Los veo desde hace días en distintos puntos de la ciudad. Son dos, también distintos cada vez; instalan una mesa desplegable junto a una tapa de alcantarilla y se sientan, en mitad de la calle o en un cruce, ante una masa confusa de cables del subsuelo a los que auscultan con un pequeño aparato con aspecto de consola de juegos o de mesa de mezclas. Por la tranquilidad con que trabajan, enfundados en sus monos, indiferentes a los peatones o los coches que pasan a medio metro de sus rodillas, se diría que están jugando al dominó. No sé bien si son cables de telefonía o del tendido eléctrico, pero los escrutan y desovillan como si fueran serpientes dormidas, un nido de reptiles que ha sido exhumado para estudiar sus costumbres.
Dan ganas de frenar el paso y quedarse mirando desde la barrera. Pocas veces el trabajo manual, y más al aire libre, tiene un aire tan sofisticado. El tablero es como una pizarra donde espera una ecuación y los dos operarios, que no dejan de hablar en voz baja mientras arriman los ojos al instrumental, parecen matemáticos embebidos en un debate sutil que sólo ellos comprenden. Y mucho de eso hay, sin duda. De hecho, a nadie se le ocurre detenerse o comentar la jugada con su vecino, que es lo habitual cuando se trata de una zanja o de un solar en obras. El dominio de la electricidad supuso en teoría el fin de muchas supersticiones, pero ella misma se convirtió en un saber supersticioso, mirado con respeto por los profanos (que, cruzado cierto umbral, somos casi todos). Yo, desde luego, paso de largo con el pasmo intrigado de quien no entiende nada, pero contento de tropezarme con esta imagen insospechada de la civilidad: una mesa en mitad de la calle; dos hombres haciendo su trabajo sin alardes; la sensación de que una tarea importante y quizá molesta se resuelve como una partida de naipes entre parroquianos; liviandad y destreza.
En esa misma mesa, Jordi, he visto que a veces comparten almuerzo y confidencias; se sacuden las manos en el mono y atacan al unísono los bocadillos y las cervezas, los secretos y desdichas de ese trabajo a la intemperie.
ResponderEliminarTu ojo observador sigue infalible.
Abrazo.
Gracias, Elías, qué bueno saberte ahí!!
ResponderEliminarAbrazo, J12
Andarán colocando los adornos navideños, no?
ResponderEliminarA poco que observemos ya tenemos de qué escribir.
Saludos.