El tibio sol de octubre alumbra los ramajes, las blancas telarañas que ondean en el aire más limpio de la tarde. Su fulgor no calienta, tan sólo te concede una tregua de luz, una rara pureza en la que fluyes dócil, desnudo de ansiedades y deseos. El tiempo no te ha dado una sangre serena, una casa de aliento, el refugio leal de una sabiduría capaz de concertar los días con las noches, la furia y la quietud; sólo estos paréntesis fugaces, esta ilusión sin cuerpo como el verde borroso de los sauces. ¿Existe ese saber, existió alguna vez, serás capaz de hallarlo o merecerlo bajo el signo variable de los cielos? La memoria encomienda sus cenizas, los rescoldos latentes donde un turbio sentido se agazapa; su temblor, más ligero que tu nombre, oculta sin embargo una celada, los ávidos grilletes del eterno retorno. Miras el seto de boj, el laurel polvoriento en la última luz, cómo consienten ahora en apagarse bajo el áspero gris de algunas nubes. Carecen de pasado, de raíz en el tiempo. No hay temor en su ingreso reiterado en lo oscuro, en su diario replegarse sobre la tierra helada. ¿Guardan algún recuerdo de la tarde, de este aire pacífico que iguala con su lumbre las muescas de la escena, la sabia confusión de lo real? Impasibles, giran sobre sí mismos en el tiempo, sin advertir al hombre que vela, interrogante, y en el lienzo curtido de sus formas se descubre mortal, turbado por un miedo que no entiende, que no sabe esconder. El día fue un desierto que tus actos poblaron inútilmente, y esta breve quietud un espejismo a punto de anegarse en la penumbra. Sientes frío en la sangre, algo como un temblor o una inminencia. Has visto despoblarse los caminos del parque. La luz cae rasante sobre la arena sucia.
Este poema es un poco el reverso o negativo de «Elegía», que colgué aquí hace unas semanas. Lo escribí hace algo más de cuatro años y una primera versión apareció en la antología Campo abierto. Lo recupero ahora para recordar, tal vez, que no todo tiempo fue necesariamente mejor…
Me dirás que no, pero estos días así, como el tuyo, están cargados de un alma machadiana inefablemente... No sé... Leo otros blogs y no dejo de ver a MAchado por todas partres, implícito y noporque haya hecho recientemente lecturas suyas... Quizás las asumí tanto, las asimiló mi imaginación y sentires, imágenes e ideas como las tuyas me recuerdan lo que Machado me hizo sentir hace muchos años... En días grises o luminosos, me arrasa esa misma melancolía maravillosa, cargado de preguntas y pensamientos, de amor y reproche y de verdades a medias que prefiero a veces no ver, esconder y sólo sentir hondamente...
ResponderEliminarUn saludo
Te sigo desde hace tiempo, pero hoy estoy aquí... UN gusto leerte..
Un saludo
gracias, carlos, no dejes de pasarte siempre que quieras, y que puedas. Machado... la verdad es que me pasa como a ti, lo tengo tan leído y digerido desde hace años que supongo que sale casi sin pensar, sin ser consciente de ello. Un saludo, J12
ResponderEliminarPues lo dicho, mi más sincera enhorabuena por tus palabras...
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