André Kertész, Washington Square, Winter
Copyright
courtesy of Estate of André Kertész © 2015
Un sueño invernal
A menudo en las noches de
invierno la luz de media luna
ve por un ventanal
De frondas y pestañas a los
hombres rascando deslizando en la tumba
Una infancia con lengua de
lechuza donde hay aves y árboles fríos,
O ahogados agua abajo en las
iglesias de los durmientes visitadas por peces
Observando el gritar de los mares
mientras la nieve vuela
y cabalga entre chispas,
El hielo centellea y los granos
de arena patinan en las hayas.
Y a menudo por las ventanas de
medianoche ve a los hombres
con ojos invernales,
La noche conjurada de la lluvia
del norte en un diluvio
de fuegos de artificio,
La Osa Mayor levantando las
nieves de su voz para quemar los cielos.
Y así los hombres duermen un camino
lechoso por entre el frío,
inmovilizan las olas
O pisan trueno y aire en un
bosque sin pájaros, helado,
Sobre el párpado del norte donde
sólo el silencio se mueve,
O dormidos acechan entre
relámpagos y oyen hablar a las estatuas,
La lengua oculta en el jardín
fundido cantar igual que un tordo
Y la blanda nevada extraer un
repique del pómulo de mármol,
Ahogados que ya duermen agua y sonido
abajo raspan la calle, espectros
Sumergidos en lagos donde la
pesadilla de mejillas rosadas
se mueve como un pez,
Sobre los adoquines va el Arca a
la deriva, la oscuridad navega en una flota
O, quedándose quieta, trepa por
la colina volada por la nieve
Cuyas cavernas guardan la astilla
de marfil del toro de la nieve,
Vértebra fósil de la foca de esqueleto
marino, huella helada
del pterodáctilo.
Pájaros, árboles, osa y pez,
estatuas que cantan, diluvios y focas
Se escabullen del durmiente despierto
que espera en la mañana
De invierno, a solas en su mundo,
viendo pasar el tráfico de Londres.
1942
Nota sobre el poema
Este
poema vio la luz en el número de la revista Lilliput
correspondiente a enero de 1942;
cada una de las ocho estrofas iba acompañada de una fotografía de tema
invernal. Las imágenes, por este orden, eran las siguientes: una medialuna
sobre una colina arbolada con jirones de bruma (de «Brandt»); la silueta de un hombre sobre un lago helado sosteniendo
un hacha (a punto de hacer trizas el hielo) (de «Fox»); un oso polar exhalando vapor sobre un risco
adornado con carámbanos en el foso de un zoo (de «Darchan»); tres hombres descendiendo de noche por una
ladera envuelta por la niebla (de «Land»); una estatua neoclásica de una figura
femenina en un parque, desnuda hasta la cintura y recubierta de hielo (de
«Land»); un canal entre edificios industriales con el reflejo de una luz lejana
(de «Fox»); tres alpinistas con picos y crampones ascendiendo por un glaciar
(de «Brassai»); un hombre provisto de paraguas junto a una calle bulliciosa de
Londres, sobre la nieve medio derretida (de «Glass»).
El artículo va precedido de un breve
párrafo introductorio que aparece bajo la primera fotografía: «De entre miles de imágenes invernales hemos
escogido estas ocho porque nos parecía que tenían una curiosa cualidad onírica.
Se las mostramos al joven poeta Dylan Thomas y le propusimos escribir algunos
versos de acompañamiento. Aquí están las imágenes y aquí está su poema». El propio Thomas hizo referencia al trabajo en
una carta a John Sommerfield (6 de
enero de 1942): «Me alegra que te gustaran mis versos invernales,
hechos a toda prisa con mi dócil máquina Swinburne» (Collected Letters, p. 557).
Hasta donde se me alcanza, este poema no ha sido recogido en libro, aunque
Ferris explica la referencia en una nota a pie de página.
Como en tantas otras ocasiones,
Thomas pecaba de un exceso de modestia. Aunque no es un poema tan densamente
elaborado como otros de la misma época, dado su carácter de texto de encargo, «Un sueño invernal»
juega imaginativamente con los motivos fotográficos de los que parte sin dejar
de ser una obra autónoma con su propia lógica verbal, que anticipa un estilo
posterior basado en la repetición.
John Goodby
Trad. J.D. / El original, aquí.
•
Uno de los grandes ausentes de
esta bitácora es el poeta galés Dylan Thomas (1914-1953). Aunque a lo largo de
estos años no han faltado excusas o motivos para publicar alguna traducción de
su poesía (quizá el más importante: el centenario de su nacimiento en 2014),
por alguna razón no terminaba de hacer caso a las sugerencias del momento. Es
la suya una poesía compleja, desde luego, muy elaborada verbal y formalmente, y eso no
ayuda. Y lo he cultivado menos y lo conozco –por tanto– peor que otros poetas
de estatura comparable, como Yeats, Eliot o Ted Hughes.
Aun así, podría haber intentado
traducir algunos de los poemas suyos que más me gustan, como «Fern Hill» o «The
Force That through the Green Fuse Drives the Flower», por ejemplo. Y no
descarto hacerlo en el futuro. De momento, me he atrevido con este poema que
Thomas escribió por encargo para la revista Lilliput
en enero de 1942 y que nunca recogió en libro, ni siquiera en sus canónicos Collected Poems. No es, en rigor, un
poema inédito, pero poco le falta. El crítico John Goodby lo recuperó hace poco
en el número 226 (noviembre-diciembre de 2015) de la revista Poetry Nation Review, con una nota –que
también comparto aquí– en la que detallaba las circunstancias tanto del encargo como
de la publicación final. Traduje el poema durante las navidades y la revista Letras Libres ha tenido la gentileza de incluir mi versión en su número de febrero.
No es una de sus mejores piezas,
sin duda, y él parece haberlo sabido mejor que nadie. Pero sí exhibe algunas de
sus marcas de estilo más distintivas (densidad verbal y metafórica, veladuras
surrealistas, anáforas y aliteraciones, y una tendencia a crear patrones
complejos que va retorciendo a su gusto) y demuestra que Thomas, lejos de ser
el buen salvaje inspirado que ha querido mostrar cierta leyenda, trabajaba sus
poemas sin descanso, con astucia y rigor de artesano.
No he podido encontrar las fotos
que están en la raíz de estos versos y que ilustraron originalmente su
publicación en la revista Lilliput, pero
sí una vieja imagen del gran André Kertész que hace justicia, o eso me parece,
a la exaltación que hacen de los emblemas del invierno. Ya decía Coleridge
aquello de «La escarcha ejerce su secreto oficio…». Thomas parte del mismo sitio para crear un
emblema verbal, un tapiz de palabras, que retenga al menos un brillo de esas
sombras polares que año tras año (verdad que cada vez con menos fuerza) nos invitan a recogernos en casa y cultivar el
sueño de la hibernación.
Recuerdo el invierno en Washington, la nieve, la casa blanca aún más blanca. Recuerdo el invierno. A ratos, aún sueño.
ResponderEliminar