sábado, mayo 07, 2022

desde el corazón de las tinieblas

 


 

Carlos Peinado Elliot, ¿Sangra el abismo? Contracciones de una noche de Pascua, Barcelona, RIL Editores, 2022, 142 págs.

 

 

Estamos ante un libro singular por varias razones. Para empezar, es muy difícil encontrarle antecedentes en nuestra tradición, y habría que irse tal vez a ciertas zonas de la poesía de Zurita o de Valente para tocar el germen primero de lo que aquí estalla con tal ferocidad. Tampoco hay signos que lo anunciaran. Carlos Peinado Elliot, profesor de Literatura Española e Hispanoamericana en la Universidad de Sevilla y justamente conocido por sus estudios sobre lo sagrado en Valente, María Zambrano y algunos poetas de los 70 (Colinas, Janés o Sánchez Robayna), solo tenía a su nombre un poemario, La herrumbre herida (2011), en el que el desvelo existencial se encauzaba en hechuras más tradicionales. Bien es verdad que cabe rastrear en ese libro, in nuce, muchos de los motivos que rigen el territorio doliente de este «abismo», pero los parecidos acaban ahí. Resulta casi insólito, pues, pero también alentador, que una obra de esta naturaleza llegue hasta nosotros con relativa normalidad.

 

El título mismo, ¿Sangra el abismo? Contracciones de una Noche de Pascua, es excesivo, un aviso de lo que vamos a encontrar en su interior. Pero si este libro es excesivo, lo es a la manera en que la hipérbole, cuando necesaria, es también significativa. Nuestra época, en realidad, ha abolido esta vieja figura retórica, pero Peinado Elliot la conoce bien de sus lecturas bíblicas y la restaura como fuente primera del impulso moral que recorre el conjunto: 130 páginas de poemas en prosa a texto corrido entreverados de pasajes en verso (más un tímido aparato experimental en forma de caligramas y notas al pie) y articulados en ocho partes de diversa extensión.

 

Todos los poemas van precedidos por una divisa que remite a uno de los elementos arquitectónicos del templo cristiano –nártex, girola, pechina, hipogeo, arcosolio, etc.–, pero también a nociones de la antigüedad grecolatina (Quimera, Sibila), la escatología cristiana y la antropología. Una de ellas, la «fossa sanguinis», en alusión al templo descubierto en Westfalia en 1956 y que servía como pila del Taurobolium, el bautismo en sangre de toro del culto de Cibeles, es quizá el nudo gordiano del libro; bajo ese lema se agrupan sus textos más duros y descarnados, que escenifican de forma explícita actos de violencia, de daño, de tortura. Así los dos iniciales, en los que una figura anónima –en la que intuimos el rostro de José Bretón– prende la hoguera donde arden «los cuerpos narcotizados» de sus hijos. El libro empieza con esa hoguera y ya no ceja en su empeño de listar y describir los hechos de barbarie: una genuina marea de sangre que no da respiro al lector y en la que percibimos, en filigrana, toda clase de referencias: culturales, históricas (la Shoá, las trincheras de Verdún) y mediáticas, con indicaciones veladas a casos recientes de gran repercusión en nuestro país.

 

Entre las piezas de resistencia del conjunto destaca un poema-reportaje escalofriante sobre la matanza de Iguala en 2014, un «intermedio informativo», según lo titula su autor, que es un modelo de poesía testimonial, capaz de dar voz a los agentes de la infamia sin dejar de hacer justicia a las víctimas. Pocas veces ha tenido uno el privilegio de leer algo así en nuestra poesía reciente.

 

El polo opuesto de esta serie intermitente de «fossa sanguinis» es «vitral», donde la imagen del mar –asociada a la visión infantil– ofrece un contrapunto que se ensombrece con la del cielo en «pináculos: estrellas» o «bóvedas estrelladas». Con todo, el alivio es fugaz, momentáneo. El acento expresionista se enseñorea del conjunto y retrata una humanidad devastada por la violencia, la destrucción, la muerte: un material poco menos que intratable que el poeta, lejos de desactivar, potencia con un lenguaje de vigorosa trabazón rítmica y metafórica. Al mismo tiempo, todo el léxico está empapado de una aspiración espiritual que alienta desde el arranque y se resume en la cita de Pound que cierra el libro: «Palpable el Elíseo, aunque estuviera en las salas del infierno». Un final precario que no borra ni alivia el espanto, pero que el lector, aún sobrecogido, no puede sino agradecer.

 


Publicado originalmente en La Lectura de El Mundo, 15 de abril de 2022.

 

 


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