BITÁCORA DE JORDI DOCE. Mis últimos poemarios son En la rueda de las apariciones. Poemas 1990-2019 (Ars Poetica, 2019) y No estábamos allí (Pre-Textos, 2016). Además de traducir la poesía de William Blake, Anne Carson, T.S. Eliot y Charles Simic, entre otros, he publicado los cuadernos Hormigas blancas y Perros en la playa, y los libros de artículos y de crítica Imán y desafío, Curvas de nivel y Las formas disconformes. He reunido mis versiones de poesía en Libro de los otros (Trea, 2018).
miércoles, marzo 18, 2009
brevemente
El ensayo, el aforismo o la reflexión moral son géneros breves no sólo por las ventajas de la brevedad o la mayor agudeza (cierta agilidad imprevisible) del pensamiento fragmentario y asistemático. La pretensión tácita de lectores y críticos es que su autor respalde sin ambages todo lo dicho, lo apuntado, lo sugerido: no con argumentos más o menos trabados sino con su ejemplo. Se trata de una condición que parece asegurar, para muchos, la veracidad de lo escrito. Pero es también una petición de responsabilidad que abruma al escritor y le sugiere la conveniencia de callar más largamente de lo que quisiera. Podríamos llamar a esta petición de ser carne con la carne del libro el «imperativo ejemplar». La novela es, sin embargo, el dominio de lo extenso, de lo expandido. Como el bufón antiguo, el novelista tiene venia para decir cuanto quiera y no está en la obligación de rendir cuentas: es un irresponsable en el mejor sentido de la palabra, pues busca que sean sus personajes los interpelados. Lo mismo, durante un tiempo, le pasó al poeta, cuyos personajes son sus palabras. El novelista está lejos y distante de sus creaciones y pretende que se defiendan solas. Y cuanto más amplias sean, más capaces de devorar a sus lectores, mejor podrán defenderse. Aunque un síntoma de modernidad es la facilidad con que el «imperativo ejemplar» se ha contagiado, también, a poetas y novelistas, a un Milosz o un Camus, por poner dos ejemplos admirables.
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