jueves, 9 de abril
Bien
mirado, estas notas no son muy diferentes de las que solía escribir antes del
encierro. Lo son, claro, porque muchos de los lugares que frecuentaba son ahora
tan remotos o inaccesibles como el Taj Mahal, y porque algunas de estas
reflexiones aluden directamente a esta nueva circunstancia. Pero el tono, la
sustancia del asunto, sigue siendo la misma: mirar, escuchar lo menudo, lo poco
visible, ese «murmullo del mundo» del que habla Tomás Sánchez Santiago en sus
cuadernos. Y adoptar una actitud de espera, alerta, activamente pasiva. Digamos
también: como el que no quiere la cosa. Y la cosa viene entonces, confianzuda,
a abrevar en las manos.
Ayer,
por unas pocas horas, salió el sol. Y las fachadas interiores de la gran
manzana se poblaron fugazmente de ropa tendida: blusas, camisas, también
toallas y ropa de cama; retales que vestían y daban color al teatrillo inmenso
del patio. Nada que ver con la lluvia insulsa que ha vuelto esta mañana con su
cartón de lija. Borrar, borrar, esa es la consigna. Y este gris
parece que lleva ahí desde siempre, que nunca se irá. Pero es también el color
de la impaciencia.
Mi
única diversión esta mañana ha sido ver a dos torcazas –las pude distinguir por
las manchas blancas del cuello– absortas en su cortejo. Todo bastante primario,
la verdad: el macho tenaz, insistente, un pelma en toda regla, y la hembra
coqueta, evasiva y también un poco harta, me pareció. Estuvieron un rato largo
arrullándose con estridencia en el árbol más cercano al balcón, hasta que la
hembra decidió irse ladera arriba. El macho dudó un instante, se hizo el digno,
pero la necesidad pudo más que el orgullo y allá que echó a volar. Los árboles,
que para eso están –entre otras cosas–, corrieron un púdico velo sobre la
escena.
Hace
dos días, 7 de abril, fue el cumpleaños de mi padre. O lo habría sido de no
haber muerto el verano pasado a los 77 años (no soy supersticioso, pero esta
abundancia de sietes no podía ser buena). Los amigos saben que mi relación con
él fue compleja, por no decir difícil, pero más de una vez, estos días, he
agradecido que muriera a tiempo de no verse en este trance. No solo por el
riesgo fatal para su salud, ya muy dañada entonces, sino porque esta pandemia
habría supuesto un desafío excesivo a su forma de entender la vida. Algo
demasiado extraño o peregrino para un temperamento fundamentalmente realista
como el suyo, reacio a la ficción, incapaz de fabular. Por no hablar de su aversión
a la policía y a cualquier forma de control o vigilancia. Todo esto le hubiera
parecido absurdo, incluso insultante. No, mejor así. Cuando se pierde la
imaginación, la vida se vuelve incomprensible.
Llevo
días pensando en la frivolidad de ciertos columnistas senior –pienso en
los artículos más recientes de Marías o de Savater, o el que publicó Vargas
Llosa al día siguiente de declararse el estado de alarma– que escriben sobre este
encierro como si fuera un incordio, una invención exagerada de gobernantes
empeñados en fastidiarles la vida. Algo personal, vaya. Ellos, que se sienten por
encima de tantas cosas, no ven la hora de volver a la normalidad, sin advertir
que esa normalidad, como poco, está en entredicho. Si no para ellos, sí para nosotros,
sus lectores, que debemos de parecerles ovejas obedientes, adeptas al redil. Hasta
cuando ofrecen recomendaciones –de viejas películas, sobre todo, y el detalle
es revelador–, lo hacen sin gracia, como maîtres desdeñosos. Confieso
que yo también quisiera para mí ese rencor de presunto liberal constreñido por
la masa, pero no puedo darme el lujo porque soy tan masa como mi vecino. El
principio de realidad obliga.
Estoy contigo: estas notas no son muy distintas a tus escritos previos. Son unas hormigas blancas en hilera; van desde los grises a los trinos, desde lo terrenal a lo sufrido, pasando por lo divino. El ego del macho (más allá de la especie y de su ecosistema), la naturaleza esquiva de la tórtola coqueta y la ropa tendida. El mundo y el muro.
ResponderEliminarAbrazo grande. Sigamos.
Ay, amigo, cuando el tiempo ya no presenta esa variable de eternidad con límites con que suele aparecer ante los no "senior", la cosa cambia. No es cuestión de frivolidad (otros hasta lo llaman mezquindad o "caldo agriado"), sino cuestión de perspectiva. No se ve lo mismo desde la mitad, pongamos por caso, que desde la última pendiente. Imagino que a Sísifo le ocurriría algo parecido cuando estuviera completando uno de sus recorridos cuesta arriba, sabiendo (por experiencia, no por lo que le contaban) que inmediatamente la piedra seguiría cuesta abajo y él tendrá que bajar tras ella con buen o mal humor. Y, claro, el bueno termina por agriarse y se hace muy difícil mostrar el lado gracioso de algo que en principio no lo parece.
ResponderEliminarNo hablo de obediencias, sino de la radical rebeldía de cualquier luchador que ve que todo se va al carajo por razones que nadie sabe explicar con claridad, aunque se empieza a sospechar que el origen de todo está en el sistema y este ha agotado recorrido.
Perdonad el tono. Es que no está el horno para bollos.
Y, Jordi, las hayas déjalas estar en nuestras tierras del norte. De Montejo para abajo, na de na, que dirían en la Bética.
Un abrazo.
Gracias por tu comentario, Abilio, pero creo que harías mal sintiéndote aludido. Para empezar, porque yo también tengo una edad y hace tiempo que esa "eternidad con límites" dejó de ser mi perspectiva: en el fondo estoy más cerca del punto de vista de esos escritores "senior" que menciono que de muchos treintañeros. Y, para seguir, porque tu actitud de discrecion, curiosidad y mirada alerta ante el mundo tiene poco que ver con la de ellos. No hay posibilidad ninguna de identificación. Lo que no quiere decir que yo haya acertado con mi descripción. Sospecho que me he expresado mal y que he cargado las tintas. La crítica irónica no es lo mío.
ResponderEliminarPor lo demás, en el Parque del Oeste, hayas, haberlas haylas. Pero hay también tantas variedades de árboles (muchos desconocidos para mí), que puedo haberme confundido. Así que lo he corregido y he puesto el genérico, mucho menos comprometedor.
Gracias por estar ahí y contribuir con vuestra lectura a que este blog siga vivo. Un abrazo, J12
Quien se ha expresado con torpeza he sido yo, pues en ningún momento me sentí aludido por tu comentario. Es más, participo de esa misma opinión y procuro que mi pensamiento mantenga la flexibilidad que proporciona la no militancia en ningún frente generacional. Pero a veces se encienden demasiados fuegos y el humo acaba por nublarlo todo. Precisamente a los Marías, Revertes y especialmente a Vargas Llosa hace tiempo que los dejé secando en el varal de sal del particular desierto que han querido crear en torno suyo. Tasajo para tiempos de penuria, nada más.
ResponderEliminarNo tengo ningún derecho a enturbiar un arroyo de aguas claras con mis puntuales momentos de turbiedad, entrando en un espacio sereno y compartido dando voces o coces.
Pido disculpas nuevamente, a ti y a quien leyera.
Un abrazo.
No tienes nada de qué disculparte, querido Abilio. Sospecho que fui yo quien te entendió mal. En fin, son días extraños y a veces la mente nos juega malas pasadas. No le demos mayor importancia. Siempre es un gusto saberte cerca, iluminando estas notas con tu lectura cómplice. Abrazo fuerte, J12
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