deja que se vaya
Este vacío intenso es lo realmente extraño.
Cuantas más cosas te
suceden más te cuesta
decir o
recordar incluso lo que fueron.
Cubren tal radio las contradicciones.
El hablar hablaría hasta
irse por la tangente.
No quieres
manicomio ni todo eso ahí.
trad. J. D. / el original, aquí
La última entrada del mes de junio no se
llamaba «Let it go» por casualidad. Tenía en mente un breve poema homónimo de
William Empson (1906-1984) que descubrí hace más de veinte años (creo que en la
antología de George MacBeth que ya he mencionado otras veces) y que no ha
dejado de fascinarme desde entonces. Es un poema breve, como digo: apenas seis
versos, pero tan elíptico que soslaya cualquier intento de fijar o reducir su
sentido. Me parece que tiene algo de impugnación del relato terapéutico freudiano:
no entres en ese cuarto, viene a decir, no hurgues en la mugre (ese digging in the dirt que acuñó Peter
Gabriel), no vayas a remover demasiado las cosas y te encuentres con un
«manicomio» ahí dentro. El poema es tan intenso y comprimido que nunca me he quedado
satisfecho con mis muchos intentos de traducirlo. Esto que doy a conocer
ahora es un borrador provisional que quizá deba rehacer en el futuro. Para
empezar, omite la rima consonante que enlaza los versos de la primera y segunda
estrofas. Y no veo forma satisfactoria de traducir el penúltimo verso: ese «the talk would talk and would go so far
aslant» que se va tanto por la tangente
de su idioma que esquiva sin esfuerzo las garras de la sintaxis española. Dicho
esto, creo que no ha quedado del todo mal (en otras palabras: hace diez años la hubiera firmado
sin reservas).
Empson, por supuesto, es conocido
principalmente como crítico literario por su libro Siete tipos de ambigüedad, que publicó cuando tenía la friolera de
veinticuatro años (¡aunque lo escribió a los veintidós!). Tuvo una vida bastante
nómada, con una expulsión temprana de la Universidad de Cambridge que le llevó a dar clase en
Japón y en China poco antes de la Segunda Guerra Mundial. Volvió primero a
Londres (Canetti habla con admiración de las parties de Empson, las únicas en las que no se sentía como un bicho
raro) y terminó instalándose en Sheffield, en cuya universidad dirigió el departamento
de literatura inglesa. Revisando su vida, uno se queda con la impresión de un
intelecto poderoso que dio lo mejor de sí al comienzo y al final de su carrera,
con un largo intermedio de silencio y desconcierto que quizá tuviera que ver
con su incapacidad para encontrar un trabajo estable y acorde a sus méritos. El tono entre oracular y enigmático de sus poemas lo convirtió en una figura influyente durante los años de posguerra: su obra está llena de versos rotundos y casi sentenciosos, cercanos al aforismo, y sin embargo una ironía impersonal actúa desde el fondo para evitar cualquier forma de énfasis, cualquier tentación de reducir su sentido a una glosa consoladora.
Ah, la imagen se la debo a mi buen amigo Juan Soros, quien la subió hace poco a su página de facebook.
Tengo que decirle que su traducción de Auden para el círculo de lectores es penosa. Un poeta debería tener más respeto por la poesía de un gran autor. Fueran cuales fueran los condicionantes económicos y temporales de su trabajo el resultado me parece impresentable.
ResponderEliminarLamento que mi edición de Auden le haya parecido tan mal. ¿Falta de respeto? De eso (sin duda) sabe mucho más usted, que ha optado por no firmar su amable comentario crítico.
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