insomne
en la fría penumbra
Insomne
en la fría penumbra
miro
ante mí
la oscura puerta
cerrada
que de-
viene un
abismo en el
cual mis
recuerdos han
caído
más allá de la risa o
el
horror,
la pasión o el trabajo
duro…
mis
recuerdos
de
nuestra
risa, horror,
pasión,
duro trabajo. Un
dolor de
ser. Un dolor
de ser,
en el amor. Un
dolor de
estar
en el
amor.
Como
proyecciones en la
pantalla
de las pesadas
cortinas
del ventanal, las luces
destellantes
de un quitanieves
raspando
el firme
después de medianoche
por un
momento laten en
este
cuarto.
Otro poema de Reginald Gibbons, de su libro Creatures of a Day (2008). No recuerdo por qué razón, quedó fuera de Desde una barca de papel, la antología de su obra que publicamos hace casi tres años. Lo recupero ahora, deslumbrado por su concisión y hondura emocional. Me parece uno de los ejemplos más acabados de su tono más desnudamente lírico: un contraste con las llamadas odas, más narrativas y también más volcadas hacia lo exterior, la ciudad con sus aristas y miserias sin cuento (mejor incontables: para contárnoslas está precisamente el poeta). Aquí, sin embargo, el verso es breve, cortante y al mismo tiempo ágil, como si una mano lo condujera con firmeza hacia su término natural.
Imposible
replicar en la traducción el metro de dos golpes acentuales del inglés; he
intentado, al menos, que los versos españoles jueguen a establecer combinaciones
imparisílabas, que sea posible adivinar la respiración de un heptasílabo o
incluso de un eneasílabo tras los diversos encabalgamientos y particiones
versales. El resultado es tan intenso como inquietante: un paréntesis en la
noche oscura del alma, una hoguera de palabras modestas que alumbra los peores
rincones del tiempo, su mala sombra.
El original, aquí.
El original, aquí.
Así, tantas veces ahora. Y no sólo en un poema.
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