Las virtudes cristianas no admiten gradación mi matiz: no se puede ser bastante compasivo, algo generoso, ligeramente caritativo. Pero sí intermitencias en el tiempo: tuvo un arranque de misericordia, un acceso de humildad... La confesión es la rúbrica que permite y legitima estas discontinuidades. Como es la escritura de diarios o de cartas en las culturas protestantes: el otro, o uno mismo, convertido en confesor. En todo caso, se trata de añagazas para hacer más soportable la peor de las cercanías, la convivencia con uno mismo.
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Somos hacedores por instinto. ¿O no admiramos más, acaso –demostración siniestra–, al que se autodestruye metódicamente desde dentro que al herido o lisiado desde fuera por una calamidad inesperada? Es posible que nos apiademos más del segundo, pero no hay duda de a quién destinamos nuestro respeto más hondo. Asentimos siempre ante el hacer, incluso si es para deshacer.
"Destruye, destruye, destruye. Destruye en ti mismo, destruye a tu alrededor. Haz sitio para tu alma y para las otras almas"
ResponderEliminarSchwob
(de mi libro preferido, el de Monelle)