miércoles, abril 08, 2020

cuaderno del encierro / 19

miércoles, 8 de abril

A cada día sus músicas. Hoy debo de tener el ánimo sombrío. Empiezo la mañana haciendo ejercicio con «Blindfolded» de Simple Minds y la termino con «House With No Door», un viejo tema de 1970 de los Van der Graaf Generator. A pesar de su título, es una canción de amor convencional (aunque de tono morbosamente gótico, como era costumbre en Peter Hammill). Pero es también un título sugestivo, que me lleva a pensar, de pronto, en un futuro conjetural de casas sin puertas físicas, un futuro en el que el riesgo de pandemias y otras amenazas nos obligará a vivir confinados en espacios estancos, hogares individuales o unifamiliares de los que será imposible marcharse, salvo por motivos de fuerza mayor. Sigamos. La vida laboral se haría en estos hogares, bien provistos de pantallas de realidad virtual para celebrar reuniones, encuentros con amigos, sesiones de yoga o de gimnasia… La única vía de acceso sería un compartimento que haría las veces de dársena y habitación desinfectante. Por ahí entrarían provisiones y comestibles (servidas a domicilio, claro está). Y por ahí se saldría solamente en casos excepcionales, de urgencia, y con el permiso oportuno de las autoridades. Un enjambre de obreros no cualificados y en condiciones de cuasi esclavismo atendería las necesidades de la población, pero pronto serían reemplazados por robots. Lo dejo aquí. Quedan flecos por resolver –por ejemplo, cómo formar familias o vínculos personales si no es posible salir de casa–, pero es cuestión de sentarse y armar el puzle. Y, si algo no cuadra, siempre podemos contar con el avance seguro de la tecnología y las herramientas de control social… 
       De joven, a los quince o dieciséis años, estos constructos me entusiasmaban, precisamente porque eran teóricos y mi juventud me impedía investirlos de experiencia, de vida vivida. Eran dignos de los cuentos y novelas de ciencia-ficción que consumía con avidez y cuyo valor descansaba, sobre todo, en que ofrecían un repertorio riquísimo de hipótesis y puntos de partida para imaginar el futuro (y el futuro estaba justamente para imaginarlo). Éramos ignorantes y optimistas. Ahora me aterran, supongo que como a cualquiera, porque sé lo que está en juego y no quiero perderlo. Los viejos esqueletos narrativos se han levantado del polvo, como en la profecía de Ezequiel, y se han cubierto de carne, de piel y hasta de espíritu. Y parece claro que una existencia semejante sería terrible para el espíritu, al menos vista desde aquí, por este adulto que he llegado a ser y con estos ojos que se comerá la tierra. Lo que no me impide reconocer que es una hipótesis plausible. ¿La vivirán alguna vez nuestros hijos, nuestros nietos? Quién sabe. Tal vez desde una perspectiva ecológica ese vivir en celdas y colmenas bien selladas fuera más sostenible: un ejercicio socialmente programado de contención. Desde luego, en todos los demás órdenes sería una pesadilla. Y no sé si el miedo o la sugestión hablan por mí, pero tendremos suerte si las gentes del futuro no recuerdan este primer encierro del siglo XXI como un ensayo general, una prueba de resistencia.


Segunda tarde de lluvia. Pero esta vez es una lluvia mansa, cálida, casi tropical, que cae con desgana. Como si no quisiera dejar rastro. Según el pronóstico del tiempo, este frente nuboso viene directamente de Portugal, del Atlántico, y se nota: el cielo no está tan blanco como la Torre de Belém, pero casi. Un blanco lavado, ceniciento, en el que las nubes se recortan como masas de color en un negativo. Un blanco que lleva en sí polvo de cal y de azulejos. Y el aire entumecido del calor.


Tarde también de moscas. Después de estos días de humedad y temperaturas medias, se veía venir. Y Layla va debidamente mosqueada, más atenta a su trasero que a los reclamos del camino. La verdad es que no recuerdo haber visto tantas, sobre todo en la zona en obras que limita con la calle Bailén (y que lleva semanas abandonada). Habrá que elevar una protesta. ¡Señores pájaros, dejen ya de cantar y hagan su trabajo!


Más música: Paula está leyendo en el salón, en el otro extremo de la casa. Suena un disco de Arvo Pärt (Alina). Una melodía sencilla y hermosa, de aire sonámbulo. Las notas del piano caen como gotas de un árbol recién llovido: un ritmo vagamente irregular, la expectativa de algo que no termina de cumplirse y que llena el pasillo con sus ecos. Yo estoy escuchando unos blues de Donald Fagen mientras escribo, pero no tardo en bajar el volumen y acoger la música que llega del salón. El disco de Pärt se impone sin esfuerzo. Silencio que habla. Silencio elocuente.

1 comentario:

  1. Me quedo con el silencio elocuente de Part. Y su “Para Alina”. Respecto a lo demás, si llegara el escenario que temes, o que pronosticas, creo saber muy bien lo que haría... A mí de jovencita nunca me gustó la ciencia ficción. Y, ahora, de adulta, menos todavía. Encontrar la fuerza y desaparecer tras la “banquise”, ligera de equipaje como la lluvia...

    Abrazo enorme, Jordi. Ánimo y serenidad y fuerza.

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