Ese umbral crítico que alcanzan tarde o temprano ciertas relaciones, da igual si son amigos o conocidos… Rarezas, antojos, comportamientos que antes disculpábamos o que pasábamos por alto, se convierten de pronto en la clave tonal que explica las corrientes de fondo de su personalidad, el vector que unifica o armoniza a largo plazo las discrepancias del día a día. Aquello que no queríamos explicar por trivial, aquello que no subrayábamos para evitar que el trazo borroneara también la amistad, es de pronto lo que mueve los hilos, la mano maestra. El instante de la revelación se parece un poco a ese pasaje de las «Instrucciones-ejemplo sobre la forma de tener miedo» de Cortázar donde el protagonista, aliviado al descubrir que no tiene nada grave, se arrellana en el sillón de la consulta y descubre, bajo la penumbra de la mesa, que su médico «se ha subido los pantalones hasta los muslos, y tiene medias de mujer». En nuestro caso, no se trata quizá de un descubrimiento tan grotesco o tan desconcertante. La caída de caballo puede ser un encuentro casual en la calle, o un mensaje inexplicable de correo, o un gesto de desdén que no esperábamos y que rompe el último hilo. El caso es que ya no podemos ver a esa persona de la misma manera. Algo ha cambiado, y el hilo roto nos dice que es para siempre. Es triste, sí. Pero la tristeza va acompañada de un alivio innegable: Así que era esto…! Las cosas claras. Y el pasado que comienza a perderse, a desleírse, desde el momento mismo en que parece explicable.
Ferdinando Scianna / Sant-Elia, 1980 |
Así es, en ocasiones. Un hilo deshilachado. Un encaje de escarcha que se deshace o un charco de hielo que pisamos, ávidos, y que se resquebraja.
ResponderEliminarBien visto, Jordi. Siempre encuentro muy atinadas estas introspecciones que tienen (casi) el valor de diagnósticos clínicos, incluso de intervenciones quirúrgicas con un habilísimo manejo del bisturí. Se aprende mucho de ellas. No solo por lúcidas, también por valientes.
ResponderEliminarAJR