domingo, junio 14, 2009

Ruskin en Fonte Branda


Las luciérnagas de Fonte Branda

Vi Fonte Branda por última vez con Charles Norton, bajo los mismos arcos desde donde la vio Dante. Juntos bebimos de ella, y juntos caminamos aquel atardecer por las colinas, donde las luciérnagas brillaban caprichosamente en el aire aún no oscurecido, entre los matorrales aromáticos. ¡Cómo brillaban!, moviéndose como luz de estrellas finamente astillada entre las hojas purpúreas. ¡Cómo brillaban! por el ocaso que tres días antes, mientras entraba en Siena, se desvaneciera en una noche tormentosa, los blancos bordes de las nubes montañosas aún encendidos desde poniente, y el cielo abiertamente dorado en calma tras la Puerta del corazón de Siena, con sus palabras aún doradas, «Cor magis tibi Sena pandit», y las luciérnagas por doquier, en cielo y nubes, levantándose y cayendo, mezcladas con los relámpagos, y más intensas que las estrellas.



El responsable de una conocida editorial de textos clásicos me propuso hace años la preparación de una amplia antología de la poesía victoriana. El hombre se jubiló poco después y el proyecto cayó en el olvido, creo que por fortuna, pues habría supuesto una carga de trabajo descomunal. Sin embargo, me dio tiempo a embarcarme en una serie de lecturas y relecturas que afinaron mi conocimiento de aquel periodo; entre otros efectos benéficos, me confirmaron la fuerza lírica de la prosa de John Ruskin (1819-1900), de quien se podría hacer una hermosa selección de fragmentos que son, en realidad, algunos de los poemas en prosa más intensos y memorables de su tiempo. Poemas que andan inscritos y diseminados a lo largo y ancho de una obra copiosa, casi olvidada a excepción de dos o tres libros que salpican las estanterías de las librerías de segunda mano y que tan importantes fueron para la educación estética de la Inglaterra eduardiana (como ha recordado, entre otros, el laborista Roy Hattersley, no había ningún socialista digno de ese nombre que no tuviera un libro de Ruskin en su biblioteca). Este fragmento de 1889, el último de Praeterita, su libro de memorias, recuerda la visita que había hecho veinte años antes a Fonte Branda con su amigo el escritor y crítico norteamericano (y uno de los prohombres de la Universidad de Harvard) Charles Eliot Norton. Es lo último que escribió antes de caer postrado por la demencia senil que lo acompañó hasta su muerte, diez años más tarde. Como el gran poema de su citado y admirado Dante, termina con la palabra «estrellas».
   

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