El mundo, lo real, eso sobre lo que
escribimos, exige un respeto, un pacto de lealtad. Pero no se debe (ni puede) ser
demasiado respetuoso, porque entonces
no habrá espacio ni libertad suficientes para maniobrar y añadir nuestras notas
a pie de página. En rigor, la creación supone, al menos inicialmente, un acto de
profanación. Quien pinta o escribe es un iconoclasta, alguien que se rebela
contra lo dado y procede a borrar una zona de lo real para inscribir en ella
sus propios signos. Borrar, despintar, empalidecer las formas y los colores del
mundo como estadio previo de unos trazos que intentan incorporar, cada cual a
su modo, la huella o la sombra de lo borrado. Forzar la retracción o el
desvanecimiento de una parcela del mundo porque sólo así nos sentiremos
legitimados para ocuparla, como una variante perversa del mito del origen que postula
la cábala luriana.
Es la idea del palimpsesto, sí. Pero también la certeza –no siempre asumida cabalmente– de que el mundo se vale por sí mismo y no precisa de nosotros. Más bien, somos nosotros quienes necesitamos de lo real, quienes insistimos en marcarlo con nuestras incisiones para así, gracias a ellas, creernos parte de la totalidad, de esa red de sentido que intuimos detrás de las apariencias. No sabemos reconocer el mundo sin reconocernos en él; no sabemos leerlo sin antes profanarlo y poner algo de nosotros en su meollo. De ahí que crear sea, antes que nada, negar y obliterar; destruir para luego rehacer (re-make / re-model, cantaba Bryan Ferry en 1972 con nervio premonitorio).
En otras palabras, y con un pequeño toque apocalíptico. Tenemos celos de la autonomía indiferente de lo real y queremos hacernos notar a toda costa. Por ello, armados de herramientas que hemos ido creando en progresión geométrica pero cuyo poder y alcance comprendemos sólo a medias, nos hemos convertido en plaga. Por ello, frágiles recipientes de una imaginación que igual sirve –pongamos por caso– para erigir presas que para pintar marinas, hemos llegado a un punto en que nuestras creaciones mismas son otra plaga.
Real o irreal, algunos nacen para hilar. Tú eres uno de ellos.
ResponderEliminarAbrazo.