Como
si cualquier cosa pudiera
Un artículo de hace dos
años es lo que inaugura
mi hoguera esta noche.
¿En qué andaba metida? ¿Qué he hecho?
No es como si el mundo me
increpara con un «¡Haz esto!» o
un «¡Haz esto!». Y no es
como si aprender una cosa
suponga desaprender otra.
El hogar es tumbarse
cuando a una le apetece
tumbarse, un cuenco de porvenir
junto al lecho y una
ventana a la altura de la mano
de modo que al abrirse,
como un diario, las jornadas y todo su cortejo
se escabullen suavemente,
ah cuán suavemente, del dormitorio.
Trad. J.D./ El original,
aquí
Leí este breve poema de
mi casi contemporánea Vona Groarke
(Midlands, Irlanda, 1964) en un número reciente de Poetry Nation Review,
y salí de sus versos con una sonrisa de asentimiento, como si hablaran de un
lugar reconocible de mi intimidad, una experiencia que pude muy bien haber
tenido. Es un poema de extrañezas diversas: el paso del tiempo, el peso de lo
escrito, el piso inestable del cansancio, el poso de las lecciones bien
aprendidas, el modo en que la vida –esa vez, al menos– nos puso la mano en el
hombro antes de darse un respiro.
Groarke es una de las
figuras centrales de la nueva poesía irlandesa, la que emerge a comienzos de la
década de 1990, y como muchos de sus colegas ha vivido a caballo entre Irlanda,
Inglaterra y Estados Unidos. Ha publicado seis poemarios hasta la fecha, todos
publicados por Gallery Press, y una antología de su escritura primera en
Estados Unidos. Los poemas suyos que he leído confirman que hay vida, mucha
vida, después de la quinta gloriosa de Heaney, Michael Longley o Derek Mahon,
entre otros. Para muestra, este (pequeño) botón.
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