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La copa es grande y ancha de fondo, excesiva para el pie que la sostiene. La luz de la barra brilla con fijeza detrás de los cubos de hielo y la ginebra casi helada, casi palpable. Hablas con la lucidez imprevista y falsa y convincente del alcohol, respiras tras la cortina de la música y escuchas, o finges escuchar, lo que un rostro súbitamente contraído te dice como una revelación. Y luego el mandato saludable de la decadencia, los adioses truncos, el aire de la calle que te exalta y te hace saltar olas imaginarias. Estabas por entero ahí y estaba todo claro. El alcohol borraba la grieta entre el cuerpo y su sombra, la distancia del pensamiento al acto. Y entonces ni pensar ni hacer fueron posibles, sólo un cuerpo sombrío, el crespón de la sangre saltando sobre sí misma.
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Todo el texto parece estar colgado del "entonces" de la última frase: por él vemos la caída de la conciencia en la (cuenta de la) corriente temporal. Y luego nos remata la cuchilla de las últimas palabras.
ResponderEliminarEl crespón de la sangre salta sobre sí mismo pero ¡el trasfondo es tan amarillo...! Y se me queda, así como quien dice balbuciendo, una pregunta ¿qué es lo íntenso lo que se dibuja o lo que se desdibuja?
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