Román
Hernández González
Donde muere la
muerte y se desvanece el alma, 2013
Construcción.
Madera. 137 x 24 x 14,5 cm
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De qué está hecho, no lo sé.
Quizá de alguna clase de madera liviana
como el sauce,
o de escamas de cobre,
o del cristal que deja el caracol entre la hierba,
impuro y desenvuelto.
Difícil decidirlo a esta distancia.
La luz del mediodía
lo envuelve en brillos submarinos
como si fuera un ancla descansando en la arena.
Pero no está en el fondo de ningún mar
sino en la tierra,
sobre la tierra,
con sus raíces bien plantadas y el torso expuesto.
Respira el mismo aire que nosotros,
el mismo clima,
aunque el viento que emerge al final de la tarde
le haga mover las aspas de sus brazos
y parezca una estupa con banderas de oraciones.
Algo está claro: tiene ritmo. Solo un maestro
ajustaría así cada fragmento,
las venas invisibles.
De qué está hecho, no lo sé.
El cielo, cada vez más teatral, me confunde.
Doy vueltas a sus formas con los ojos
y estudio cada muesca,
cada surco,
creyendo hallar correspondencias.
Hablo con él como con un hermano
pero me ignora como un hijo.
Una estatua de espinas, una cruz emplumada.
Y ese poco de sombra
que prospera en las horas muertas.
Visto de arriba abajo
es lo que tú quieres que sea.
Visto de abajo arriba
es lo que tú podrías ser.
En cualquier caso, estás perdido.
Todo un lujo formar parte del blog de Jordi Doce en un preciso y acertado poema.
ResponderEliminarMagnífico poema!
ResponderEliminarCon lo difícil que tiene que ser inspirarte en la obra de otro artista. En un obra a simple vista estática. Pero el poeta está para eso: para verle las tripas y mirar donde posa los pies.
Cordiales saludos, Jordi.
Lo que hace especial el poema es que registra ese momento en el que la obra alcanza la plenitud del arte, que es cuando quien la contempla la hace suya e imprime su sello. Interesante ese captar con la mirada la sombra como parte de la escultura. Invertir el ángulo de la mirada, de abajo arriba.
ResponderEliminarGracias por vuestra lectura, amigos. Un saludo, J12
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