miércoles, 25 de marzo
La
pequeña familia de gatos que vive al otro lado del patio ha empezado a tomar el
sol y desperezarse en el tejado de uralita del garaje. Los llamo «familia»,
pero son más bien una banda callejera, todos distintos y sin mucha relación
entre sí. Por lo que puedo ver desde el estudio, conviven sin tocarse ni
establecer alianzas. Asumo que tienen comida de sobra o que al menos la consiguen
sin esfuerzo. El tejado, a dos aguas, es grande y con una pendiente muy suave,
ideal para recostarse y mirar el vuelo de los pájaros. Supongo que será una
contemplación puramente estética, porque esos pájaros –urracas, palomas, ya no
hay gorriones– están demasiado lejos de su alcance. Creo que fue Sánchez
Rosillo quien escribió una vez que «mirar es poseer». Es muy posible. Pero a
condición, como saben bien estos gatos callejeros (un saludo, Thomas O’Malley
del Arrabal), de tener las necesidades cubiertas.
Llevo
unos días leyendo Cuando editar era una fiesta, la «correspondencia
privada» de Jaime Salinas que acaba de editar Tusquets. El volumen es un
rompecabezas, un collage de textos de diversa procedencia en el que destacan
las cartas que escribió durante medio siglo a su pareja, el escritor islandés
Gudbergur Bergsson, a quien conoció en Barcelona en la década de 1950. La labor
de montaje corre a cargo de Enric Bou, que ha resuelto con nota un empeño
difícil: contar las diversas vetas o hilos temporales de la vida de Salinas
desde su llegada a España y su ingreso en la editorial Seix-Barral. Contarlas,
digo, con claridad, deslindando intereses y frentes de acción sin desvirtuar la
riqueza de una vida que parece haberse volcado sobre todo en los demás, en lo
de fuera: su trabajo editorial, las relaciones con escritores amigos de Madrid
y Barcelona, el deber de la gestión política… Al poco de empezar la lectura,
subrayé una frase de Salinas a la que sigo dando vueltas: «Pienso con
frecuencia que eso del tiempo, del tiempo que le pasa a uno, es algo así como
lo que sentía durante la guerra, cuando estaba en el frente y había más o menos
peligro; entonces tenía una especie de seguridad infundada, casi fanática de
que no me pasaría nada. Para sentir el verdadero peligro, casi tenía que hacer
un esfuerzo de imaginación, de cálculos complejos». Me doy cuenta de que la
cita, con su referencia a la guerra, puede llamar a engaño (la metáfora bélica
de la «lucha contra el virus» solo me parece justificable en el caso de los
hospitales, las urgencias sobresaturadas, la morgue en el Palacio de Hielo, los
controles policiales, etc., no en el de nuestro encierro, el de los ciudadanos
de a pie, tan pasivo como mundano, tan rápidamente normalizado), pero creo que
lo que me llamó la atención de la frase fue esa conciencia de Salinas de que la
vida, para ser real, para que nos parezca real, tiene que estar filtrada
o reelaborada por la imaginación. No basta con vivir; hay que hacerse cargo de
este vivir nuestro con un esfuerzo imaginativo, esos «cálculos complejos» de
los que habla Salinas, lo que implica también un ejercicio de empatía con el vivir
–el hacer y el padecer– de los otros. Esto es fácil decirlo, claro. Las recetas
conceptuales tienen ese problema. En mi caso, no basta con mirar, debo llevar
esa mirada hacia dentro, entrañarla; y no basta con pensar, debo llevar ese
pensamiento hacia fuera, extrañarlo y hacer que se roce –se manche– con el
pensar de los demás. Me gustaría pensar que ese movimiento contrapuesto, como
de ruedas que se engranan, abre un espacio en el que no hay cabida para el narcisismo,
la necedad del postureo, las expectativas falsas o exageradas. Pero quién sabe.
Siempre queda el miedo de estar haciendo un «papelón», como diría Mafalda. De
momento, y hasta nueva orden, mi quitamiedos más efectivo es seguir leyendo.
Siguen
las sorpresas. Ahora resulta que los gamberros que se dedicaron a patrullar las
calles de Tacoronte, en Tenerife, insultando a los vecinos con un altavoz y
echándose unas risas a costa de su encierro, eran «jóvenes de 22 a 37 años». Atención,
reporteros de La Sexta: parece que alguien en las islas ha dado con el elixir
de la eterna juventud.
Entrañamiento y extrañamiento: el yo y los otros. Es hermoso leer como nuestras querencias y obsesiones se encarnan en cada cosa que hacemos. Emoción siempre al leer y sentir los vericuetos que trazamos en nuestros laberintos, o que estos últimos trazan en ellos.
ResponderEliminarAbrazo fuerte, Jordi, y mucha fuerza. Sigamos leyendo.