Cada día, durante diez minutos,
le es concedido transformarse en uno de los operarios que trabajan, cansados y
grasientos, en la sala de máquinas de su corazón.
Ahueca las manos formando el
contorno de una vasija, y entonces el corazón se refugia en ellas de un brinco.
Quiere estar delante pase lo que pase. Quiere ser el primero en gritar tierra.
Contra el músculo del corazón, el
cepo del reloj.
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