, que la palabra poesía haya estado estrechamente unida, en el griego primitivo a la noción de la tierra que se trabaja.
ResponderEliminarInterrogo una línea, pondero un verso, exploro sin apuro los matices de un término, sometiendo sus propiedades a una consideración que sólo estimo suficiente cuando, a fuerza de prolongarla, me deja extenuado. Busco debilitar las resistencias del original meidante avances sucesivos, entrándole al texto por distintos flancos, más que en una arremetida única, general e indiscriminada. Pero no todo lo recaudado resulta de la premeditación y la estrategia. Con frecuencia me he visto sorprendido por propuestas inesperadas y rebosantes de inspiración. Aún así, no se me escapa que las ocurrencias y los hallazgos súbitos sólo premian con creces la convivencia demorada y atenta con los enigmas de la obra, sólo coronan la búsqueda tenaz y a veces obstinada de la mejor solución."
Como verás -y has padecido en alguna otra ocasión- suelo excederme en mis "buenas intenciones"......prometo que me llamo a retiro por unos días!!!!
Saludos desde una tórrida Córdoba argentina,
Gabriela.
Lamento haber herido sensibilidades por el tono de mi intervención. No hubo inquina ni condescendencia. Es lo malo que tiene la lengua escrita, en la que no se ve el gesto con que se hace un comentario. De veras lamento haber molestado, hice mis propuestas de corrección con la mejor intención.
ResponderEliminarUn saludo muy cordial a todos,
MML
Estoy leyendo las traducciones de Dámaso López García en Visor, de "Blizzard of One " y "Man and camel ", y al principio creí que no me gustaba Strand, había muchas imágenes inconexas, hasta que me puse a leerlo en inglés y descubrí la perfección sintáctica de su lenguaje y el carácter simbólico que va adquiriendo la anécdota a lo largo de sus poemas. Pero el traductor de Visor no parece haberlo comprendido. La traducción de "Error " parece una burla de su título. Estoy traduciendo algunos poemas de Strand para no ofender su belleza. Me puse a investigar y encontré buenas traducciones de Galeano, un traductor colombiano. Me gustaría saber si has traducido algún libro de Strand, tú o Andreu Jaume, porque sois mis traductores preferidos. Gracias.
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