sábado, marzo 28, 2020

cuaderno del encierro / 11

sábado, 28 de marzo

Los vecinos del tercero B pisan con garbo, pisan con fuerza. Bajan las persianas de un tirón y cierran las puertas sin freno, acostarse para ellos es un largo y dilatado proceso en el que todo es sometido a revisión y no queda un ruido por hacer: voces, el runrún de un electrodoméstico que no logro identificar, una puerta corredera, pasos como de fiera enjaulada, el chorro generoso de algún grifo. Parece improbable que hayan adquirido esta destreza en apenas dos semanas de encierro, por lo que debo concluir que ya actuaban así antes y que soy yo, somos nosotros, los que hemos desarrollado una sensibilidad especial hacia su mundo, algo así como un oído vulcaniano capaz de sintonizar cualquier frecuencia de onda. Gracias al silencio, la casa ha recuperado su condición de cosa viva. Gracias al confinamiento, techos, paredes, caños y bajantes son ahora el tejido orgánico del animal que nos guarda, como la ballena de Jonás. Solo que la ballena es también un gran barco de madera que no para de crujir y acomodarse. Tumbado en la cama, escucho el ruido del agua en las tuberías y hasta creo adivinar el eco de una cisterna dos pisos más arriba. El libro abierto me pesa en el pecho, pero espero a que los sentidos regresen de sus inspecciones nocturnas para dejarlo en el suelo y apagar la luz. Cor meum vigilat.


El parlamento de las aves está en su apogeo. La sesión de hoy fue particularmente variada y musical, con abundancia de mirlos, jilgueros y gorriones, quizá también alguna tórtola. No tengo el ojo bien entrenado y me cuesta verlas entre las ramas más espesas (ayer Paula grabó a un pájaro carpintero «atacando» un tronco desde varios frentes: no es una visión habitual, al menos en este parque, y de hecho no aparece entre los pájaros listados por las guías, aunque su picoteo me es familiar de mis visitas a la Casa de Campo). Las únicas excepciones son las cotorras, tan ruidosas y pendencieras como siempre. Tan fuera de lugar, en realidad. Esta mañana dos ejemplares saltaron bruscamente de una rama sin dejar de chillar y picotearse entre ellos. De la trifulca salió asustada una paloma que andaba por ahí y no las vio venir. Y eso que es difícil no verlas… ni oírlas, como a mis vecinos del tercero B. Así lo contaba el poeta José Luis Zerón en un mensaje de hace días: «Vivo muy cerca de los últimos reductos de la huerta de Orihuela, y con el trasiego cotidiano apenas distinguía el canto del mirlo y por las noches el del alcaraván. Ahora oigo con nitidez el canto de la calandria, del verdecillo, del jilguero, del verderón y del petirrojo, más el grito brujil de las garzas». Me encantó la enumeración de José Luis, su gusto visible por unos nombres casi tan sonoros como las aves que designan. Sí, este silencio nos ha devuelto el canto de los pájaros. Y pienso –pero no sé si es pronto para decirlo– que ojalá nos devolviera también el sonido entero de algunas palabras, su sentido, las ganas y el placer y hasta el asombro de decirlas.


«A Madrid en Madrid buscas, ¡oh confinado!, / y en la misma Madrid a Madrid no la hallas…». Se puede decir así, a la manera de Quevedo y Du Bellay (y convirtiendo los endecasílabos originales en alejandrinos algo forzados), o como ha hecho Paula este mediodía al salir al balcón y ver la calle desierta: Echo de menos Madrid


Me instalo en la mesa del comedor y empiezo a escribir y responder mensajes de correo electrónico mientras vigilo el horno. Me gusta esta convivencia de escritura y cocina, este levantarme cada poco para ver cómo va el asado y comprobar que no se seca. Aprovecho cada interrupción para pensar de nuevo una palabra, el ritmo de una frase, un giro verbal. Mi forma de cuidar la carne es acercarme al horno, abrir la puerta y verter medio vaso de vino blanco. Mi forma de cuidar la escritura es salirme de ella y pensarla desde lejos. Mientras tanto, el comedor se va llenando de olores: limón, vino, aceite, romero y tomillo, la piel que se dora sin prisa y el jugo que se escurre en la fuente. Todo es cuestión de no despistarse y medir los tiempos. Así también estos días.

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