Soy el rey sin corona de los insomnes
que sigue espantando a sus fantasmas con un sable,
un estudiante de los techos y las puertas cerradas
que apuesta a que dos más dos no son siempre cuatro.
Una vieja alma jovial que toca el acordeón
en el turno de noche de la morgue.
Una mosca que huyó de la cabeza de un loco
para darse un respiro en la pared vecina.
Descendiente de herreros y curas de pueblo:
un ayudante de escenario malhumorado
de dos célebres e invisibles maestros ilusionistas,
uno llamado Dios, el otro Diablo, asumiendo, claro está,
que soy la persona que me figuro ser.
trad. J.D / el original, aquí
que sigue espantando a sus fantasmas con un sable,
un estudiante de los techos y las puertas cerradas
que apuesta a que dos más dos no son siempre cuatro.
Una vieja alma jovial que toca el acordeón
en el turno de noche de la morgue.
Una mosca que huyó de la cabeza de un loco
para darse un respiro en la pared vecina.
Descendiente de herreros y curas de pueblo:
un ayudante de escenario malhumorado
de dos célebres e invisibles maestros ilusionistas,
uno llamado Dios, el otro Diablo, asumiendo, claro está,
que soy la persona que me figuro ser.
trad. J.D / el original, aquí
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Este es uno de los nueve poemas de El lunático (2015) de Charles Simic que acaban de aparecer en el
último número de la revista Turia. Lo
hacen gracias a la gentileza de su director, Raúl Carlos Maícas, y son un
adelanto del poemario –el más reciente de su autor– que Vaso Roto Ediciones
publicará el curso que viene. A Simic no habrá que presentarlo a estas
alturas. Sus poemas tienen algo de truco de ilusionista (como los que menciona
en la estrofa final): lo vemos venir, creemos saber a qué juega, y sin embargo
siempre acaba sorprendiéndonos. Ya puestos, he aprovechado para retocar
ligeramente la traducción del cuarto verso (un despiste que me saltó a los ojos
cuando abrí la revista; ¿por qué será que uno sólo tiene ojos para sus propios fallos?).
hijo de la luna, a veces.
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