jueves, octubre 13, 2011

espantapájaros

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El que guarda silencio para impedir que los demás conversen con fluidez, intimidados por su rigidez de estatua, y el que habla sin parar para impedir que los demás metan baza, aturdidos por su locuacidad, son la cara y la cruz de una misma moneda. La cuestión es imponerse, y esta es una de esas manías que no hace sino agravarse con la edad. El anciano taciturno y el anciano charlatán son primos hermanos, pues, y las estratagemas con que buscan preservar su dominio no se detienen ante nada. Lo mismo da fingir una sordera que hacer de santo laico; el caso es conmover a cualquier precio, llamar la atención, como si sólo así, provistos de un cordón de seguridad de oyentes y escuderos, pudieran espantar a la Parca. Lo malo es que también los vivos, a poco que guarden cierto sentido de la medida, terminan espantados.
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6 comentarios:

  1. Me ha encantado, genial, divertido. Una lectura muy ajustada, desde luego que espantan a los vivos.

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  2. Como a más de uno de ambos pelajes y tienes razón. A los que no paran de hablar se les ve venir. Peor son lo que nunca hablan.

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  3. Acaso cabría identificar un tercer especímen: el del «taciturno charlatán» (no por fuerza anciano, o no todavía), para lo cual tal vez fuera preciso que la moneda rodara de canto... ;-)
    Una aguda reflexión, Jordi, la corroboro (y me la corrobora la experiencia). En todo caso, lo más importante sigue siendo mantener a la Parca (con todos sus estacionamientos y periferias) a raya.

    (Reitero el mensaje que ya sabes y el deseo de todo OK).

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  4. Estoy de acuerdo contigo, es espantoso; tienes toda la razón.
    Quizás añadiría, como muestra, aquel que habla usando el micrófono, a todo volumen.
    Los vivos, si lo son, hallarán la vida allá donde esté.
    Saludos

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  5. Una sabia reflexión sobre la condición humana del protagonismo. Del decir: "Eh, que estoy aquí". Otros que no hablamos ni callamos, escribimos.

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  6. Curioso, y significativo, que esta notita haya provocado tantos comentarios conformes. Parece que todos hemos padecido las consecuencias del inflado ego occidental--gracias por vuestra lectura, y saludos, J12

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