Releo
La tarde de un escritor en una tarde, mi tarde de lector, podría decir.
Hacía años que no leía a Peter Handke, y este librito, reencontrado de pronto
entre las cajas de la mudanza que estaban por abrir, ha tenido algo de viaje en
el tiempo, como una música que oímos en la radio y despierta presencias
impertinentes.
Ciertos
pasajes del libro, los que lo abren, por ejemplo, me han hecho recordar mis
largas jornadas en el estudio de Netherfield Rd., en Sheffield, hace más de
veinte años, donde traducía o trabajaba en la tesis en la más perfecta soledad:
apenas se oía algún ruido, y uno tenía en ocasiones la impresión de ser el
último habitante de la tierra; en los días más cortos del invierno, sobre todo,
se percibía con absoluta nitidez la caída de la luz y el repliegue del jardín
ante la noche, como un polvillo que fuera depositándose sobre las cosas y las
dispusiera para su ingreso en la oscuridad; los gatos merodeaban por el muro y
el viento mecía las ramas de un pequeño abeto que apenas cambió durante los
cuatro años que ocupamos la casa. Handke describe una ciudad del norte, con
suburbios extensos y silenciosos, y a veces, de no ser por las referencias a un
río que la cruza, me ha dado la impresión de que hablaba (me hablaba) de
Sheffield. Ciertas jornadas tenía la sensación de haberme hecho invisible a los
demás: podían pasar dos o tres días sin que apenas saliera de casa y sin que
cruzara una palabra con mis vecinos, y, cuando N. llegaba a casa por la noche,
después de las clases, yo tenía que hacer un esfuerzo para procurarle
conversación y vencer mi inicial indiferencia por la vida ajena. A veces salía
y daba una vuelta por algún parque cercano, pero el frío me derrotaba pronto y
maldecía la falta de cafés en mi barrio donde entrar en calor y ver pasar la
vida. Inglaterra es un país poco acogedor para el flâneur.
He
disfrutado mucho con el libro, pero me pregunto si en parte mi placer no se
desprende de que he leído, al menos en parte, una autobiografía velada de mi
vida en Sheffield. Ciertos gestos, incluso, me han recordado algunos de mis
arranques maniáticos: el cambio a última hora de una palabra y la sensación de
trabajo cumplido que eso me procuraba, la extrañeza con que miraba la casa
después del largo día de silencio y cuartillas escritas, la pereza malsana antes
de salir de casa y dar una vuelta, la sensación de navegar a la deriva por un
aire hecho cámara de resonancia de mi conciencia… A veces, los fotogramas de
Sheffield se me mezclaban con los de una ciudad centroeuropea, como la Praga
que he visitado más tarde: Handke hablaba de un puente y un café y de inmediato
me venían al recuerdo los puentes y cafés de Praga, la quietud ruinosa y
deslavazada de la falsa isla de Kampa, donde tratamos inútilmente de encontrar
huellas de Holan, aunque la memoria haya logrado reconciliar algunos de sus
poemas con las callejas de esa tierra de nadie en la que nada nos llamaba.
Aunque era marzo, el invierno seguía reinando y sumía las aguas del río en un
negro pesado y revuelto que arrastraba las ramas y los despojos de la orilla.
El frío palpaba la piel y se cernía sobre los tejados de Hradcany como un
pájaro a la espera. De vez en cuando entrábamos a refugiarnos en un café y
tratábamos de leer los periódicos checos, más bien de adivinar por ciertas
palabras de qué hablaban. Hoy el recuerdo de esa semana salva acaso medio año
de mi vida que ha caído en el olvido, sin duda propiciado por una rutina
demasiado rígida.
La
facilidad con que he logrado superponer imágenes de mi vida al texto de Handke
me intriga. Sentí algo semejante al leer Poema de la duración: Handke
lograba conjugar lo particular de cada situación (de lo que derivaba su poder
inmediato) con una vaguedad descriptiva que permitía o más bien exigía la
apropiación ajena. Sus escenas tienen rango de símbolos, cifran ideas o estados
de ánimo que todos hemos asociado alguna vez con escenas análogas. Pero lo extraño,
o al menos a mí me lo ha parecido en esta relectura, es que no resulta
predecible, que sus identificaciones no son obvias. Todo sigue la lógica del
sueño, natural y sorprendente a la vez, y vagamos por sus paisajes con la
sensación, creo que no infundada, de que todo está a punto de cobrar –de
revelarnos su– sentido.
Handke es uno de esos autores que narran con mirada poética, desde dentro. Meterse en sus libros es ahondar en uno mismo, por eso no es extraño esa identificación de experiencias que dices. Identificación de momentos de sensaciones verdaderas, que todas lo son potencialmente, pero no siempre las antenas están desplegadas de la forma conveniente. Recuerdo aquellos viajes "camino Soria" (por decirlo a lo Caligari) en los "Ensayos sobre el jukebox", que fácil era dejarse arrastrar por el río de experiencias... ¿No ha desaparecido Handke del panorama, incluso del Canon? ¿Quién lo lee ahora? Tendremos que hacer una mudanza para darle chance. ¿No fue un precedente de lo que después hizo (o leímos en) Coetzee?
ResponderEliminarCuando releemos, podemos proyectarnos aún más que la primera vez: proyectarnos en la primera lectura, en nuestra evolución desde entonces, en la comparación con lo que vimos antes y lo que vemos ahora. Es una labor de puente entre el antes, el ahora y el después. Una labor de traductor. Quizá por eso, además de por todo lo que dices, hayas disfrutado mucho de unir todas esas piezas de tus muchos puzles.
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