Llevaba
medio año ausente (alguna vez lo eché de menos), pero el chino que hace
ejercicio caminando hacia atrás ha reaparecido. Así es la cosa: da vueltas en
torno al parque en modo retroceso, moviéndose con paso firme y volteando la
cabeza cada poco para evitar tropiezos y despistes. Podría hacer una consulta
para conocer el motivo –si es una práctica venerable o está recomendado para
prevenir algún mal específico–, pero me quedo con la imagen de este hombre más
bien bajo, escueto y reconcentrado, que circunvala el damero de parterres y
jardines avanzando de espaldas, como si quisiera regresar infinitamente a la
noche de donde proviene –sin lograrlo. Una forma de penitencia. La sospecha,
quizá, de que este caminar inverso ayuda a expiar (¿a corregir?) los errores de
la víspera. El reloj en hora. Borrón y cuenta nueva.
(Una
semana después me lo encuentro acompañado de su mujer, que imita su caminar
hacia atrás, pero sin la firmeza ni la gracia del hombre. Tiene el pelo
alborotado por las rachas de viento y lleva de la mano a su hijo, que intenta
zafarse cada poco para no perder el equilibrio. El día, ciertamente, no ayuda.
Pero ellos insisten y me los cruzo diez minutos después, más acompasados. Una
práctica familiar).
Que imagen tan peculiar, me ha dejado pensando
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