Mañana viernes se
presenta en Oviedo el número 18 de la revista de creación y crítica Anáfora,
que dirigen desde Asturias Pablo Núñez y Candela de las Heras. Se incluye en
sus páginas una larga entrevista que el joven poeta Carlos Iglesias Díez me
hizo este verano (por escrito) a propósito de La puerta verde y que
recoge algunas de las ideas que exploramos en la presentación del libro en
Oviedo.
Como tiendo a ser
prolijo y hasta exhaustivo, la entrevista original se me fue de las manos y
hubo que «cortarla» ligeramente. No me resisto a compartir uno de los
fragmentos que han quedado fuera. No solo es el más autobiográfico de todos,
Burnside mediante, sino que rima –me parece– con el tono de algunas entradas
recientes de este blog (en realidad, las explica parcialmente). Aprovecho para
agradecerle a Carlos Iglesias su interés y su lectura atenta. No fue fácil
responder a algunas de sus preguntas, pero el esfuerzo valió la pena.
En tu glosa de la poesía de John Burnside, haces referencia a esos
espacios suburbiales donde no están bien definidos los límites entre el campo y
la ciudad, el adentro y el afuera, el transcurso del tiempo y su detención. Son
escenarios frecuentes en tus propios poemas («Paris-Texas», «Highland», «Lugar
del amor», «Desierto de los Monegros», «Invernal», entre otros muchos) y en los
de los autores a quienes traduces. ¿Qué significan para ti esa clase de
«no-lugares»? ¿Crees que su carácter mestizo y fronterizo guarda alguna
similitud con el proceso de traducir?
Creo que tienes razón al señalar esa correspondencia entre mi interés
por Burnside y mi fascinación por esos lugares intermedios, esos espacios
suburbiales que ya aparecen en un libro tan temprano como La anatomía del
miedo («Carver Street» es otro ejemplo que me viene a la cabeza). Por un
lado, es una fascinación de orden fotográfico y cinematográfico: crecí con toda
esa mitología norteamericana del cine y el rocanrol (desde Badlands de
Malick a Paris, Texas de Wenders pasando por la mirada urbana de
Cassavetes o el primer Scorsese). Esa imagen de la «tiniebla en el confín de la
ciudad», por citar el célebre disco de Springsteen, ha sido icónica para mí.
Pero hay también una raíz de índole biográfica: cuando llegué a Sheffield en
septiembre de 1992, la ciudad salía de una crisis socioeconómica y de identidad
muy intensa por culpa del nuevo orden thatcheriano. Parecía un escenario de una
película de Ken Loach. La ciudad se extendía en infinitos barrios residenciales
a partir de un centro diminuto, tomado por franquicias comerciales, bloques de
oficinas y edificios administrativos. El campus de la universidad era un
segundo foco de actividad que rivalizaba con el centro de la ciudad, y recuerdo
muy bien que entre esos dos nudos se extendía una red de calles y callejas casi
vacías, sin apenas comercios ni viviendas: solares abandonados, viejos garajes
y fábricas de ladrillo rojo, edificaciones de la época victoriana que habían
albergado talleres, almacenes, destilerías… Te confieso que dediqué muchas
tardes a caminar por esos barrios, fascinado. Y no tardé en establecer una
correspondencia entre ese Sheffield decadente y el Gijón post-reconversión
industrial, esas zonas del Gijón portuario y suburbial que se extendía hacia
Veriña… Llegué a escribir un libro de poemas con el título de Las ciudades
rotas a partir de esta correspondencia. Los poemas no eran gran cosa y el
libro quedó inédito (o lo destruí, no me acuerdo bien).
Esos lugares entre, esos espacios intermedios (no me gusta
mucho la expresión no-lugar, o al menos me parece más apropiada para
ámbitos como los pasillos y las salas de espera de los aeropuertos, por
ejemplo), siempre me han seducido. Y los sigo buscando una y otra vez aquí en
Madrid; me doy cuenta al leer muchas de las entradas de mi blog. Me parecen
espacios llenos de posibilidades, espacios a medio hacer que la imaginación
puede colonizar más ampliamente. Supongo también que son espacios que convienen
a mi soledad o mi misantropía… Además, el que sean lugares humanizados (y
también, en ocasiones, fuertemente urbanizados) hace que el tipo de apertura,
de iluminación, que ofrecen tenga una fuerza muy particular. A veces me parece
que escribo porque no puedo ser pintor…
Respecto a esa analogía que estableces entre mi búsqueda de esta clase
de lugares y mi trabajo como traductor, la verdad es que no lo había pensado.
Está bien visto. En general, nunca me ha gustado aparecer en primer plano o
estar en el centro de la escena: prefiero los márgenes, la banda, el pasar
ligeramente desapercibido. Si a eso le sumas el componente didáctico, el afán
de compartir descubrimientos… Si hubiera una explicación psicológica para lo
que hago, o cómo lo hago, iría por ahí.
La fotografía con la que ilustras esta entrada de hoy tiene esa ambigüedad llena de posibilidades que tanto aprecias en los lugares “entre”. Las palabras con la que explicas la imagen son las pinceladas de un cuadro que invita al descubrimiento.
ResponderEliminarSiempre grato leerte. Abrazo.
Gracias, ahora y siempre, por tu lectura, mi querida Índigo... Me veo haciendo memoria más de lo habitual, y quizá más de lo recomendable. Un abrazo, J12
ResponderEliminarAnduvimos por Sheffield en Octubre por eso de la XVI, bajo la amenaza del huracán Lorenzo.
ResponderEliminarLa describes tal cual. De una fealdad fascinante. Y ya van nueve viajes en la mochila.