«Sea Change» [Mar cambiante] es el poema inaugural del último libro de Jorie Graham (Italia, 1950) hasta la fecha, titulado igualmente Sea Change (Ecco Press, 2008). Un libro de poemas extensos y dilatados, escritos en una especie de versículo de su invención que combina la línea extensa con un puñado de versos cortos, tabulados hacia el margen derecho de la caja, que marcan un cambio de ritmo, un entrecortarse casi de la respiración. El discurso se frena y se acelera a intervalos más o menos regulares, como si llevara en sí el germen de la duda, de las preguntas que lo ponen en cuestión. Todo el libro parte de esta imagen del mar cambiante, de las transformaciones que sufre nuestro planeta, para reflexionar sobre el mundo natural y nuestro lugar en él, la deriva hacia otro modelo de vida, el casi inevitable desastre ecológico al que estamos abocados. Como ha escrito hace poco el crítico Garth Greenwell, «muchos de los poemas de Mar cambiante y de la obra de Graham en general [son] mayormente penitenciales, la historia de un fracaso tanto personal como social». Algo de eso había en el otro poema de Graham que colgué en la bitácora, «Plegaria», pero aquí la implicación del hablante es nítida desde los primeros versos, y explícita también su desazón, la conciencia de saber que algo irrestañable está ocurriendo y de que no hacemos nada para evitarlo, o de que quizás es tarde para hacerlo.
Publiqué mi traducción de este poema en el número de abril de Revista de Occidente, y ahora la cuelgo en esta bitácora después de adaptar a su formato las tabulaciones del original, que tan sugestivas resultan visualmente. Lo más difícil y también lo más vital, porque pertenece a la sustancia misma del poema, a su extraño poder, ha sido rehacer sin merma la inventiva lingüística de Graham: sus neologismos (indrifting, chorusing, in-clingings…), violencias sintácticas, súbitos encabalgamientos… Una poesía, la de Graham, que bebe de los mejores y más altos (de Eliot a Bishop, de David Jones a Robert Duncan), pero que exhibe una voz absolutamente personal, inconfundible, llena de riquezas y atrevimientos que algunos han leído como exceso de ambición pero que a mí, al menos, me parecen de lo más saludable. Quizá porque la raíz de esta poesía, por debajo de sus barnices silogísticos y su profusión discursiva, sigue siendo el asombro. Asombro ante la pujanza, la intensidad, la presencia innegociable del mundo físico. No en vano el poema arranca de una sencilla constatación: «un viento más intenso del que nadie esperaba. Más intento que nunca…». Más intensas, también, sus palabras, a la altura de lo que registran o quieren recrear.
El original, aquí.
Un día: un viento más intenso del que nadie esperaba. Más intenso que
mar cambiante
nunca en la historia de tales
registros. Anti-
natural dicen las noticias. También el cuerpo lo dice. Qué parte del cuerpo… Miro
hacia abajo, puedo
sentirlo, sí, no sé
dónde. Anegándonos, también,
haciendo de los campos, de los árboles, un elenco de personajes
en un drama
innegociable, predeterminado, férrea penumbra de la luz declinante, todo a la vez deshaciéndo-
se a sí mismo. También sostenido, como un odio
en pensamiento, o una vanidad que desciende sobre nosotros
desde ningún lugar & nos
hace sentir el agravio en la fidelidad a una
idea. Todo imprevisible y excitado como las
mañanas de un futuro ignoto. Quién habrá de reparar esto ahora. Y cómo el futuro
cobra forma
con demasiada rapidez. Lo permanente retrocede. No deja
nada en forma de
rastros, el aire los deshace, la hierba brota a cada instante, vida trastornando vida &
alborotándose a nuestro alrededor, como un confinamiento
que hubiera enloquecido, desdibujando la sensación
de nuestro estado
de ser. Que tan sólo ayer existía, tranquilo y
verdadero. Como el derecho a la
privacidad –qué sensación tan extraña, aquí, el derecho–…
Sopesa tu aflicción dice el
viento, no alegues ignorancia, & cada vez más
y más lejos gotea y se pierde el
pasado, mucho más lejos de lo que solía, batiendo contra los postigos que
he vuelto a asegurar, el enorme mal-
entendido me rodea justo ahora, tan
quieta en
el centro de este cuarto, escuchando… ah,
no se trata de decisiones discordantes, todo se muestra
conforme, emprendimos la marcha de buen grado & también sabíamos
jugar según las reglas, & si ahora te digo
vayamos
a algún sitio la idea sucumbirá
al minuto, aquí está ahora, portando su borrasca, su inesperada
ganancia noratlántica, susurrando Sopesa
la masa del océano que se eleva a cada instante hacia
mí, & su
antigua e-
vaporación, & cómo se entrega
a mí, de qué forma el mundo es nuestra ley, este enderivar de nosotros
en nosotros, un corear en nosotros de elementos, & cómo
nuestro entremezclarse carece de in-
teligencia, crea
reverberaciones, sílabas intranscriptibles, anclajes internos, & cómo el asombro es también lo que
se vierte de nosotros cuando, en la
espiral, al fondo mismo de
la cadena
alimenticia, surgido
de la corriente submarina, a un grado más de calor, el in-
dispensable
plancton es empujado en dirección norte & más al norte aún,
y desova demasiado tarde para que las larvas del bacalao incuben,
de modo que los huevos no sobreviven, ni tampoco
la especie al final, en la justo ahora eternamente in-
detenible desaceleración de la
corriente
del golfo, de manera que yo, al hablar hoy en medio del viento, en voz alta, a nadie, tomo conciencia
de pronto
de haber escrito mis poemas, lo siento en
mis manos
inútiles, las palmas en el regazo, & en mi escucha, & también la memoria de una estación en su
plenitud, en la que estalla como un
necio grito este in-
cesante centellear de las hojas, loco por la sombra, sobre todos
los rayos de luz, los muros, las encorvadas filas de árboles
salpicados todos de astillas
de luz como
muecas forzadas –infinidades de ellas– retorciéndose en los muros, sobre la
hierba –bocas
que se adentran en
otras bocas–, aspirando todo el
aire –enormes bocanadas que van y vienen entre las inclementes borrosidades–, & vivifícame
aún más dice este nuevo viento, &
conforme a tu
juicio, &
estoy inclinando mi corazón hasta el fin,
no puedo fracasar, este sábado al mediodía, lanzándome a mí misma,
furias hirsutas a lomos de mis muchas espaldas, contra tus cimientos y tu
mejor árbol
joven, por el que has vuelto a salir para cercarlo con estacas, & las piedras sueltas en el alféizar.
Trad. J. D.
Guao, qué maravilla de poema, a la poeta, no la conocía. Gracias-
ResponderEliminarGracias, Claudia. Hay un libro suyo en España: La errancia (DVD Ediciones, 2007), traducido por Julián Jiménez Heffernan. Búscalo sin falta. Un abrazo, J12
ResponderEliminarNo está nada mal pero me puede tanto "&".
ResponderEliminarSi le añade diez "@",la jodimos.
Más Ted Hughes,por favor.
Interesante y sincera mirada(aumenten la foto) Me gusta esta frase: enormes bocanadas que van y vienen entre las inclementes borrosidades.
ResponderEliminarEstupendos poema y traducción. Muy inteligente blog el suyo.
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