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Fantasmas, enemigos que anidan en la grieta entre un día y otro. Pasa rápido, con firmeza. Si dudas o te entretienes, siquiera un instante, se cuelan sin remedio, todo lo infestan.
La existencia está llena de peldaños exentos, que cuelgan en el aire sin apoyo. Míralos bien. Están pidiendo que uno arrime su escalera a ellos.
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BITÁCORA DE JORDI DOCE. Mis últimos poemarios son En la rueda de las apariciones. Poemas 1990-2019 (Ars Poetica, 2019) y No estábamos allí (Pre-Textos, 2016). Además de traducir la poesía de William Blake, Anne Carson, T.S. Eliot y Charles Simic, entre otros, he publicado los cuadernos Hormigas blancas y Perros en la playa, y los libros de artículos y de crítica Imán y desafío, Curvas de nivel y Las formas disconformes. He reunido mis versiones de poesía en Libro de los otros (Trea, 2018).
lunes, mayo 30, 2011
sábado, mayo 28, 2011
reconocimiento
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Cualquiera que haya vivido de primera mano el curso de la poesía española a lo largo de los últimos veinte años convendrá conmigo, creo, que el ambiente es ahora mucho más rico, más plural, más respirable. Los viejos dogmatismos, las viejas oposiciones binarias que tanto empobrecieron el debate y nos convirtieron en bandos de beatas que poníamos velas a los santones de turno, se han ido diluyendo hasta perder peso y figura, convirtiéndose en fantasmas un poco cansinos e incluso ridículos. Más que nunca, nuestra poesía es un ámbito de libertad y convivencia, de respeto hacia lo otro y lo distinto. Sigue habiendo un buen trecho por recorrer, como nos recuerdan ciertas operaciones editoriales, tan triviales como regresivas, que quisieran llevarnos de vuelta al pasado, pero entre todos, poetas, traductores, lectores y editores, se ha ido tejiendo una red de lecturas y escuchas que nos enriquece a todos y de la que sólo un temperamento muy mezquino o muy cobarde podría desconfiar. Empleo la palabra red a propósito: me da la impresión de que Internet ha sido una herramienta fundamental para ir abriendo espacios de debate, de intercambio de información, de libertad crítica… Ya no son las editoriales los únicos agentes de difusión, los únicos intermediarios entre poetas y lectores: los márgenes han crecido y tienen ahora una importancia y un peso capaz de poner en cuestión la forma de trabajar del centro. Bien es verdad que ahora padecemos la tenia de los anónimos, el encubrimiento rastrero del que arroja la piedra y esconde la mano, pero quizá es el precio a pagar por la existencia de la red, y más en un país como el nuestro, donde la gente sabe –por experiencia– que los ejercicios de franqueza y honestidad suelen provocar represalias, y donde todos somos muy valientes hasta que corremos el riesgo de ser castigados públicamente.
Cuando pienso en los protagonistas de este cambio, en las personas que han liderado, por así decirlo, este viaje de nuestra poesía hacia la pluralidad, uno de los que se destaca más claramente es Sergio Gaspar, el creador y responsable de DVD Ediciones. A punto de cumplir los quince años de existencia, la editorial de Sergio ha sido un lugar de referencia y también un refugio, un albergue propicio. Sé bien que la figura de Sergio despierta ciertas reticencias –como las despierta cualquier editor, por la sencilla razón de que su trabajo pasa por evaluar y discriminar el trabajo ajeno– y que algunas de sus elecciones han sido, como poco, discutibles. Pero ¿qué editor no se ha equivocado alguna vez o se ha dejado arrastrar por intuiciones poco atinadas? Ningún catálogo editorial es intachable y el de DVD Ediciones no es una excepción, pero pocos son tan sostenidamente ambiciosos y ricos y anchos de miras como el que Sergio ha ido construyendo con la ayuda excepcional de Eduardo Moga (y hasta en la elección de Eduardo como codirector de la colección de poesía se percibe la inteligencia de Sergio, su saber muy bien quién le complementa y le completa). ¿Qué otra editorial española ha logrado hacer convivir sin fisuras a Julieta Valero y Martín López-Vega, a Miguel Casado y José Ángel Cilleruelo, a Antonio Méndez Rubio y José Luis Piquero, a Tomás Sánchez Santiago y Elena Medel, a Manuel Vilas y Juan Andrés García Román, a Jorge Riechmann y uno mismo? Por no hablar de las antologías (Campo abierto, Feroces…) y las traducciones de poesía extranjera, que han tenido una influencia decisiva en muchos lectores: pienso en los dos libros de Ashbery editados por Julián Jiménez Heffernan, en el Simic de Martín López-Vega, en Geoffrey Hill, en el Rimbaud de Miguel Casado y Eduardo Moga… Quizá más que ningún otro editor, el afán de Sergio Gaspar ha sido precisamente el de abrir campo, dinamitar viejas banderías y cuestionar las certezas que muchos habíamos heredado sin sospecha. Ha tenido éxito en su empeño, en gran medida, aunque pocos se lo quieran reconocer (y menos públicamente). Quince años después de poner en marcha este DaViD editorial, creo que su influencia en el devenir de la poesía española es innegable. También que, con los inevitables lunares, ha sido rotundamente benéfica.
Diría que uno de los símbolos de este espíritu es su página web, llevada con mano maestra por el poeta y helenista Juan Manuel Macías. No conozco ninguna otra que se haya convertido, a todos los efectos, en una revista virtual abierta a todos los autores, no sólo a quienes publican en la editorial. Aquí se adelantan contenidos o se difunden novedades de otros sellos, se publican textos de poética o se responde a cuestiones de actualidad con breves textos polémicos, como el que escribió el propio Sergio hace un par de años a cuenta del Premio Nacional de Poesía. Ahora, Sergio y Juan Manuel han invitado a un puñado de amigos y conocidos de la casa a que hablemos de nuestras novedades con motivo de la Feria del Libro de Madrid, aun a sabiendas de que pocos libros pasan más desapercibidos en las casetas que los nuestros. No sé por qué motivo, me ha tocado ser el primero en hablar. Es un cuestionario breve, pero hemos intentado que tuviera algo de jugo, de gracia. Estad atentos, pues habrá nuevos invitados a lo largo de estas dos semanas.
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Cualquiera que haya vivido de primera mano el curso de la poesía española a lo largo de los últimos veinte años convendrá conmigo, creo, que el ambiente es ahora mucho más rico, más plural, más respirable. Los viejos dogmatismos, las viejas oposiciones binarias que tanto empobrecieron el debate y nos convirtieron en bandos de beatas que poníamos velas a los santones de turno, se han ido diluyendo hasta perder peso y figura, convirtiéndose en fantasmas un poco cansinos e incluso ridículos. Más que nunca, nuestra poesía es un ámbito de libertad y convivencia, de respeto hacia lo otro y lo distinto. Sigue habiendo un buen trecho por recorrer, como nos recuerdan ciertas operaciones editoriales, tan triviales como regresivas, que quisieran llevarnos de vuelta al pasado, pero entre todos, poetas, traductores, lectores y editores, se ha ido tejiendo una red de lecturas y escuchas que nos enriquece a todos y de la que sólo un temperamento muy mezquino o muy cobarde podría desconfiar. Empleo la palabra red a propósito: me da la impresión de que Internet ha sido una herramienta fundamental para ir abriendo espacios de debate, de intercambio de información, de libertad crítica… Ya no son las editoriales los únicos agentes de difusión, los únicos intermediarios entre poetas y lectores: los márgenes han crecido y tienen ahora una importancia y un peso capaz de poner en cuestión la forma de trabajar del centro. Bien es verdad que ahora padecemos la tenia de los anónimos, el encubrimiento rastrero del que arroja la piedra y esconde la mano, pero quizá es el precio a pagar por la existencia de la red, y más en un país como el nuestro, donde la gente sabe –por experiencia– que los ejercicios de franqueza y honestidad suelen provocar represalias, y donde todos somos muy valientes hasta que corremos el riesgo de ser castigados públicamente.
Cuando pienso en los protagonistas de este cambio, en las personas que han liderado, por así decirlo, este viaje de nuestra poesía hacia la pluralidad, uno de los que se destaca más claramente es Sergio Gaspar, el creador y responsable de DVD Ediciones. A punto de cumplir los quince años de existencia, la editorial de Sergio ha sido un lugar de referencia y también un refugio, un albergue propicio. Sé bien que la figura de Sergio despierta ciertas reticencias –como las despierta cualquier editor, por la sencilla razón de que su trabajo pasa por evaluar y discriminar el trabajo ajeno– y que algunas de sus elecciones han sido, como poco, discutibles. Pero ¿qué editor no se ha equivocado alguna vez o se ha dejado arrastrar por intuiciones poco atinadas? Ningún catálogo editorial es intachable y el de DVD Ediciones no es una excepción, pero pocos son tan sostenidamente ambiciosos y ricos y anchos de miras como el que Sergio ha ido construyendo con la ayuda excepcional de Eduardo Moga (y hasta en la elección de Eduardo como codirector de la colección de poesía se percibe la inteligencia de Sergio, su saber muy bien quién le complementa y le completa). ¿Qué otra editorial española ha logrado hacer convivir sin fisuras a Julieta Valero y Martín López-Vega, a Miguel Casado y José Ángel Cilleruelo, a Antonio Méndez Rubio y José Luis Piquero, a Tomás Sánchez Santiago y Elena Medel, a Manuel Vilas y Juan Andrés García Román, a Jorge Riechmann y uno mismo? Por no hablar de las antologías (Campo abierto, Feroces…) y las traducciones de poesía extranjera, que han tenido una influencia decisiva en muchos lectores: pienso en los dos libros de Ashbery editados por Julián Jiménez Heffernan, en el Simic de Martín López-Vega, en Geoffrey Hill, en el Rimbaud de Miguel Casado y Eduardo Moga… Quizá más que ningún otro editor, el afán de Sergio Gaspar ha sido precisamente el de abrir campo, dinamitar viejas banderías y cuestionar las certezas que muchos habíamos heredado sin sospecha. Ha tenido éxito en su empeño, en gran medida, aunque pocos se lo quieran reconocer (y menos públicamente). Quince años después de poner en marcha este DaViD editorial, creo que su influencia en el devenir de la poesía española es innegable. También que, con los inevitables lunares, ha sido rotundamente benéfica.
Diría que uno de los símbolos de este espíritu es su página web, llevada con mano maestra por el poeta y helenista Juan Manuel Macías. No conozco ninguna otra que se haya convertido, a todos los efectos, en una revista virtual abierta a todos los autores, no sólo a quienes publican en la editorial. Aquí se adelantan contenidos o se difunden novedades de otros sellos, se publican textos de poética o se responde a cuestiones de actualidad con breves textos polémicos, como el que escribió el propio Sergio hace un par de años a cuenta del Premio Nacional de Poesía. Ahora, Sergio y Juan Manuel han invitado a un puñado de amigos y conocidos de la casa a que hablemos de nuestras novedades con motivo de la Feria del Libro de Madrid, aun a sabiendas de que pocos libros pasan más desapercibidos en las casetas que los nuestros. No sé por qué motivo, me ha tocado ser el primero en hablar. Es un cuestionario breve, pero hemos intentado que tuviera algo de jugo, de gracia. Estad atentos, pues habrá nuevos invitados a lo largo de estas dos semanas.
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miércoles, mayo 25, 2011
molde
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Esa variante vampírica del narcisismo que busca en el rostro amado, no el doble o reflejo del propio, sino su complementario. Que no lo busca, mejor dicho, sino que trata por todos los medios de moldearlo con ayuda del tiempo. Se rebela y se asusta cuando ese mismo tiempo, afincado en sus privilegios de cómplice, lo fulmina o lo aparta de su lado: de pronto, todo ese vacío es el vaciado de su rostro, la carcasa del muerto que ha comenzado a ser.
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Esa variante vampírica del narcisismo que busca en el rostro amado, no el doble o reflejo del propio, sino su complementario. Que no lo busca, mejor dicho, sino que trata por todos los medios de moldearlo con ayuda del tiempo. Se rebela y se asusta cuando ese mismo tiempo, afincado en sus privilegios de cómplice, lo fulmina o lo aparta de su lado: de pronto, todo ese vacío es el vaciado de su rostro, la carcasa del muerto que ha comenzado a ser.
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lunes, mayo 23, 2011
invisible
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Hace pocas semanas, al término de su perspicaz lectura de Perros en la playa, el poeta Álvaro Valverde confesaba que había escrito un poema a partir de uno de los fragmentos del libro, una suerte de objet trouvé hecho con las palabras que escribí –algo alocadamente– hace siete años sobre el lugar que le estaba reservado en nuestro mundo a ciertos escritores (seguramente también yo estaba confesándome, aunque quisiera disfrazarlo de mala teoría). Curiosamente, este fragmento forma parte de las notas que decidí no publicar en esta página, así que puedo dar ahora el poema –que Álvaro me ha enviado hace unos días– casi como una primicia. También como un texto a dos manos, una obra en colaboración que no sería posible sin una amistad de casi veinte años, esa cercanía o complicidad que se establece con el tiempo. En cierto modo, la operación de reescritura de Álvaro me reafirma en la idea de que hay mucha poesía en Perros en la playa, aunque no adopte la forma ortodoxa del poema. También de que a la casa común de la escritura se llega por muchas puertas, aunque no todos quieran darse cuenta o cuiden esa casa por igual. En fin, glosas aparte, aquí está el poema. Obrigado, Álvaro, de corazón.
Invisibilidad
Siguiendo tu consejo,
estoy atado al mástil de mí mismo.
al de mi soledad, al de mi orgullo,
al de mi condición de persona invisible.
Ni juez ni periodista
y menos policía;
el que va por ahí sin ser notado
y capta de un vistazo
el sentido de ésta o de cualquier escena;
el que sale de casa y vuelve a ella
sin anclaje posible en sitio alguno.
Soy el furtivo, en suma.
El tiempo nos devora,
nos consume, vacía de nosotros
todo aquello
que acaso contenemos de valioso:
envidia nuestros cuerpos, la materia
donde el recuerdo tiene asiento
y nos permite ir y venir
por las calles de los años
con secreta libertad.
Por tal razón
hay que vivir con disimulo,
perdido entre la multitud
pero a un palmo de ella
para que así no nos advierta el tiempo
y que pase de largo
y sin embargo se deje ver
ante nosotros: sus testigos,
sus observadores, sus escribas.
Aunque nadie
nos haya confirmado en nuestro puesto,
y precisamente porque nadie lo ha hecho.
Hace pocas semanas, al término de su perspicaz lectura de Perros en la playa, el poeta Álvaro Valverde confesaba que había escrito un poema a partir de uno de los fragmentos del libro, una suerte de objet trouvé hecho con las palabras que escribí –algo alocadamente– hace siete años sobre el lugar que le estaba reservado en nuestro mundo a ciertos escritores (seguramente también yo estaba confesándome, aunque quisiera disfrazarlo de mala teoría). Curiosamente, este fragmento forma parte de las notas que decidí no publicar en esta página, así que puedo dar ahora el poema –que Álvaro me ha enviado hace unos días– casi como una primicia. También como un texto a dos manos, una obra en colaboración que no sería posible sin una amistad de casi veinte años, esa cercanía o complicidad que se establece con el tiempo. En cierto modo, la operación de reescritura de Álvaro me reafirma en la idea de que hay mucha poesía en Perros en la playa, aunque no adopte la forma ortodoxa del poema. También de que a la casa común de la escritura se llega por muchas puertas, aunque no todos quieran darse cuenta o cuiden esa casa por igual. En fin, glosas aparte, aquí está el poema. Obrigado, Álvaro, de corazón.
Invisibilidad
Siguiendo tu consejo,
estoy atado al mástil de mí mismo.
al de mi soledad, al de mi orgullo,
al de mi condición de persona invisible.
Ni juez ni periodista
y menos policía;
el que va por ahí sin ser notado
y capta de un vistazo
el sentido de ésta o de cualquier escena;
el que sale de casa y vuelve a ella
sin anclaje posible en sitio alguno.
Soy el furtivo, en suma.
El tiempo nos devora,
nos consume, vacía de nosotros
todo aquello
que acaso contenemos de valioso:
envidia nuestros cuerpos, la materia
donde el recuerdo tiene asiento
y nos permite ir y venir
por las calles de los años
con secreta libertad.
Por tal razón
hay que vivir con disimulo,
perdido entre la multitud
pero a un palmo de ella
para que así no nos advierta el tiempo
y que pase de largo
y sin embargo se deje ver
ante nosotros: sus testigos,
sus observadores, sus escribas.
Aunque nadie
nos haya confirmado en nuestro puesto,
y precisamente porque nadie lo ha hecho.
Álvaro Valverde
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viernes, mayo 20, 2011
fuerzas de flaqueza
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Me habla con desdén mal disimulado de un colega común. Es débil, sentencia, no ha sabido aguantar la presión. Para estar aquí hay que saber tragar, tomar distancia. Sólo le ha faltado añadir que para hacer una tortilla es preciso romper huevos. Todos sus argumentos, por llamarlos de alguna forma, iban en esa dirección. No se le ha ocurrido que esa presunta fragilidad era el lugar del que nuestro colega saca su fuerza diariamente: el esqueleto que lo sostiene, por inestable que sea, el cayado que le permite caminar sin extraviarse ni perder de vista su propio horizonte. Un horizonte ralo, tal vez, una raya modesta, pero que le define, y nos consuela y acompaña, mucho mejor que la dispersión y la opulencia de los grandes negociadores mundanos.
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martes, mayo 17, 2011
500
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No se cumplen aniversarios todos los días. Y menos como este: la entrada número quinientos de esta bitácora después de casi cinco años de existencia (la página se abrió a mediados de agosto de 2006, aunque la verdad es que hasta el otoño de 2007 no empezó a cobrar un ritmo más vivo). A lo largo de este tiempo ha habido un poco de todo, pero quizá lo que más destacaría ha sido la complicidad y el afecto de los lectores, la falta de violencias o groserías en los comentarios, la sensación de que entre todos hemos sabido mantener un tono de cordialidad, de respeto mutuo que no siempre es fácil conservar en la red. Quinientas entradas y casi doscientos seguidores después (todo esto da un poco de pudor reseñarlo), debo confesar que pocas cosas me han dado más satisfacciones literarias estos últimos tiempos que la apertura y mantenimiento de esta página. El mérito es de todos, pero el agradecimiento es sólo mío.
Para celebrarlo como es debido, y consciente de que muchos de vosotros estimáis sobre todo las traducciones de poesía inglesa y norteamericana que voy publicando de forma regular, he decidido colgar hoy un poema de inspiración numérica de la gran May Swenson (1913-1989). Un poema célebre (lo he leído en distintas antologías y se encuentra fácilmente en la red), quizá porque tiene cierto carácter naif y adelanta algunas de las técnicas de los cursos de escritura creativa para leer imaginativamente los códigos que cartografían la realidad. Conocí la obra de Swenson gracias a Siete poetas norteamericanas actuales, aquella modélica antología bilingüe que Rosa Lentini y Susan Schreibman publicaron en Pamiela en 1991 (todavía se puede adquirir en librerías de viejo y, por lo que veo, hasta en la página de la editorial). Swenson abría la antología y sus poemas, siempre variados formalmente y siempre densos y llenos de pertinencia, se me quedaron grabados en la memoria. Fue contemporánea de Elizabeth Bishop, con quien coincidió algunas veces en Nueva York y en la colonia de artistas de Yaddo, y dice mucho de la valía de Swenson que lograra concitar el afecto y el respeto literario de la autora de Norte y Sur, notoriamente implacable y cáustica, de quien guardo una lista de lacónicas ironías sobre la obra de Neruda, René Char, Pound u Octavio Paz, entre otros.
De familia de origen escandinavo, poeta y dramaturga, traductora de Tomas Tranströmer y alabada por Harold Bloom (esto me parece lo más difícil de todo), Swenson escribió al final de su vida varios libros para niños, algo que se echa de ver, me parece, en este poema, «Ideogramas cardinales», que es una colección de imágenes sugeridas por los diez primeros números naturales (más el 0, que muchos matemáticos no consideran parte del conjunto de números naturales). Un texto breve y delicioso, sencillo y ágil, que se cierra retomando su comienzo y añadiendo una extraña (y sugerente) línea de fuga.
El original, por cierto, aquí.
Ideogramas cardinales
0
Una boca. Puede soplar o respirar,
ser embudo, u Hola.
1
Brizna de hierba o corte.
2
Interrogación sentada. Y un altivo
cuello de pájaro.
3
Mitón exiguo para mano de dos dedos.
4
Cabaña de tres ángulos
sobre un solo pilote. A veces construida
de modo que el tejado se queda boquiabierto.
5
Un policía. Educado.
Con gorra de visera.
6
0 que se despliega,
cinta de ambigua extensión
donde está escrito el misterio
de todo cuanto se enrosca.
7
Un peldaño,
desprendido de su escalera.
8
Diagrama del universo:
reloj de arena cósmico.
(Adviértase su forma enigmática,
su ausencia de válvulas de origen,
cómo el fin se solapa con el comienzo.)
Desatado como un cordón
y blandido a modo de látigo,
puede servir de modelo del tiempo.
9
Anteojo para el ojo derecho.
En Inglaterra o si eres Alicia
la patilla queda a la izquierda.
10
Brizna de hierba o corte
escoltado por una boca.
¿Abierta? Abierta. ¿Cerrada? Cerrada.
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No se cumplen aniversarios todos los días. Y menos como este: la entrada número quinientos de esta bitácora después de casi cinco años de existencia (la página se abrió a mediados de agosto de 2006, aunque la verdad es que hasta el otoño de 2007 no empezó a cobrar un ritmo más vivo). A lo largo de este tiempo ha habido un poco de todo, pero quizá lo que más destacaría ha sido la complicidad y el afecto de los lectores, la falta de violencias o groserías en los comentarios, la sensación de que entre todos hemos sabido mantener un tono de cordialidad, de respeto mutuo que no siempre es fácil conservar en la red. Quinientas entradas y casi doscientos seguidores después (todo esto da un poco de pudor reseñarlo), debo confesar que pocas cosas me han dado más satisfacciones literarias estos últimos tiempos que la apertura y mantenimiento de esta página. El mérito es de todos, pero el agradecimiento es sólo mío.
Para celebrarlo como es debido, y consciente de que muchos de vosotros estimáis sobre todo las traducciones de poesía inglesa y norteamericana que voy publicando de forma regular, he decidido colgar hoy un poema de inspiración numérica de la gran May Swenson (1913-1989). Un poema célebre (lo he leído en distintas antologías y se encuentra fácilmente en la red), quizá porque tiene cierto carácter naif y adelanta algunas de las técnicas de los cursos de escritura creativa para leer imaginativamente los códigos que cartografían la realidad. Conocí la obra de Swenson gracias a Siete poetas norteamericanas actuales, aquella modélica antología bilingüe que Rosa Lentini y Susan Schreibman publicaron en Pamiela en 1991 (todavía se puede adquirir en librerías de viejo y, por lo que veo, hasta en la página de la editorial). Swenson abría la antología y sus poemas, siempre variados formalmente y siempre densos y llenos de pertinencia, se me quedaron grabados en la memoria. Fue contemporánea de Elizabeth Bishop, con quien coincidió algunas veces en Nueva York y en la colonia de artistas de Yaddo, y dice mucho de la valía de Swenson que lograra concitar el afecto y el respeto literario de la autora de Norte y Sur, notoriamente implacable y cáustica, de quien guardo una lista de lacónicas ironías sobre la obra de Neruda, René Char, Pound u Octavio Paz, entre otros.
De familia de origen escandinavo, poeta y dramaturga, traductora de Tomas Tranströmer y alabada por Harold Bloom (esto me parece lo más difícil de todo), Swenson escribió al final de su vida varios libros para niños, algo que se echa de ver, me parece, en este poema, «Ideogramas cardinales», que es una colección de imágenes sugeridas por los diez primeros números naturales (más el 0, que muchos matemáticos no consideran parte del conjunto de números naturales). Un texto breve y delicioso, sencillo y ágil, que se cierra retomando su comienzo y añadiendo una extraña (y sugerente) línea de fuga.
El original, por cierto, aquí.
Ideogramas cardinales
0
Una boca. Puede soplar o respirar,
ser embudo, u Hola.
1
Brizna de hierba o corte.
2
Interrogación sentada. Y un altivo
cuello de pájaro.
3
Mitón exiguo para mano de dos dedos.
4
Cabaña de tres ángulos
sobre un solo pilote. A veces construida
de modo que el tejado se queda boquiabierto.
5
Un policía. Educado.
Con gorra de visera.
6
0 que se despliega,
cinta de ambigua extensión
donde está escrito el misterio
de todo cuanto se enrosca.
7
Un peldaño,
desprendido de su escalera.
8
Diagrama del universo:
reloj de arena cósmico.
(Adviértase su forma enigmática,
su ausencia de válvulas de origen,
cómo el fin se solapa con el comienzo.)
Desatado como un cordón
y blandido a modo de látigo,
puede servir de modelo del tiempo.
9
Anteojo para el ojo derecho.
En Inglaterra o si eres Alicia
la patilla queda a la izquierda.
10
Brizna de hierba o corte
escoltado por una boca.
¿Abierta? Abierta. ¿Cerrada? Cerrada.
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lunes, mayo 16, 2011
peonza
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La Tierra, henchida de alegría, girando sin parar en el espacio como un niño atolondrado que no pudiera aguantarse las ganas.
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La Tierra, henchida de alegría, girando sin parar en el espacio como un niño atolondrado que no pudiera aguantarse las ganas.
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sábado, mayo 14, 2011
cuadrilátero
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Imaginar cómo es alguien a partir de ese puñado de frases que subraya en los libros.
Poemas de distinto signo, según lleguen a los sitios de los que hablan antes o después que tú.
Le tienen por un sabio, pero es sólo que ha conseguido abrir, ahí dentro, un espacio muy vasto para todo lo que ignora.
Todo lo que había dicho de más quedó flotando a su alrededor. Era una larga cinta con la que fue embalsamado en vida.
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Imaginar cómo es alguien a partir de ese puñado de frases que subraya en los libros.
Poemas de distinto signo, según lleguen a los sitios de los que hablan antes o después que tú.
Le tienen por un sabio, pero es sólo que ha conseguido abrir, ahí dentro, un espacio muy vasto para todo lo que ignora.
Todo lo que había dicho de más quedó flotando a su alrededor. Era una larga cinta con la que fue embalsamado en vida.
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jueves, mayo 12, 2011
vagamundeando
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La inteligencia brilla más sutilmente cuando es cómplice y trata de alumbrar, de acompañar, de hacer comprender. Así lo demuestra el escritor Jaime Priede en la reseña de Perros en la playa que ha publicado en el diario La Nueva España. «Vagamundeo», se titula, haciéndose eco de un neologismo que evoco en el libro. Pero también sus lecturas críticas son el vagabundeo de alguien que disfruta compartiendo afinidades, convergencias, y esta no es una excepción. Gracias, Jaime, viejo amigo.
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La inteligencia brilla más sutilmente cuando es cómplice y trata de alumbrar, de acompañar, de hacer comprender. Así lo demuestra el escritor Jaime Priede en la reseña de Perros en la playa que ha publicado en el diario La Nueva España. «Vagamundeo», se titula, haciéndose eco de un neologismo que evoco en el libro. Pero también sus lecturas críticas son el vagabundeo de alguien que disfruta compartiendo afinidades, convergencias, y esta no es una excepción. Gracias, Jaime, viejo amigo.
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miércoles, mayo 11, 2011
dionisio d. martínez / poema
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stieglitz
(de la serie De qué hablan los hombres cuando las mujeres salen del cuarto)
El cuarto en sí. Las mujeres. La ausencia de mujeres
en el cuarto. Lo que la ausencia de mujeres
le hace a un cuarto. El sonido de todas esas mujeres levantándose
para irse; todas a la vez, igual que pájaros silvestres,
que el hambre. Cómo podría conquistarse el mundo
si tan sólo… Pero no se lo digas a las mujeres.
Lo que la ausencia de mujeres les hace a los hombres
con el tiempo. Miedos. Los hombres hablan de miedos, pesadillas,
mujeres que se van, el cuarto que se inflama con
la ausencia de mujeres. Las pesadillas saben
cómo entrar en el cuarto cuando las mujeres se van.
Cada sueño es la imagen fantasma de una mujer en el acto de irse.
Conozco a Dionisio D. Martínez (Cuba, 1956) únicamente por los dos poemas suyos que se incluyen en la cuarta edición de The Norton Anthology of Poetry, publicada en 1996. Pero los dos son espléndidos, cada cual a su modo, y este en particular me llamó la atención por la referencia explícita que hace el título a la obra del gran fotógrafo americano Alfred Stieglitz. Un poema lacónico, reticente y al mismo tiempo permeado de emoción, de un dolor sordo y persistente. Un poema que puede parecer frío y sin embargo, a poco que uno se acerque a él, humea como una placa al rojo vivo.
Es curioso advertir cómo cada cual reacciona a sus circunstancias biográficas de distinto modo. Dionisio D. Martínez es sólo cuatro años más joven que otro gran poeta de origen cubano, Orlando González Esteva, y de hecho se estableció en Florida (y más en concreto, en Tampa) en 1972, cuando contaba dieciséis años y había realizado un largo periplo en el exilio que le llevó, entre otros sitios, al norte de España. Y sin embargo, mientras que Orlando, instalado en Miami en 1965, con doce años, se ha convertido en uno de los grandes poetas de nuestra lengua, un maestro de las formas que retoma la gran tradición geométrica del modernismo y le infunde calor humano y sabiduría oriental (sus haikus y sus versiones de Issa son memorables), Martínez parece haber optado por el inglés como lengua de creación y por una escritura de corte narrativo tocada por la elipsis y el pedrisco del silencio. Trayectorias divergentes y hasta opuestas que sin embargo conviven en el tiempo y en nuestra lectura. Por cierto, que en esas mujeres que se levantan «para irse», ausentes, parece haber algo de «las mujeres que van y vienen hablando de Miguel Ángel» del Prufrock de Eliot. Ecos, ecos, ecos… y en la red, al fondo, el pez vivo del poema.
El original, aquí.
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stieglitz
(de la serie De qué hablan los hombres cuando las mujeres salen del cuarto)
El cuarto en sí. Las mujeres. La ausencia de mujeres
en el cuarto. Lo que la ausencia de mujeres
le hace a un cuarto. El sonido de todas esas mujeres levantándose
para irse; todas a la vez, igual que pájaros silvestres,
que el hambre. Cómo podría conquistarse el mundo
si tan sólo… Pero no se lo digas a las mujeres.
Lo que la ausencia de mujeres les hace a los hombres
con el tiempo. Miedos. Los hombres hablan de miedos, pesadillas,
mujeres que se van, el cuarto que se inflama con
la ausencia de mujeres. Las pesadillas saben
cómo entrar en el cuarto cuando las mujeres se van.
Cada sueño es la imagen fantasma de una mujer en el acto de irse.
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Conozco a Dionisio D. Martínez (Cuba, 1956) únicamente por los dos poemas suyos que se incluyen en la cuarta edición de The Norton Anthology of Poetry, publicada en 1996. Pero los dos son espléndidos, cada cual a su modo, y este en particular me llamó la atención por la referencia explícita que hace el título a la obra del gran fotógrafo americano Alfred Stieglitz. Un poema lacónico, reticente y al mismo tiempo permeado de emoción, de un dolor sordo y persistente. Un poema que puede parecer frío y sin embargo, a poco que uno se acerque a él, humea como una placa al rojo vivo.
Es curioso advertir cómo cada cual reacciona a sus circunstancias biográficas de distinto modo. Dionisio D. Martínez es sólo cuatro años más joven que otro gran poeta de origen cubano, Orlando González Esteva, y de hecho se estableció en Florida (y más en concreto, en Tampa) en 1972, cuando contaba dieciséis años y había realizado un largo periplo en el exilio que le llevó, entre otros sitios, al norte de España. Y sin embargo, mientras que Orlando, instalado en Miami en 1965, con doce años, se ha convertido en uno de los grandes poetas de nuestra lengua, un maestro de las formas que retoma la gran tradición geométrica del modernismo y le infunde calor humano y sabiduría oriental (sus haikus y sus versiones de Issa son memorables), Martínez parece haber optado por el inglés como lengua de creación y por una escritura de corte narrativo tocada por la elipsis y el pedrisco del silencio. Trayectorias divergentes y hasta opuestas que sin embargo conviven en el tiempo y en nuestra lectura. Por cierto, que en esas mujeres que se levantan «para irse», ausentes, parece haber algo de «las mujeres que van y vienen hablando de Miguel Ángel» del Prufrock de Eliot. Ecos, ecos, ecos… y en la red, al fondo, el pez vivo del poema.
El original, aquí.
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martes, mayo 10, 2011
como zapatos viejos
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Se habla mucho de la necesidad de volver a los clásicos en nuevas traducciones y ediciones contemporáneas que ofrezcan garantías; un servir el vino viejo en odres nuevos, como si dijéramos, que nos permita releer y meditar de nuevo, sin estorbos, sin el recuerdo de previas frecuentaciones, sobre lo leído. Pero no se recuerda la importancia, quizá más íntima y hasta cierto punto contradictoria, de recuperar las ediciones en la que uno leyó un libro por vez primera. La importancia, en rigor, de rescatar el soporte físico de otro tiempo y con él –convertido de pronto en médium– las sensaciones que acompañaron su lectura. El tacto del papel, la tipografía, el color más o menos desvaído de la portada, los pliegues de las páginas, se vuelven así conductores o elementos de una máquina del tiempo que, más que nunca, nos sube a las pupilas la marea de nuestra sangre joven, nos ciega con la fuerza insolente de lo que fuimos. Lo que surge de ese contacto renovado, el súbito chispazo, no es menos capaz de estimularnos que el cambio de envoltorio de tantas reediciones. Aparecen cosas de las que no teníamos memoria, que habíamos pasado por alto, y es como si estuviéramos rematando un trabajo que no supimos completar en su día. Algo de esa satisfacción se filtra a la relectura y nos convierte en un lápiz que olfatea las letras finales de un crucigrama. Con la diferencia de que este crucigrama es más bien un rompecabezas y no se termina jamás.
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Se habla mucho de la necesidad de volver a los clásicos en nuevas traducciones y ediciones contemporáneas que ofrezcan garantías; un servir el vino viejo en odres nuevos, como si dijéramos, que nos permita releer y meditar de nuevo, sin estorbos, sin el recuerdo de previas frecuentaciones, sobre lo leído. Pero no se recuerda la importancia, quizá más íntima y hasta cierto punto contradictoria, de recuperar las ediciones en la que uno leyó un libro por vez primera. La importancia, en rigor, de rescatar el soporte físico de otro tiempo y con él –convertido de pronto en médium– las sensaciones que acompañaron su lectura. El tacto del papel, la tipografía, el color más o menos desvaído de la portada, los pliegues de las páginas, se vuelven así conductores o elementos de una máquina del tiempo que, más que nunca, nos sube a las pupilas la marea de nuestra sangre joven, nos ciega con la fuerza insolente de lo que fuimos. Lo que surge de ese contacto renovado, el súbito chispazo, no es menos capaz de estimularnos que el cambio de envoltorio de tantas reediciones. Aparecen cosas de las que no teníamos memoria, que habíamos pasado por alto, y es como si estuviéramos rematando un trabajo que no supimos completar en su día. Algo de esa satisfacción se filtra a la relectura y nos convierte en un lápiz que olfatea las letras finales de un crucigrama. Con la diferencia de que este crucigrama es más bien un rompecabezas y no se termina jamás.
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domingo, mayo 08, 2011
4 x 4
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Libros como compradores en un mercado de esclavos, examinando con ojo crítico a los autores, pujando por sus elegidos.
Nadie le mira y sigue caminando con aire teatral, de cara a una galería inexistente. Si pudiera aplaudirse a sí mismo, lo haría. Y no se detendrá hasta que el aire mismo que le envuelve aclame su avance.
Al final siempre hay uno que toma la nuez que otros han tratado de abrir inútilmente y no ceja hasta que ha logrado partirla. Ahí hay un poeta, aunque él lo ignore.
No consigue leer una novela ni ver una película sin caer dormido. Todo le aburre y le da sueño y se le escapa antes de llegar al final. La muerte le sorprenderá en la cama, roncando satisfecho.
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Libros como compradores en un mercado de esclavos, examinando con ojo crítico a los autores, pujando por sus elegidos.
Nadie le mira y sigue caminando con aire teatral, de cara a una galería inexistente. Si pudiera aplaudirse a sí mismo, lo haría. Y no se detendrá hasta que el aire mismo que le envuelve aclame su avance.
Al final siempre hay uno que toma la nuez que otros han tratado de abrir inútilmente y no ceja hasta que ha logrado partirla. Ahí hay un poeta, aunque él lo ignore.
No consigue leer una novela ni ver una película sin caer dormido. Todo le aburre y le da sueño y se le escapa antes de llegar al final. La muerte le sorprenderá en la cama, roncando satisfecho.
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sábado, mayo 07, 2011
rain
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La lluvia, en España, siempre me ha parecido una bendición muy particular. También una modesta venganza de las alturas por nuestra incapacidad para mantener la boca cerrada. En nuestras ciudades, al menos, parece la única manera de conseguir algo de silencio y recogimiento, ese poco de calma que nos permite olvidarnos un instante del mundo y sus interferencias. Sólo la extenuación africana de una calle durante una sobremesa de julio resulta comparable; también más difícil de soportar. Y es que el silencio de la lluvia es rítmico, crepita como un fuego en la chimenea, sabe colar su frescura insolente y productiva por entre las hojas cerradas de la ventana, como las raíces de una selva que, pese a todo, quiere iluminarnos.
The rain in Spain stays mainly in the plain.
Pygmalion / My Fair Lady
La lluvia, en España, siempre me ha parecido una bendición muy particular. También una modesta venganza de las alturas por nuestra incapacidad para mantener la boca cerrada. En nuestras ciudades, al menos, parece la única manera de conseguir algo de silencio y recogimiento, ese poco de calma que nos permite olvidarnos un instante del mundo y sus interferencias. Sólo la extenuación africana de una calle durante una sobremesa de julio resulta comparable; también más difícil de soportar. Y es que el silencio de la lluvia es rítmico, crepita como un fuego en la chimenea, sabe colar su frescura insolente y productiva por entre las hojas cerradas de la ventana, como las raíces de una selva que, pese a todo, quiere iluminarnos.
jueves, mayo 05, 2011
ecuación
Definirse es limitarse, creo que decía el general De Gaulle. O dicho de otro modo: No te contengas, no lo medites tanto, no dejes nada por tocar. Ya vendrán tus limitaciones a definirte, cuando no importe.
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