Ese raro instante en el que el
consenso natural sobre la valía o la excelencia de un escritor se alía con un
rencor inconfesable (hasta para quienes lo experimentan) que silencia su nombre
y lo hace desaparecer de los libros de registro. Se le toma prestado, se le
saquea incluso, pero las ideas que puso en circulación y que ahora son moneda común
ya no llevan su nombre ni su efigie, parecen haber estado ahí desde siempre,
algo tan evidente o natural como el aire que respiramos.
Este silenciamiento es en parte
un acto de venganza compensatoria, pues suele reemplazar –como demuestra el
caso reciente de Paz, y antes de Eliot o de Ortega– a una fase de apoteosis del
escritor, esa gloria en vida donde nada parece ocurrir sin su permiso. Durante
un tiempo las ideas van y vienen en préstamo y su anonimato es más fingido que
real, pues casi todo el mundo conoce su procedencia y colabora en el expolio.
Si sobreviven, la siguiente generación las recibe como parte de una herencia sospechosa
y procede a ponerlas bajo su lupa. Y así en un vaivén nada inocente que a menudo
hace reflotar los nombres, como pecios de un barco naufragado, y los arroja
contra la playa de la curiosidad popular o mediática: biopics, artículos de prensa dominical, denuncias y acusaciones, biografías
aguadas que siguen el patrón de las vidas de santos (hasta el punto, por ejemplo, de convertir el suicidio en una variante moderna o aceptable del martirio)…
Ahí está el nombre, secándose al sol, desgajado de una obra cuyas intuiciones más aceptables son ya parte de un sistema cultural que fluye sin descanso y que al hacerlo no deja de reescribirse, dando vueltas sobre un centro que sólo existe por omisión. Demasiados malentendidos, tal vez. Y, sin embargo, parece que no seríamos nada sin ellos.
Ahí está el nombre, secándose al sol, desgajado de una obra cuyas intuiciones más aceptables son ya parte de un sistema cultural que fluye sin descanso y que al hacerlo no deja de reescribirse, dando vueltas sobre un centro que sólo existe por omisión. Demasiados malentendidos, tal vez. Y, sin embargo, parece que no seríamos nada sin ellos.
Yo he publicado más o menos al mismo tiempo esto:
ResponderEliminarhttp://realidadymargenes.blogspot.com.es/2013/12/todos-descendemos-del-mono.html
Curioso.