jueves, junio 25, 2009

escuela de calor 2

Wim Wenders, Librería de segunda mano, Butte, Montana


Volvía a casa a la hora de comer y era como si hubiera ingresado de pronto en las páginas de El extranjero: la calle casi desierta, con sólo algunos paseantes encogidos, la luz negra y violenta, el calor espeso que moja los párpados y la nuca. Esa atmósfera irreal en la que cualquier acto parece posible y todo adquiere el aura de una premonición, una inminencia. Iba por la margen de sombra, ofuscado por el cansancio, y cada cruce con un extraño −ese momento en que dos cuerpos se apartan sutilmente aun cuando hay espacio entre ellos− se erizaba de posibilidades. Fueron cuatro, cinco minutos, lo que tardé en llegar a mi portal desde el parque. Una especie de alucinación privada provocada por el extraño y ominoso silencio de las calles. Sin multitudes que la estorbaran, la mente se sintió con fuerzas para plantar sus fantasmas y jugar con ellos, ignorante de que pronto se pasarían al bando de la luz de mediodía. Cuando quiso corregir su error de cálculo ya era tarde.

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