Se acabó el largo día en el que tanto
y tan poco ha ocurrido.
Grandes expectativas se frustraron
para resucitar sin entusiasmo.
Los espejos cobraron vida y luego se
vaciaron,
obedeciendo los caprichos del azar.
Las manecillas del reloj de la iglesia se
movieron,
a veces suavemente, otras con brusquedad.
Cayó la noche. El cerebro y sus misterios
se adensaron. Un letrero de neón rojo
venta de
fuegos artificiales se encendió en el tejado
de un viejo y tétrico edificio al otro
lado de la calle.
Una planta de tiesto ya muy marchita
a la que nadie riega o presta atención
proyectaba su sombra en la pared del
cuarto
con lo que a mí me pareció alegría
salvaje.
Trad. J.D.
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Este es el poema que cierra The Lunatic, el libro que Simic publicó
el año pasado y cuya traducción española, si nada se tuerce, verá la luz en el
otoño de este 2016. Y me ha parecido que los versos que lo comprenden (los dos
iniciales y la «alegría salvaje» del final) son un resumen perfecto del mundo de su autor: todo
eso que ocurre en sus poemas y que parece quedar en nada, o que relata como si
nada con humor socarrón. Simic no abandona su cara de póquer habitual –a veces
lo imagino como el Eugenio de la poesía norteamericana–, pero sí ha empezado a
explorar otros tonos, incluso a coquetear tímidamente con la denuncia
sociopolítica, como en los artículos que escribe para The New York Review of Books. El viejo mago no ha enseñado aún todas sus cartas…
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