En
el otoño de 1994 publiqué mi primer libro de poemas. Se llamaba La anatomía del miedo, había merecido el Antonio González de Lama
el año anterior y vio la luz en una edición feamente institucional del
Ayuntamiento de León; uno de esos libros de poesía, tan abundantes por otra
parte, que obtenían algún premio y terminaban pudriéndose en los sótanos de un edificio
administrativo. Recuerdo mi desencanto cuando supe que el libro no lo
publicaría la legendaria colección «Provincia» (no sé por qué, me había hecho
esa ilusión), y también con que obstinación presioné al responsable de cultura
del ayuntamiento para que me reservara cuatro o cinco cajas del libro: doscientos
o trescientos ejemplares, ya no recuerdo, que cargué en el maletero del coche y
procedí a enviar a todos los rincones del país. En aquella
época anterior al correo electrónico y el Facebook no era fácil hacerse con las
señas postales de los poetas a los que uno admiraba (había que solicitarlas a
amigos comunes, trabajar con listados de dudoso origen), y uno gastaba un tiempo
precioso en sondeos y averiguaciones que en ocasiones tampoco garantizaban nada.
No
sé cómo logré las señas de Álvaro Valverde (Plasencia, 1959). Dos o tres años antes había
leído con entusiasmo Una oculta razón, su segundo libro, premio Loewe en 1991, y pensé sinceramente que aquellos poemas míos, llenos de
intensidad juvenil y torpeza formal, podían interesarle; compartíamos, como poco, una misma pasión escenográfica, el gusto por contar los fragmentos o el claroscuro de una historia... Fue más que eso.
Álvaro respondió con una carta generosa y amabilísima, en la que tenía la
delicadeza de pasar por alto los defectos del libro y subrayar sus aspectos más
atractivos o promisorios. Fue, creo, junto con Jorge Riechmann, el único de los
poetas a los que yo leía asiduamente que respondió a mi envío con algo más que
un seco acuse de recibo.
De
aquella carta arrancó una relación, al principio epistolar, que no ha dejado de
prolongarse y ramificarse desde entonces. Durante el resto de aquella década
las cartas entre Sheffield, Plasencia y Oxford menudearon con una frecuencia
que nos permitió conocer de primera mano la creación de nuestros libros
respectivos. En algún momento reseñé su Ensayando círculos en Cuadernos
Hispanoamericanos y brindé por él cuando quedó finalista del Café Gijón de
Novela por Las murallas del mundo. El
encuentro personal, sin embargo, tuvo que esperar a la primavera de 2001, y fue
en mi Gijón natal, donde él y Yolanda, su esposa, tenían familia. Como sucede siempre que
uno ve en persona a alguien con quien se ha escrito mucho, el encuentro empezó
con algo de prudencia y hasta de aprensión, pero no tardó en adoptar el mismo
ritmo vivo y cordial de las cartas. Dos tímidos como nosotros no se merecían
menos. Supongo que yo hablé más de la cuenta (siempre lo hago) para disipar los
nervios y que él mantuvo su reserva habitual, ese fondo de pudor y laconismo que sus amigos conocemos bien y por el que a veces cruzan unas pocas chispas de ironía marca de la casa que son, en
realidad, su forma de autodefensa.
Los
años nos han ido deparando nuevos encuentros, a veces en contextos de trabajo
algo insospechados. Nunca olvidaré que cuando me vi fuera de Letras Libres, allá por el otoño de 2004,
Álvaro me llamó para que le ayudara desde Madrid con la organización de los
Premios a la Creación de la Junta de Extremadura. Fue, como se suele decir, un
gesto providencial, una muestra de cariño y confianza que nunca terminaré de agradecerle. Años después, Antonio Franco nos propuso desde Mérida
codirigir la colección de poesía «Voces sin tiempo» de la Fundación Godofredo
Ortega Muñoz. Nos dio tiempo a publicar sendos libros de Philippe Jaccottet y
Mario Luzi en edición bilingüe, luego la dichosa crisis intervino y ahora
andamos a la espera de que la niebla se disipe para remprender el viaje. En
fin, resumiendo, que si Extremadura es una de mis referencias sentimentales, un
lugar al que siempre me apetece ir, donde me siento como en casa y entre amigos
con los que puedo charlar y compartir inquietudes (Miguel Ángel Lama, Elías
Moro, Antonio Reseco, José María Cumbreño o Daniel Casado, entre otros), es sin
duda gracias a mi amistad con Álvaro. (No me olvido de nuestro querido y
llorado Ángel Campos, a quien veo siempre charlando con inteligente
malicia por las calles de Badajoz, hace ya diez u once años.)
Muchas
veces, a lo largo de este tiempo, le he insistido a Álvaro en la necesidad de preparar
una antología de sus poemas. Sus libros, publicados en Visor, Hiperión y
Tusquets, no han estado ni mucho menos ausentes de las librerías y las mesas de
novedades, pero se imponía, me parece, la necesidad de echar la vista atrás y
hacer balance, un alto en el camino. Fuera de otras consideraciones, hablamos de una obra hecha, cumplida, una de las más personales y necesarias de nuestra poesía. Gracias a la editorial La Isla de Siltolá
y su responsable Javier Sánchez Menéndez (con la inestimable ayuda de Abel Feu), ese viejo afán nuestro se ha hecho
realidad. El resultado es Un centro
fugitivo. Antología poética 1985-2010, un exquisito volumen de poco más de
doscientas páginas en el que ofrecemos una panorámica tan amplia como exigente de
su poesía. Se compendian aquí veinticinco años de escritura (los dos
compartimos el amor por los números redondos) precedidos por un breve estudio
de introducción en el que he intentado, mal que bien, desvelar algunas de sus
claves: su tono meditativo, el uso de una dicción escueta y sobria, poco amiga de alardes expresivos o vuelos metafóricos, su pasión terrestre, el modo en que una y otra vez ilumina, bajo el horizonte de la memoria, la relación entre el sujeto y su entorno... La preparación final de este libro nos ha llevado todo el invierno (un
invierno de relecturas y revisiones, de mensajes y preguntas interminables, de
dudas y conclusiones siempre interinas), a tiempo para que el fruto vea la luz
en primavera, en plena Feria del Libro de Plasencia, donde lo presentaremos el
próximo jueves 17 de mayo con una conversación pública que será –o así me lo
parece– el reverso de la que mantuvimos, hace cosa de tres años, en Villanueva
de la Serena.
Será
también, por cierto, ocasión de saldar una vieja deuda. Porque la triste
realidad es que no he estado nunca en Plasencia ni conozco de primera mano el
paisaje y la atmósfera que alientan detrás de la poesía de Álvaro. Esta omisión
me resulta incomprensible y hasta me avergüenza un poco. Es hora de repararla.
Así que este próximo 17 de mayo viajaré a Plasencia con la impresión, nada exagerada,
de estar cumpliendo un peregrinaje. O de honrar una amistad que no en vano
alcanzará, el otoño que viene, su mayoría de edad.
Cierro esta nota con el último poema del libro, un inédito que de algún modo hace de cifra y conclusión (provisional) del viaje que Álvaro inició hace treinta años. Los que le hemos ido acompañando en este viaje como lectores sólo podemos alegrarnos de que siga aquí, siempre alerta, algo aturdido como todos por el paso del tiempo pero con la fe y la pasión intactas. Que sea por muchos años.
aquí
Estás sentado solo frente al valle
con un libro en las manos
que abandonas a ratos
para poder mirar,
con la calma debida,
cuanto la vista alcanza.
Suena el silencio. A veces,
el rumor de las ramas
o el canto intermitente de algún pájaro.
Respiras hondo. Ves.
Aprecias uno a uno los momentos
que te concede este vivir al margen.
No haces tuya la queja
de los que quieren irse
pero que aplazan siempre
la ocasión de su huida.
Permaneces aquí
por propia voluntad:
es éste tu lugar.
Tú eres de él.
Como siempre que te leo, no falta ni sobra nada: generosidad, precisión, afecto. ¡Enhorabuena a ti y a Álvaro por esa amistad que ahora cumple la mayoría de edad y por esta publicació! Me apunto la referencia y ¡a tú, Jordi, adisfrutar de Plasencia! Un abrazo grande.
ResponderEliminarLleno de sugerencias este anti beautus ille de honda meditación y sencillez nada fácil. El lector lírico nos está leyendo a nosotros, absortos con él en el libro, la mirada, el valle y el poema. Varias personas del verbo y una sola plenitud.
ResponderEliminarGracias por difundirlo.
Enhorabuena y feliz travesía
ResponderEliminarPor cierto, hermoso y adecuado ese vivir al margen y, a la vez, ser de aquí. Sin dudarlo.
ResponderEliminarUna excelente noticia. En mi opinión, Álvaro Valverde es uno de los principales poetas españoles actuales. Sereno y profundo.
ResponderEliminarIrazoki
Estoy deseando leerlo. El título, con su clara filiación, es toda una promesa que ya cumple expecttivas: resume bien lo que conozco de la poesía de Valverde. A ver si fuera posible grabar ese diálogo placentino y podemos disfrutarlo, aunque sea en diferido.
ResponderEliminarMuy bonito el diseño del libro, aunque recuerda a DVD, a ver si los de Siltolá quieren ocupar el inmenso vacío que van a dejar, tendrían que ganárselo.
ResponderEliminarese poema tuyo de subirse el cuello del abrigo parece confortable y agreste al mismo tiempo.
ResponderEliminarSobre perros tengo un breve poema:
Como el galgo persa
solo hago tratos con el viento,
con mi amo,
y con alguna gacela
de vez en cuando.
Shilan
Soy un asiduo seguidor del blog de Álvaro Valverde, y cada vez siente uno más afinidad entre lo que él escribe y lo que uno siente. Paseador solitario como él, extremeño y muy telúrico. Sin duda compraré esta antolgía. Enhorabuena a Álvaro y a Jordi Doce por ser tan generoso.La amistad, y más entre poetas, es muy bonita.
ResponderEliminarme parece fantástica esta antología, es que en cada frase siempre hay una expresión de sentimientos tan fuertes que siempre lo transmite.
ResponderEliminarPrecioso el poema AQUÍ. Me recuerda mis años en la Isla cuando paseaba a mis perros mientras leía andando -la vista clavada en el libro- con la tranquilidad de quien conoce cada charco y piedra del camino. De vez en cuando me encontraba a Álvaro que por entonces vivía cerca de allí y era cosa muy bonita el cabecear y saludarnos. Gran poeta...
ResponderEliminarPues llegando a Madrid me haré de un ejemplar.
ResponderEliminarUn abrazo,
CGO
Gracias a todos por estos generosos comentarios. Un abrazo, Á.
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