martes, febrero 12, 2019

la tarde





Releo La tarde de un escritor en una tarde, mi tarde de lector, podría decir. Hacía años que no leía a Peter Handke, y este librito, reencontrado de pronto entre las cajas de la mudanza que estaban por abrir, ha tenido algo de viaje en el tiempo, como una música que oímos en la radio y despierta presencias impertinentes.

Ciertos pasajes del libro, los que lo abren, por ejemplo, me han hecho recordar mis largas jornadas en el estudio de Netherfield Rd., en Sheffield, hace más de veinte años, donde traducía o trabajaba en la tesis en la más perfecta soledad: apenas se oía algún ruido, y uno tenía en ocasiones la impresión de ser el último habitante de la tierra; en los días más cortos del invierno, sobre todo, se percibía con absoluta nitidez la caída de la luz y el repliegue del jardín ante la noche, como un polvillo que fuera depositándose sobre las cosas y las dispusiera para su ingreso en la oscuridad; los gatos merodeaban por el muro y el viento mecía las ramas de un pequeño abeto que apenas cambió durante los cuatro años que ocupamos la casa. Handke describe una ciudad del norte, con suburbios extensos y silenciosos, y a veces, de no ser por las referencias a un río que la cruza, me ha dado la impresión de que hablaba (me hablaba) de Sheffield. Ciertas jornadas tenía la sensación de haberme hecho invisible a los demás: podían pasar dos o tres días sin que apenas saliera de casa y sin que cruzara una palabra con mis vecinos, y, cuando N. llegaba a casa por la noche, después de las clases, yo tenía que hacer un esfuerzo para procurarle conversación y vencer mi inicial indiferencia por la vida ajena. A veces salía y daba una vuelta por algún parque cercano, pero el frío me derrotaba pronto y maldecía la falta de cafés en mi barrio donde entrar en calor y ver pasar la vida. Inglaterra es un país poco acogedor para el flâneur.

He disfrutado mucho con el libro, pero me pregunto si en parte mi placer no se desprende de que he leído, al menos en parte, una autobiografía velada de mi vida en Sheffield. Ciertos gestos, incluso, me han recordado algunos de mis arranques maniáticos: el cambio a última hora de una palabra y la sensación de trabajo cumplido que eso me procuraba, la extrañeza con que miraba la casa después del largo día de silencio y cuartillas escritas, la pereza malsana antes de salir de casa y dar una vuelta, la sensación de navegar a la deriva por un aire hecho cámara de resonancia de mi conciencia… A veces, los fotogramas de Sheffield se me mezclaban con los de una ciudad centroeuropea, como la Praga que he visitado más tarde: Handke hablaba de un puente y un café y de inmediato me venían al recuerdo los puentes y cafés de Praga, la quietud ruinosa y deslavazada de la falsa isla de Kampa, donde tratamos inútilmente de encontrar huellas de Holan, aunque la memoria haya logrado reconciliar algunos de sus poemas con las callejas de esa tierra de nadie en la que nada nos llamaba. Aunque era marzo, el invierno seguía reinando y sumía las aguas del río en un negro pesado y revuelto que arrastraba las ramas y los despojos de la orilla. El frío palpaba la piel y se cernía sobre los tejados de Hradcany como un pájaro a la espera. De vez en cuando entrábamos a refugiarnos en un café y tratábamos de leer los periódicos checos, más bien de adivinar por ciertas palabras de qué hablaban. Hoy el recuerdo de esa semana salva acaso medio año de mi vida que ha caído en el olvido, sin duda propiciado por una rutina demasiado rígida.

La facilidad con que he logrado superponer imágenes de mi vida al texto de Handke me intriga. Sentí algo semejante al leer Poema de la duración: Handke lograba conjugar lo particular de cada situación (de lo que derivaba su poder inmediato) con una vaguedad descriptiva que permitía o más bien exigía la apropiación ajena. Sus escenas tienen rango de símbolos, cifran ideas o estados de ánimo que todos hemos asociado alguna vez con escenas análogas. Pero lo extraño, o al menos a mí me lo ha parecido en esta relectura, es que no resulta predecible, que sus identificaciones no son obvias. Todo sigue la lógica del sueño, natural y sorprendente a la vez, y vagamos por sus paisajes con la sensación, creo que no infundada, de que todo está a punto de cobrar –de revelarnos su– sentido.

2 comentarios:

  1. Handke es uno de esos autores que narran con mirada poética, desde dentro. Meterse en sus libros es ahondar en uno mismo, por eso no es extraño esa identificación de experiencias que dices. Identificación de momentos de sensaciones verdaderas, que todas lo son potencialmente, pero no siempre las antenas están desplegadas de la forma conveniente. Recuerdo aquellos viajes "camino Soria" (por decirlo a lo Caligari) en los "Ensayos sobre el jukebox", que fácil era dejarse arrastrar por el río de experiencias... ¿No ha desaparecido Handke del panorama, incluso del Canon? ¿Quién lo lee ahora? Tendremos que hacer una mudanza para darle chance. ¿No fue un precedente de lo que después hizo (o leímos en) Coetzee?

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  2. Cuando releemos, podemos proyectarnos aún más que la primera vez: proyectarnos en la primera lectura, en nuestra evolución desde entonces, en la comparación con lo que vimos antes y lo que vemos ahora. Es una labor de puente entre el antes, el ahora y el después. Una labor de traductor. Quizá por eso, además de por todo lo que dices, hayas disfrutado mucho de unir todas esas piezas de tus muchos puzles.

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