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Cuando uno aprende que escribir una página feliz no da siquiera un minuto de felicidad, que no cambia nada en nosotros ni en quienes nos rodean en relación con nosotros, que no nos hace más sabios ni más ligeros, que su felicidad –la de la página– es autónoma y sólo podrá iluminar a terceros a distancia, sin que nosotros lo sepamos o podamos incluso sospecharlo, cuando uno recibe estos fragmentos de decepción, digo, sobreviene una segunda vida, una calma modesta hecha de espacio libre, de irresponsabilidad, que es como decir de nueva juventud, precisamente porque no se tiene nada, se espera menos, y en este páramo preventivo ya no hay ambiciones que agosten prematuramente el deseo.
En este espacio libre es probablemente donde todavía es posible ser.
ResponderEliminarEn este espacio libre probablemente es donde todavía es posible ser.
ResponderEliminarEso es lo que tiene el escribir. Cuando suena la flauta, la oyen muy poquitos y a a esperar otra vez.
ResponderEliminarEl peor oficio del mundo.
Bueno, los hay mucho peores, José Antonio, y se me ocurren unos cuantos, pero desde luego genera no poca insatisfacción. Saludos, J12
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