Mañana
miércoles 17 de junio llega a las librerías La vida en suspenso. Diario del confinamiento, que firma un servidor y
publica con su mimo y elegancia habituales Fórcola Ediciones. Comento en el
breve texto preliminar que este libro (aquí la ficha correspondiente) es «una anomalía, un imprevisto»,
como todo lo que hemos vivido desde hace poco más de tres meses, pero creo que no está de más añadir alguna explicación al respecto.
Empecé a redactar este diario el domingo 15 de marzo: lo que vi y sentí mientras
paseaba por el parque a Layla, nuestra perra, fue tan raro, tan
espectacularmente anormal, que no tuve más remedio que ponerme a escribir.
Sucedió también que a lo largo de los días que precedieron y siguieron
inmediatamente a la declaración del estado de alarma, toda mi actividad como
editor externo, profesor y conferenciante quedó paralizada o en suspenso. Todas
las citas que tenía marcadas en mi agenda de marzo y abril –clases, lecturas de
poesía, presentaciones– se fueron cancelando una a una y de pronto me vi
desocupado, con una extensión insólita de tiempo libre ante mí. Una vez hechas
las cuentas y resueltas las cuestiones de intendencia doméstica, me pareció que
lo más razonable era dejarse llevar por la corriente y asumir el parón con naturalidad.
Pero no pude evitar que en ese vacío dejado por la falta de cargas laborales
brotara la escritura. Lo hizo sin estridencias, como respondiendo a la
necesidad de sosegar y ordenar la mente.
El carácter excepcional de lo que vivíamos
me llevó de manera espontánea al diario, que es tal vez el género más flexible
y mejor dotado para dar cuenta del día a día con una palabra que, siendo fiel a
las circunstancias, permita mantener la tensión literaria y una cierta voluntad
de estilo. No es solo que en el diario quepa todo, sino que en sus páginas es
posible ensayar tonos muy diversos: reflexivo, narrativo, irónico, lírico, etc.
Y así fueron pasando los días. Una expresión que utilicé a menudo en los
mensajes a los amigos fue: paciencia y buen humor. Y esa actitud de ecuanimidad
fue lo que traté de mantener en mi vida cotidiana y de trasladar a mi
escritura. No siempre con éxito, por desgracia.
El
impulso de escritura se prolongó durante ocho semanas, dos meses justos, y se
cerró el lunes 11 de mayo. Lo hizo tan naturalmente como había surgido. Poco
antes de esa fecha había recibido la llamada atenta y generosa de Javier Jiménez,
que me propuso publicar el conjunto en forma de libro. Acepté, no sin dudas, y
el resultado es este pequeño volumen de 160 páginas realzado por el dibujo de Haritz
Guisasola en cubierta, un breve y generoso texto de contracubierta de Eloy Tizón y un espectacular trabajo de producción marca de la casa.
La verdad es que por ese lado no puedo estar más satisfecho ni agradecido.
Hay
libros que tardan ocho o nueve años en cerrarse, como No estábamos allí.
Otros recogen un trabajo discontinuo que puede llegar a abarcar dos décadas,
como La puerta verde. Pero nunca me había pasado escribir y publicar un
libro en menos de tres meses. Es obvio que esto en sí no tiene mucha
importancia ni puede configurar un juicio de valor. Lo anoto únicamente como una
cifra más en la columna contable de esa extrañeza que produce publicar, como es
el caso, un libro de circunstancias…
El
mismo día que cerré este diario pensando que no quedaba (casi) nada por anotar,
vi a un jubilado haciendo prácticas de golf en la hondonada que se abre entre
la cuesta de Ruperto Chapí y las vías del tren de cercanías. Al volver de mi
paseo con la perra, tres de las conversaciones de los ancianos achacosos con
los que me crucé en Ferraz tenían que ver con la comida… Comprobé una vez más
que el mundo hará todo lo posible para que sigamos prestándole atención; lo que
sea con tal de no pasar desapercibido. Así que el único mérito del diarista es
abrir bien los ojos y recoger el guante lanzado por las cosas. (Ese es también,
por lo demás, uno de los designios primeros del poema, de ahí que la poesía se
halle tan presente en estas páginas).
Mi
primera intención fue que estas notas formaran parte de un libro más extenso
que habría sido la continuación de Perros en la playa, publicado en 2011.
Pero me alegra haber cambiado de opinión y darlas en libro aparte, para diferenciarlas
del resto de mi diario. Hay en ellas un tono distinto, una concentración emocional
o sensorial que no percibo en otros cuadernos. O eso me parece, al menos. En
todo caso, ahí están, listas para encontrarse con los lectores. Ojalá no resulten
demasiado impertinentes.
Pues uno más en tu haber. ¡Enhorabuena! Yo estoy esperando Flota, que debía llegar ayer, y por ahora no ha llegado. También lo pedí como regalo de cumpleaños para una amiga mía gallega. A ella le debería llegar mañana. En algún momento flotaremos... entretanto, la vida en suspenso...
ResponderEliminarAbrazo, Jordi.