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(bosquejo hecho cerca de la casa del artista en Brantwood, Coniston Water,
en el distrito de los Lagos; cortesía del Museo Británico).
Mientras consideraba estos asuntos, un día, en la carretera de Norwood, reparé en un poco de hiedra en torno a un tallo de espino, que se me antojó, incluso a la luz de mi juicio crítico, bastante bien «compuesto»; y procedí a hacer un dibujo a lápiz y carboncillo en las páginas grises de mi cuaderno, con cuidado, como si hubiera sido un trozo de escultura, y a medida que lo dibujaba más me iba gustando. Cuando lo terminé, vi que había perdido virtualmente el tiempo desde mis doce años, porque nadie me había enseñado a dibujar lo que tenía ante los ojos. Quiero decir que se me había ido el tiempo entregado al dibujo como una de las bellas artes; por supuesto, guardaba un registro de lugares concretos, pero jamás había visto la belleza de nada, ni siquiera de una piedra, ¡y qué decir de una hoja!
[A menudo, cuando alguien me pregunta por qué insisto en traducir ciertos poemas, aun a sabiendas de que la traducción nunca estará medianamente a la altura del original, quisiera citarle entero este fragmento de John Ruskin. La correspondencia es obvia. Ese Ruskin que dibuja un poco de hiedra sobre un tallo de espino mientras discurre que «nadie [le] había enseñado a dibujar lo que tenía ante los ojos» es el espejo donde se miran quienes -yo entre ellos- piensan o intuyen que sólo empezaron de verdad a leer poesía cuando arrancaron a traducirla.]
[A menudo, cuando alguien me pregunta por qué insisto en traducir ciertos poemas, aun a sabiendas de que la traducción nunca estará medianamente a la altura del original, quisiera citarle entero este fragmento de John Ruskin. La correspondencia es obvia. Ese Ruskin que dibuja un poco de hiedra sobre un tallo de espino mientras discurre que «nadie [le] había enseñado a dibujar lo que tenía ante los ojos» es el espejo donde se miran quienes -yo entre ellos- piensan o intuyen que sólo empezaron de verdad a leer poesía cuando arrancaron a traducirla.]
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Es extraordinario el fragmento escogido de Ruskin y su estudio de la hiedra. Esa superoposición de las miradas y las artes: pintar hiedra que crece alrededor de un tronco de espino "como si fuese un trozo de escultura". Es genial. Me ha recordado las notas de los cuadernos de campo de mi apreciado Zobel.
ResponderEliminarJordi, veo que anuncias tu próximo libro. Nada menos que ensayos sobre Eliot y Auden. Enhorabuena. Espero con impaciencia leerlos.
Gracias mil y una, Jordi, por este fragmento en verdad extraordinario de Ruskin, el hombre que no tuvo trato carnal con su esposa porque la noche de bodas descubrió entre sus ingles una mata de vello que le faltaba a las estatuas griegas. Bromas aparte (aunque lo que te digo parece ser cierto), su reflexión es un completo acierto, así como tu traducción, y el corolario que extraes de ella. Vale.
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