Hay en su poema [Idilios del
rey] tesoros de sabiduría y una concentración única, sin parangón, de
pintura verbal; me parece, no obstante, que un poder tan intenso no debería gastarse
en visiones del pasado sino en el presente vivo. Creo que por cada oyente capaz
de percibir la hondura de este poema habría diez que sentirían la misma hondura
si la corriente fluyera entre elementos más cercanos a ellos. Y solo en las
realidades de la vida moderna –no la vida formal de los salones, sino el crecer
lejano y en gran medida desconocido de almas que sufren toda clase de angustias
o servidumbres– hay infinidad de cosas que deberían ser contadas y que solo un
poeta puede contar. Pienso que la transcripción intensa, certera y experta de
un hecho actual, y el relato de una vida real tal y como puede verla y estudiarla
un poeta, harían que todo el mundo, al percibir el obrar inmediato de Vida y
Destino, percibiera más o menos qué es la poesía.
Esta se me antoja la verdadera
tarea del poeta moderno. Y creo que he visto rostros y oído voces, por el camino
y en la calle, que conferían o exigían tanto como las más hermosas o tristes de
Camelot. Las observo, y algo pesa en mi ánimo día tras día, el sentimiento de que
el asombro ante el mundo no está en la tristeza del mismo sino en su pérdida.
Veo criaturas llenas de poder y belleza, y nadie que las comprenda o las
instruya o las salve. Suceden en ellas milagros, y todos naufragan, perdidos
para siempre hasta donde se nos alcanza. Y sin ningún in memoriam.
De una carta a Tennyson,
septiembre de 1859
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