Acaban de llegarme los primeros ejemplares del último número de la revista canaria La Página, dedicado íntegramente a la figura y la obra de José Ángel Valente. Un dossier que comencé a coordinar hace unos meses y en el que se incluyen ensayos de (los cito por orden de aparición en la revista) Antonio Méndez Rubio, José Luis Gómez Toré, Marcos Canteli, Marta Agudo, Luis Muñiz, Carlos Peinado Elliot, Pietro Taravacci, Julio Pérez-Ugena y María do Cebreiro Rábade Villa, además de un servidor. Se incluyen también no pocas imágenes y fotografías: alguna, de Antonio Gálvez, aunque la portada es para una foto de Uly Martin.
Copio el índice:
«Palabra y agujero: La poesía imposible de José Ángel Valente», Antonio Méndez Rubio
«Formas y ausencias de lo sagrado en la poesía de José Ángel Valente», José Luis Gómez Tore
«Fragmentos para una lírica negativa», Marcos Canteli
«Arduo sobrevivir a lo vivido», Marta Agudo Ramírez
«Hurgar en el limo», Luis Muñiz
«La influencia de Boehme en Tres lecciones de tinieblas: ‘Alef’ y ‘Bet’», Carlos Peinado Elliot
«Hacia el saber de la nada en Valente», Pietro Taravacci
«Lecturas inglesas: José Ángel Valente traductor de John Donne y G.M. Hopkins», Jordi Doce
«Muerte, piedad y memoria», Julio Pérez-Ugena
«Los límites del poema no son los límites del mundo. Una lectura de Cantigas de alén», María do Cebreiro Rábade Villa
Estoy muy contento con el resultado. Ha sido una ocasión, como digo en el texto de presentación, para dar la alternativa a críticos y poetas jóvenes que iniciaron su actividad intelectual cuando Valente se acercaba al final de su vida y que, en consecuencia, tienen otro horizonte histórico y hasta vital (o emocional) a la hora de abordar su obra. En todos ellos, sin embargo, hay una profunda admiración por Valente y una conciencia aguda de que estamos ante una de las realizaciones mayores de la poesía española, y europea, del siglo pasado.
Incluyo seguidamente el texto de introducción del dossier, en el que me permito una breve (y ojalá que no impertinente) digresión autobiográfica. Creo que a veces estudiar cómo llegamos o cómo llegó a nosotros una obra puede ayudar a entenderla. Nada existe en el vacío, y menos que nada la literatura, las palabras. En última instancia, declarar esa raíz biográfica no es otra cosa que hacer justicia a la capacidad de una obra para modelar nuestra sensibilidad, hacerse parte de nosotros.
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Valente en La Página
Cuando se cumplen ochenta años de su nacimiento, y nueve de su muerte −fatalmente anunciada− en Ginebra, la obra literaria de José Ángel Valente tiene mucho de aquella altura y majestuosidad que Basil Bunting, tomando los Alpes como término de comparación, atribuía a los Cantos de Pound, pero es también un cuerpo vivo, recorrido por fuerzas que no han perdido un ápice de su fertilidad, su aguijadora capacidad de alumbramiento, su pertinente impertinencia. Otros creadores, al morir, se convierten en algo parecido a la estatua de Ozymandias del poema de Shelley, dueños crispados de su propia soledad desértica, pero no así Valente. La reciente publicación de sus Obras completas en dos volúmenes que recogen la totalidad de sus poemas, traducciones y ensayos nos ha permitido calibrar con precisión hasta qué punto su trabajo está en el centro de los conflictos, tensiones y líneas de fuga de la modernidad occidental; una modernidad que en España, al menos en el ámbito literario, siempre ha sido cosa precaria, casi vergonzante o clandestina. Por decirlo con rotundidad: los poemas y ensayos de Valente nacen de una reflexión profunda −una reflexión que incluye, como es obvio, abundantes intuiciones y elementos de orden inconsciente− sobre el paisaje en ruinas de la posguerra española y, por extensión, europea, un fruto singularmente decantado y responsable de una tradición cultural que, por los años en que el poeta da a conocer sus primeros trabajos, se esfuerza en digerir el impacto desmedido de nuestra guerra civil y de dos guerras mundiales cuya entraña de vileza todavía perturba nuestros sueños. Tengo la sospecha de que la peculiar perfección y belleza de muchos poemas de El fulgor o Mandorla, en los que Valente retoma la herencia simbolista por vía de una soberbia actualización del lenguaje de la mística, ha oscurecido aquel tramo de su obra −en concreto, el que va de La memoria y los signos a Treinta y siete fragmentos− en el que se ofrece un examen impiadoso y lleno de amargura, casi nihilista, del tejido sociocultural de una Europa que, sin ser ya del todo la nuestra, la antecede y constituye. Esta obra, con sus particulares acentos y modulaciones, se mueve por derecho dentro de esa poesía de la austeridad con que un perspicaz Michael Hamburger caracterizó a finales de los años sesenta propuestas tan diversas como las de Paul Celan, Zbigniew Herbert, Tadeusz Rosewicz, Franco Fortini, Bertolt Brecht, el último Montale o el Ted Hughes de Cuervo y Gaudette. Propuestas que coinciden en su sesgo irónico −una ironía trágica y a menudo, como en Valente, de expresión violenta−, una consideración ambivalente y llena de desconfianza de la palabra −a la que se reprocha su carácter maleable, su lastre de lenguajes envejecidos o fosilizados, su tendencia a vestirse con los brillos engañosos de la retórica− y una noción de compromiso que impugna las adhesiones partidistas o ideológicas para convertirse en una especie de Pepito Grillo que, con escrúpulo alerta y mucho de mala conciencia, vigila hasta la extenuación cada movimiento del poeta.
En este sentido, y sin ánimo de incurrir en fáciles o inexcusables personalismos, no puedo dejar de evocar mi primera impresión de la poesía de Valente, el modo en que aquella obra se presentó a los ojos de un lector inexperto y adolescente cuyo bagaje de lecturas no pasaba, en el mejor de los casos, de la generación del 27. La frecuentación de Punto cero en la biblioteca del instituto fue un ejercicio de perplejidad y extrañamiento que, de un modo u otro, ha seguido estando presente en todas mis lecturas posteriores. Apenas comprendía muchos textos, su abanico de referencias, los nombres y realidades que latían detrás de sus elipsis, la causa y el alcance de sus desplantes irónicos. Pero la materialidad misma de los poemas era fascinante, el modo en que las palabras, acorazadas bajo capas de pudor y reticencia y lúcida cautela, bullían con violencia contenida, suspicaces y amenazantes. Lo confirmó años después en sus Notas de un simulador: «La poesía… es, antes que nada o mucho antes de que pueda llegar a ser comunicación, incomunicación, cosa para andar en lo oculto, para echar púas de erizo y quedarse en un agujero sin que nadie nos vea […]». Pero ya en «Lo sellado», un breve poema de El inocente, había sugerido «cer[car] el amor y cuanto poseemos / con muy secretas láminas de frío». La lectura de Punto cero, revivió una experiencia que, en el orden musical, sólo había sentido hasta entonces (hablo de mi adolescencia) con algunos discos del gran Robert Fripp: la percepción inmediata, más acá de dificultades de comprensión y desciframiento, de un chorro de energía controlada y difícil que inquietaba certezas heredadas y lugares comunes.
Cierro aquí este paréntesis confesional, no sin añadir que la obra de Valente, más allá de su innegable belleza, ha constituido para numerosos creadores −y en concreto, me atrevo a afirmar, para todos los que han aceptado participar en este número de homenaje− un ejemplo moral e intelectual de primer orden, un testimonio aleccionador de compromiso con la palabra poética. Ningún otro poeta español de su tiempo, con la posible excepción de Jaime Gil de Biedma, ha concitado de tal modo adherencias que van más allá del aprecio estético. Y esto es así porque, como en el caso de su admirado Luis Cernuda, Valente plantea su apuesta simultáneamente en tres órdenes o planos que a su juicio no admiten separación: así, la fuerza emotiva del poema es inextricable de la finura intelectual y de la vigilancia moral que acompañan y condicionan –filtran, matizan, ajustan– su aparición. Su actitud se resume, en gran medida, en una sola palabra: reserva. Nuestro autor tuvo siempre muy presente el ejemplo de Cordelia y su respeto intransigente por la palabra. Un respeto en el que tienen igual peso la hipersensibilidad y la desconfianza: mejor no decir nada o decir poco a que lo dicho mienta o nos traicione. Valente fue siempre un poeta lacónico, sabedor de que las palabras pueden ser infinitamente manipuladas, tergiversadas e instrumentalizadas. Su obra ha sido, ante todo, una lucha contra las imposiciones del poder y sus fantasmas: la demagogia, la servidumbre, la mentira. Cordelia se niega a halagar a Lear y su negativa encierra un rechazo tácito a satisfacer las demandas del poder, esto es, a utilizar su lenguaje: Lear espera una declaración incondicional y Cordelia pone la condición de su reserva. Este rechazo de la palabra instrumentalizada constituye el eje de lo que Andrés Sánchez Robayna ha llamado «la dimensión moral» de su obra.
Han sido muchos los poetas y críticos que se han ocupado con inteligencia y pasión (la pasión crítica de que hablara Octavio Paz) de esta obra, empezando por el mismo Valente, muchos de cuyos textos críticos pueden entenderse como glosas y paráfrasis interesadas −no siempre, por cierto, fiables o transparentes− de los poemas mismos. La bibliografía al respecto es extensa y cubre los asuntos y los acercamientos más diversos, desde trabajos sólidamente académicos a ensayos literarios de certera y punzante brevedad. A punto de cumplirse los diez años de la muerte del poeta, sin embargo, parece razonable y hasta conveniente privilegiar el punto de vista de creadores y críticos jóvenes, dar la alternativa, como si dijéramos, a quienes comenzaron su itinerario intelectual cuando Valente enfilaba ya el tramo final de su producción. Es una prueba, por último, de la perduración de estos poemas en el tiempo, de su facultad para generar nuevas lecturas y extraer lo mejor de sus comentaristas. Así este dossier de homenaje que publica ahora la revista La Página. Además de escrutinios de libros concretos (No amanece el cantor, Cántigas de Alén…) y estudios más generales de orden conceptual, se ha reivindicado la mirada comparatista, el examen de las relaciones de Valente con otros escritores y tradiciones poéticas: su lectura de Jacob Boehme, su acercamiento a Montale, sus versiones de poesía inglesa… El resultado es un acercamiento poliédrico, de facetas diversas pero complementarias, que permite indagar no sólo en la naturaleza de esta escritura sino también en su potencial de impregnación. Resulta difícil, desde luego, predecir las posibles formas que podría adoptar su herencia, pues carecemos de perspectiva para cartografiar tales cambios, pero estos ensayos señalan, al menos, ciertos motivos recurrentes que sus autores comparten con el autor de Fragmentos de un libro futuro. Un libro futuro, por cierto, el de nuestra poesía, que no será posible escribir sin dialogar con el ejemplo de Valente, siquiera para avanzar en otra dirección. Contribuir a ese diálogo, fundamento de cualquier ejercicio creador o crítico digno de su nombre, es la primera responsabilidad que estas páginas reconocen.
Querido Jordi, visto el plantel de interesantes artículos reunidos en "La Página" en torno a Valente, creo que has hecho mal en dejar fuera de las visiones valentianas a alguien del Archipiélago, alguien de edad y altura similar... Y creo que los hay. Supongo que habrá razones para que ningún canario pueda hablar sobre el maestro de muchos buenos poetas de las Islas que conozco. Bueno, eso era todo, un saludo.
ResponderEliminarF. León
La hay, querido Paco. Como te expliqué en su momento, fue la dirección de la revista la que puso la condición de que debían ser poetas y críticos no canarios. Supongo que tiene que ver con ciertas cuotas de representación de la revista: hubo un número hace poco exclusivamente dedicado a Canarias y tal vez hayan querido compensar por ahí. En cualquier caso, lamento tu disgusto. Un abrazo, J12
ResponderEliminarCreo que tus palabras son acertadas. De todas formas, su obra era muy necesaria en el panorama español.
ResponderEliminarUn cordial saludo
Muy interesante tanto la noticia de la publicación como tu texto. Comparto la valoración de que Valente y Gil de Biedma son los dos faros mayores de su generación, quizás con Claudio Rodríguez como la tercera y cada vez más valorada voz de ese prodigioso y tan poco longevo "grupo". Y, efectivamente, el segundo volumen de las Obras Completas de Valente, lleno de sorpresas, permite calibrar su importancia como observador atento a las líneas más fecundas de la poesía y el arte del siglo xx, incluido el cine. Pensar que ya habría cumplido 80 años (desde abril) me parece simplemente increíble... ¡Cómo pasa el tiempo!
ResponderEliminarGracias, Alfredo y Luis. Sí, pasa rápido el tiempo, en efecto. Y estoy de acuerdo en que habría que sumar a Claudio Rodríguez, aunque Claudio fue mucho menos programático, o al menos lo fue de manera muy sutil y tolerante, y quizá por eso tuvo menos capacidad de arrastre... Pero es un enorme poeta, claro. Abrazo, J12
ResponderEliminarMuy generoso y atildado ese artículo sobre Valente. Hay que seguir elevando ese nombre, como otros necesarios.
ResponderEliminarSaludos
Gracias, Macarena. Una alegría saberte por aquí. Saludos, J12
ResponderEliminarEstimado Jordi,
ResponderEliminarSolo quería felicitarte por esa labor de coordinación en la revista "La Página" y comentarte que soy un gran admirador de José Ángel Valente, por lo que tendría muchísimo interés en adquirir un ejemplar de esa revista, ¿Podrías darme una dirección o teléfono de contacto? También me gustaría invitar a los amigos de aquí a compartir material de vídeo sobre Valente, tengo el documental de David del Aguila y algún inédito muy interesante, si alguien está interesado mi correo es mgmesp@hotmail.com . Un saludo y muchas gracias por todo.
Estimado Jordi: También yo estoy interesado en adquirir un ejemplar del número de "La Página" con el monográfico sobre Valente. Como vivo en el extranjero, no sé si me podrías indicar alguna librería por internet o dirección para comprarlo, ya que en las que la he buscado no lo tenían. Muchas gracias.
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