Biblia de Holkham
Noé liberando una paloma y una corneja, c. 1320-30
Dónde debemos buscar ayuda
La paloma regresa; no halló descanso en ningún sitio;
voló toda la noche sobre los mares encrespados;
bajo los aleros del Arca
la paloma engrandecerá el lecho del tigre;
dad paz a la paloma.
La golondrina de cola bifurcada deja el alféizar al amanecer;
volverán a la tarde golondrinas azules.
Al tercer día el cuervo alzará el vuelo;
el cuervo, el cuervo, el cuervo del color de la araña,
el cuervo hallará nuevo fango donde caminar.
El original, aquí.
En otra ocasión he hablado de Robert Bly (1926), el autor de uno de los
mejores primeros libros de la poesía norteamericana, Silence in the Snowy
Fields
(1962; Silencio en los campos nevados): una curiosa mezcla de
sencillez expresiva, sensibilidad oriental y esa claridad misteriosa que surge
de no decirlo todo, de manejar con sabiduría las elipsis y los silencios.
Quizá no tan conocido es un ensayo de revelador título (Un desvío
equivocado) que publicó al año siguiente, en 1963, y en el que atacaba la herencia de
Eliot y Pound, el carácter alusivo y hasta hermético de cierta vanguardia
angloamericana, para propugnar un regreso a una escritura más directa y
explícita en la que las emociones no quedaran aplastadas bajo el peso de la
erudición, no se perdieran en los laberintos de la ambigüedad, la cita culta y
las referencias esotéricas. Aunque partía de un malentendido más o menos
grosero (¿es que no hay emoción y energía a flor de piel en La tierra baldía
o Cuatro
Cuartetos?), la idea original no era mala, pero Bly se hizo un lío al invocar en su
ayuda el ejemplo de poetas tan distintos como Rilke, Machado, Vallejo, Neruda,
Juan Ramón o Tranströmer. A sus ojos (u oídos) de joven poeta americano, todos
aquellos escritores venían de un mismo lugar, eran asimilables a una misma tradición
que se contraponía a la suya propia y resultaban, por tanto, indistinguibles.
En realidad, lo mismo nos pasa a nosotros cuando metemos en el mismo saco (o
les asignamos un dorsal en el mismo equipo) a todos los poetas de habla
inglesa. Cosas de los malentendidos entre culturas. Nos vemos desde orillas
contrarias de un mismo mar y así nos cuesta distinguir las caras de los que
importan.
Por lo demás, el propio Bly tampoco se ha librado de cultivar la alusión
mítica y de hacer poemas con su punto de hermetismo. Un ejemplo es esta
miniatura de su primera época que, como él mismo ha explicado en su libro A
Little Book on the Human Shadow, «se refiere a la historia de Noé, aunque tomé las
imágenes de una versión anterior compuesta por los babilonios, en la que
tomaron parte tres pájaros». Uno de esos pájaros era una corneja, que Bly
convierte en cuervo, un cuervo negro al que le complace mancharse, que
desconfía de las ideas de pureza y de blancura encarnadas en el símbolo de la
paloma y prefiere, como el cuervo de Ted Hughes años después, graznar y
revolcarse en el fango. Para Bly, este poema tiene una lectura psicoanalítica
evidente: «El poema llegó dos o tres años después de la universidad, y parece
decir que si algo podía ayudarme a salir de mi sufrimiento, ese algo vendría
del lado oscuro de mi personalidad…» Más allá de su circunstancia personal, me
gusta pensar, en efecto, que es una invitación a asumir que somos luz y sombra,
día y noche, un saco andante de contradicciones que no conviene reprimir en
exceso: aceptar el barro puede ser, extrañamente, una forma superior de
limpieza.
.
Me interesa mucho, lo leeré.
ResponderEliminarComo siempre, impagable.Y el comentario.Saludos,Doce.
ResponderEliminarFrancisco.
Gracias!
ResponderEliminarSaludos y abrazos, J12