Anne Carson, Autobiografía de Rojo, traducción y prólogo de
Jordi Doce, Colección La Cruz del Sur, Los bilingües, Editorial Pre-Textos,
Valencia, 2016, 270 páginas, 27 €. ISBN: 978-84-16453-46-7
Nueve años justos después de que Hombres en sus horas libres viera
la luz en la editorial Pre-Textos, vuelvo a publicar una traducción de un libro
de la escritora canadiense Anne Carson: se trata esta vez de Autobiografía de Rojo, publicado en 1998
como Autobiography of Red (aunque la edición inglesa que
manejo, de la editorial Jonathan Cape, sea de 2010). Se incluye en la misma
colección que Hombres…, La Cruz del Sur, y ve la luz después de un
largo periodo de gestación y revisión que ha supuesto incluso replantearse el
formato del libro y la maqueta del interior: el libro tiene dos centímetros más
de anchura que sus compañeros de colección, pues sólo así podíamos acomodar sin
traumas, y sin perder legibilidad, la combinación de verso largo y verso corto
que caracteriza a los 47 poemas narrativos (o capítulos) de que consta la
sección central del libro.
Autobiografía de Rojo está en el eje de la escritura de Carson. Esta «novela en verso», como reza el subtítulo –lo que no excluye la presencia de materiales adicionales, como es costumbre en su autora–, nos cuenta la historia de Gerión, originalmente un monstruo de alas rojas y tres torsos que protagoniza el décimo de los doce trabajos de Heracles, en especial a la luz de los fragmentos que se conservan de Gerioneis, la obra que dedicó a este asunto el poeta lírico griego Estesícoro (Hímera, Sicilia, h. 630-h. 550 a. C.). Según el viejo relato mitológico, Gerión vivía en la isla de Eritia (la actual Cádiz), más allá de las columnas de Hércules, con un perro llamado Ortro y un hermoso rebaño de vacas rojas y bueyes que Heracles hubo de robarle como parte de su penitencia. Gerión fue en busca de venganza y luchó contra Heracles, pero este lo abatió con una flecha mojada en la sangre venenosa de la Hidra.
Carson toma como punto de partida la reelaboración del mito que ofrece Estesícoro para irse al presente y perfilar un retrato de Gerión como niño enmadrado, consciente de su diferencia, que sufre el acoso sexual y psicológico de su hermano y halla refugio en la fotografía. Al llegar a la adolescencia, se enamora fatalmente de Heracles, que Carson nos pinta con aires de joven Kerouac, encantador de serpientes y algo macarra. Su relación es intensa pero breve y Gerión, desolado, se vuelca por entero en la fotografía, creando un mundo íntimo y habitable que sólo se rompe, tiempo después, con la reaparición inesperada de Heracles. Pero no es cosa de destripar el argumento en esta nota.
Autobiografía de Rojo es un libro feroz y fantasioso que relata el proceso gradual por el que Gerión asume su condición monstruosa: la fascinación que siente por sus alas y por el color rojo (que es también el color de la lava que sutura la historia familiar de Heracles) como pasos previos para entender su propia existencia enigmática. El resultado es un hito de la poesía posmoderna que opta de manera decidida por el anacronismo, la yuxtaposición de registros y referencias dispares para salvar la brecha entre el mundo clásico y el contemporáneo.
Me lo he pasado muy bien traduciendo este libro, aunque debo añadir que es uno de los trabajos más ásperos y complejos a los que me he enfrentado. No sólo por la dificultad de la lengua literaria de Carson, sino también por el frío acerado que respira su mundo, esa sonrisa irónica que uno percibe detrás de cada verso y cada poema. Dije antes que era un libro «feroz». Lo es, pero hay también en él (en sordina, desde luego) mucha ternura y mucha comprensión. Eso, en última instancia, es lo que le infunde vida y lo hace vivir en la imaginación del lector.
Doy el capítulo primero del libro:
I. J U S T I C I A
Gerión aprendió justicia de su hermano desde muy pronto.
Solían ir juntos al colegio. El hermano de Gerión era mayor y más corpulento,
iba delante
a veces rompía a correr o se agachaba sobre una rodilla para recoger una piedra.
Las piedras hacen feliz a mi hermano,
pensaba Gerión y estudiaba las piedras mientras trotaba detrás de él.
Tantas clases diferentes de piedras,
las sobrias y las misteriosas, yaciendo unas con otras en la tierra roja.
¡Detenerse e imaginar la vida de cada una!
Ahora salían de un brazo humano feliz para volar por el aire,
qué destino. Gerión se dio prisa.
Llegó al patio del colegio. Trataba de concentrarse en sus pies y sus pasos.
Los niños se movían en tropel a su alrededor
y el intolerable asalto rojo de la hierba y el olor de la hierba por todas partes
lo empujaba hacia ahí
como un mar enérgico. Podía sentir los ojos saliéndole del cráneo
sobre sus pequeños conectores.
Debía llegar a la puerta. No debía perder a su hermano de vista.
Esas dos cosas.
El colegio era un largo edificio de ladrillo que iba de norte a sur. Sur: Puerta
principal
por la que deben entrar todos los niños y niñas.
Norte: Guardería, sus grandes ventanas circulares abiertas a los descampados
y rodeadas por un alto seto de arándanos.
Entre la Puerta Principal y la Guardería corría un pasillo. Para Gerión
eran cien mil millas
de túneles resonantes y un cielo interior de neón que los gigantes abrían de un
portazo.
El primer día de colegio
Gerión cruzó este territorio extranjero de la mano de su madre. Luego su hermano
cumplió aquella tarea día tras día.
Pero septiembre avanzaba hacia octubre y un malestar crecía en el hermano de
Gerión.
Gerión siempre había sido estúpido
pero ahora su forma de mirar hacía que uno se sintiera incómodo.
Llévame de nuevo esta vez lo haré bien,
decía Gerión. Sus ojos agujeros atroces. Estúpido, dijo el hermano de Gerión
y lo dejó tirado.
Gerión no tenía dudas de que estúpido era correcto. Pero cuando la justicia se
cumple
el mundo se desvanece.
De pie en su pequeña sombra roja, pensó qué hacer después.
La Puerta Principal se alzaba frente a él. Quizá…
Entornando los ojos Gerión se abrió camino entre los fuegos de su mente hasta
donde
debía de estar el mapa.
En vez de un mapa del pasillo del colegio había un blanco profundo y brillante.
La ira de Gerión fue absoluta.
El blanco prendió fuego y ardió hasta la línea de base. Gerión echó a correr.
Después de aquello Gerión fue al colegio solo.
No se acercaba en absoluto a la Puerta Principal. La justicia es pura. Hacía el
camino
rodeando el extenso muro lateral de ladrillo,
dejando atrás los ventanales de séptimo, cuarto, segundo y el baño de chicos
hasta llegar al extremo norte del colegio
y situarse delante de la guardería, junto a los arbustos. Allí se quedaba
inmóvil
hasta que alguno de los que estaban dentro se daba cuenta y salía a mostrarle el
camino.
Gerión no gesticulaba.
No llamaba a los cristales. Esperaba. Pequeño, rojo y erguido, esperaba,
agarrando con fuerza su nueva mochila
en una mano y palpando una moneda de la suerte en el bolsillo del abrigo con la
otra,
mientras las primeras nieves del invierno
caían flotando sobre sus pestañas y cubrían las ramas a su alrededor y acallaban
todo vestigio del mundo.
Gerión aprendió justicia de su hermano desde muy pronto.
______
Solían ir juntos al colegio. El hermano de Gerión era mayor y más corpulento,
iba delante
a veces rompía a correr o se agachaba sobre una rodilla para recoger una piedra.
Las piedras hacen feliz a mi hermano,
pensaba Gerión y estudiaba las piedras mientras trotaba detrás de él.
Tantas clases diferentes de piedras,
las sobrias y las misteriosas, yaciendo unas con otras en la tierra roja.
¡Detenerse e imaginar la vida de cada una!
Ahora salían de un brazo humano feliz para volar por el aire,
qué destino. Gerión se dio prisa.
Llegó al patio del colegio. Trataba de concentrarse en sus pies y sus pasos.
Los niños se movían en tropel a su alrededor
y el intolerable asalto rojo de la hierba y el olor de la hierba por todas partes
lo empujaba hacia ahí
como un mar enérgico. Podía sentir los ojos saliéndole del cráneo
sobre sus pequeños conectores.
Debía llegar a la puerta. No debía perder a su hermano de vista.
Esas dos cosas.
El colegio era un largo edificio de ladrillo que iba de norte a sur. Sur: Puerta
principal
por la que deben entrar todos los niños y niñas.
Norte: Guardería, sus grandes ventanas circulares abiertas a los descampados
y rodeadas por un alto seto de arándanos.
Entre la Puerta Principal y la Guardería corría un pasillo. Para Gerión
eran cien mil millas
de túneles resonantes y un cielo interior de neón que los gigantes abrían de un
portazo.
El primer día de colegio
Gerión cruzó este territorio extranjero de la mano de su madre. Luego su hermano
cumplió aquella tarea día tras día.
Pero septiembre avanzaba hacia octubre y un malestar crecía en el hermano de
Gerión.
Gerión siempre había sido estúpido
pero ahora su forma de mirar hacía que uno se sintiera incómodo.
Llévame de nuevo esta vez lo haré bien,
decía Gerión. Sus ojos agujeros atroces. Estúpido, dijo el hermano de Gerión
y lo dejó tirado.
Gerión no tenía dudas de que estúpido era correcto. Pero cuando la justicia se
cumple
el mundo se desvanece.
De pie en su pequeña sombra roja, pensó qué hacer después.
La Puerta Principal se alzaba frente a él. Quizá…
Entornando los ojos Gerión se abrió camino entre los fuegos de su mente hasta
donde
debía de estar el mapa.
En vez de un mapa del pasillo del colegio había un blanco profundo y brillante.
La ira de Gerión fue absoluta.
El blanco prendió fuego y ardió hasta la línea de base. Gerión echó a correr.
Después de aquello Gerión fue al colegio solo.
No se acercaba en absoluto a la Puerta Principal. La justicia es pura. Hacía el
camino
rodeando el extenso muro lateral de ladrillo,
dejando atrás los ventanales de séptimo, cuarto, segundo y el baño de chicos
hasta llegar al extremo norte del colegio
y situarse delante de la guardería, junto a los arbustos. Allí se quedaba
inmóvil
hasta que alguno de los que estaban dentro se daba cuenta y salía a mostrarle el
camino.
Gerión no gesticulaba.
No llamaba a los cristales. Esperaba. Pequeño, rojo y erguido, esperaba,
agarrando con fuerza su nueva mochila
en una mano y palpando una moneda de la suerte en el bolsillo del abrigo con la
otra,
mientras las primeras nieves del invierno
caían flotando sobre sus pestañas y cubrían las ramas a su alrededor y acallaban
todo vestigio del mundo.
Llegó.
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