domingo, marzo 28, 2021

migas

 


 

El ciego, que vuelve a escabullirse detrás de la cortina de sus ojos.

 

 

 

La última vez que lo vi, había salido de caza. Echado en el suelo, entre rastrojos, dejaba que los gorriones le picotearan la oreja.

 

 

 

No ha parado de hablar desde que entró en el vagón. Veinte minutos de casuística legal que no dejan un cabo suelto ni un pelo fuera de sitio. «Vamos a ver, el papel lo aguanta todo», le espeta a su cliente. Un abogado, claro. Y cuántos de nosotros le estaremos dando la razón sin saberlo.

 

 

 

Han pasado quince años, y aún hoy, en el sueño, el desdén de C. al saludarme. Y los ojos astutos y altivos de su mujer, que no era la suya –la que le conocí en aquel tiempo–, pero que le iba a C. como un guante…

 

 

 

Silencio del entusiasta. La lengua hinchada del elogio no le cabe en la boca.

 


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