sábado, mayo 28, 2022

palabras para reparar el mundo

 

 


Roger Robinson, Un paraíso portátil, traducción y prólogo de Elisa Díaz Castillo y Adalber Salas, Barcelona, Kriller71 Ediciones, 176 págs.

 

 

Este «paraíso portátil» se abre con una serie de once poemas dedicados al incendio de la torre residencial Grenfell en Londres en junio de 2017, en el que murieron 72 personas, en su mayoría inmigrantes y vecinos humildes del rico mosaico étnico de la ciudad. Roger Robinson, nacido en Hackney –aunque recriado en parte en la isla antillana de Trinidad–, toma este desastre para hacer una historia retrospectiva del racismo estructural que atraviesa el país y que el Brexit no hizo sino reforzar, como quedó patente con la política de «entorno hostil» que el Home Office dispensó a los inmigrantes venidos del Caribe antes de 1973 (la llamada generación «Windrush»).

 

Que Robinson ha escrito un libro de inspiración política parece innegable. El resultado, sin embargo, va mucho más allá, por la gran variedad de tonos y cauces formales que aquí se dan cita y que el poeta y músico maneja con maestría: pathos y humor, celebración y disparate, ironía y justa indignación, poemas-reportaje y onirismo… Así en «Woke», cuyas veloces transiciones nos llevan como en sueños, con lúcida ferocidad, desde la «panza de un barco esclavista» al «piso 16 de un bloque de apartamentos […] con una vista nítida de la tierra que no me pertenece».

 

El don de Robinson para manejarse en los registros más diversos (incluido el «limerick») es inspirador, y en español se beneficia del trabajo atento de Elisa Díaz y Adalber Salas. Si «Doppelganger» no desentonaría en un libro de Seamus Heaney, «Cenizas al fuego» tiene la firmeza crispada de la oralidad callejera.

 

Ejemplo de su ironía es «Aceituna negra», en el que un encuentro con una editora blanca que devora las olivas de un plato deriva en un breve relato humorístico con él convertido en aceituna y «brincando en el trampolín suave» de la lengua de la mujer, donde no tarda en saludar con resignación a nuevos camaradas de infortunio.

 

Su autor transita a la vez entre los hechos y por encima de ellos, con esa doble mirada propia de la imaginación empática. La impresión final es de grandeza, no solo poética, sino vital.

 

 

Publicado originalmente en La Lectura de El Mundo, 6 de mayo de 2022.


martes, mayo 24, 2022

ep

 

Ezra Pound (1885-1972) / foto de Paolo di Paolo

 

 

 

Que de mi tumba se levante tal llama de amor

que quien pase a su vera se sienta confortado;

            que gatos vagabundos se enrosquen aquí

                                   donde no hay lápida

& chispeen los ojos de las muchachas, en el lugar anónimo

que mengüen los rencores

& un lento adormecer de paz invada a quien pase.

 

 

trad. J.D.

 

sábado, mayo 21, 2022

alguien

 

Las distopías del nuevo siglo tienen un aire inequívocamente altomedieval: una mezcla de feudalismo y tecnología punta, con ese acento apocalíptico propio de los credos milenaristas. Y no es extraño: nuestros señores feudales tienen más poder que los reinos donde ubican sus castillos, que son mansiones más o menos fortificadas en las afueras de la ciudad; son ellos, los señores de las tecnológicas y las grandes financieras y las empresas de armas (llamadas «de seguridad» con desparpajo eufemístico), los que establecen alianzas transnacionales para eludir el pago de impuestos y esquilmar a sus vasallos, que ojean la pantalla con el mismo pasmo bobalicón con que los campesinos miraban los frescos de las iglesias. La analogía está ahí, y basta con tirar de la madeja. Es lo que hacen los creadores de ficciones, los guionistas de series y películas con aroma a devastación. Solo unos pocos nos atrevemos, tal vez ingenuamente, a añadir una imagen al puzle: alguien, en algún lugar, alguien que no conocemos y que no levanta sospechas, ha decidido construir su propio monasterio y hace de monje copista en el scriptorium.

 

miércoles, mayo 18, 2022

los hilos ocultos del deseo

  


 


 

Olga Muñoz Carrasco, Tapiz rojo con pájaros, Madrid, Bala Perdida, 2021, 84 págs.

 

 

Puesto en contigüidad con Cráter, danza (2016), su predecesor, este Tapiz rojo con pájaros de la poeta y crítico Olga Muñoz Carrasco (Madrid, 1973) cobra un relieve especial. Si aquel libro se forzaba a bailar con la sombra palpable de la enfermedad, este produce un efecto simultáneo de estatismo y claridad, como si todo estuviera fijado o contenido de antemano en los motivos que integran La dama y el unicornio, el célebre conjunto de seis tapices que se aloja en el Museo de Cluny de París y que es el punto de partida ostensible de esta propuesta, su escenario inmediato.

 

Son muchos, empezando por Rilke, de quien se toma el epígrafe inicial, los que han encontrado en esta obra inspiración y alimento. Muñoz Carrasco soslaya la tentación ecfrástica y toma las seis imágenes como fuente de un impulso reflexivo que es también un examen fuertemente sensorial del mundo y del propio cuerpo. Si cinco de las seis secciones del libro, como los tapices mismos, remiten a los sentidos corporales, la sexta las condensa con una referencia explícita al deseo que replica la oscura (por intraducible) divisa del panel central: «À mon seul désir».

 

Toda la sección IV, «El monstruo en el espejo», está dedicada al sentido de la vista y dialoga con figuras míticas –Diana, Circe, Deyanira– que son como el azogue donde perfilar, por contraste, la propia imagen: «guerrera entre los árboles    se da al viento    enarbola cicatrices de caza    en el seno rabia    amor en la rodilla    en la sien locura».

 

Y es este deseo el que modula la escritura y le da su carácter fluido, disperso, esa jouissance sin rumbo cierto que parece anclada eternamente en el instante de la espera o la inminencia. Las frases se reúnen en bloques textuales sin puntuación que simulan enjambres suspensos en el aire, y en los que el foco está puesto una y otra vez en el cuerpo, en las partes del cuerpo (ojos, manos, torso), o en un mundo natural que se erotiza en su presencia. Figuraciones persuasivas cuya atmósfera vagamente espectral nos recuerda, al modo barroco, que «solo lo fugitivo permanece y dura».

 

 

Publicado originalmente en La Lectura de El Mundo, 29 de abril de 2022.

 


 



jueves, mayo 12, 2022

ciudad de la mentira

 

 

 

Gabriela Kizer, En falso, prólogo de Luisa Castro, Madrid, Visor, 2022, 144 págs.

 

 

La primera impresión que se tiene al ingresar en este nuevo libro de la venezolana Gabriela Kizer (Caracas, 1964) es la de una gran desenvoltura expresiva: un don muy suyo para fusionar registros y planos distintos de escritura, de lo coloquial a lo culto, de lo narrativo a lo metafórico, de los modos de la calle a un culturalismo que brota siempre sincero, sin efectismos, como un bagaje del que los años se sirven para traducir o al menos iluminar la propia vida. En falso abarca doce años de escritura (2005-2017) y puede que este lapso tenga mucho que ver con su sincretismo, pero hay algo más, una apuesta decidida de la autora por no cerrarse ninguna puerta; también, como señala Luisa Castro en su oportuno prólogo, su deseo de fundar «un territorio movedizo, deslizante […] que nos atrapa desde el primer momento».

 

Las cinco secciones del libro dibujan un trayecto que va desde el sondeo de las raíces familiares –judíos ucranianos que desfilaron por «el piso enmohecido del barco / que ha iniciado su lento viaje desde Besarabia»– a un retrato insolente y a la vez desolado de la Caracas de hoy. Por el camino comparecen las diversas etapas de una educación vital y sentimental que sigue arrojando su luz viva desde el pasado: «Quiénes éramos / muchachas pacatas, salvajes, voyeristas […] Pronto seríamos bocado y abrevadero. / También indecencia, llama difícil, brasa para tiznar».

 

Los poemas en prosa de la sección central son como una galería de ejemplos para la vida y el arte, pero en todos alienta el afán de Kizer por evitar la línea recta, la moraleja o la conclusión fácil. «Haga la alegoría usted», dice con humor, aunque no pueda evitar que una sombra creciente de pesimismo caiga sobre sus páginas.

 

Así, quien quiera hacer un retrato fiel de la Caracas arruinada del post-chavismo tendrá que consultar también a los poetas. Y, en concreto, todo el tramo final de este libro, que hace el inventario de una realidad atroz y desmedida que Kizer observa con pasión incrédula porque solo así cabe eludir la «pesadumbre», la falta de esperanza.

 

 

Publicado originalmente en La Lectura de El Mundo, 29 de abril de 2022.

 

sábado, mayo 07, 2022

desde el corazón de las tinieblas

 


 

Carlos Peinado Elliot, ¿Sangra el abismo? Contracciones de una noche de Pascua, Barcelona, RIL Editores, 2022, 142 págs.

 

 

Estamos ante un libro singular por varias razones. Para empezar, es muy difícil encontrarle antecedentes en nuestra tradición, y habría que irse tal vez a ciertas zonas de la poesía de Zurita o de Valente para tocar el germen primero de lo que aquí estalla con tal ferocidad. Tampoco hay signos que lo anunciaran. Carlos Peinado Elliot, profesor de Literatura Española e Hispanoamericana en la Universidad de Sevilla y justamente conocido por sus estudios sobre lo sagrado en Valente, María Zambrano y algunos poetas de los 70 (Colinas, Janés o Sánchez Robayna), solo tenía a su nombre un poemario, La herrumbre herida (2011), en el que el desvelo existencial se encauzaba en hechuras más tradicionales. Bien es verdad que cabe rastrear en ese libro, in nuce, muchos de los motivos que rigen el territorio doliente de este «abismo», pero los parecidos acaban ahí. Resulta casi insólito, pues, pero también alentador, que una obra de esta naturaleza llegue hasta nosotros con relativa normalidad.

 

El título mismo, ¿Sangra el abismo? Contracciones de una Noche de Pascua, es excesivo, un aviso de lo que vamos a encontrar en su interior. Pero si este libro es excesivo, lo es a la manera en que la hipérbole, cuando necesaria, es también significativa. Nuestra época, en realidad, ha abolido esta vieja figura retórica, pero Peinado Elliot la conoce bien de sus lecturas bíblicas y la restaura como fuente primera del impulso moral que recorre el conjunto: 130 páginas de poemas en prosa a texto corrido entreverados de pasajes en verso (más un tímido aparato experimental en forma de caligramas y notas al pie) y articulados en ocho partes de diversa extensión.

 

Todos los poemas van precedidos por una divisa que remite a uno de los elementos arquitectónicos del templo cristiano –nártex, girola, pechina, hipogeo, arcosolio, etc.–, pero también a nociones de la antigüedad grecolatina (Quimera, Sibila), la escatología cristiana y la antropología. Una de ellas, la «fossa sanguinis», en alusión al templo descubierto en Westfalia en 1956 y que servía como pila del Taurobolium, el bautismo en sangre de toro del culto de Cibeles, es quizá el nudo gordiano del libro; bajo ese lema se agrupan sus textos más duros y descarnados, que escenifican de forma explícita actos de violencia, de daño, de tortura. Así los dos iniciales, en los que una figura anónima –en la que intuimos el rostro de José Bretón– prende la hoguera donde arden «los cuerpos narcotizados» de sus hijos. El libro empieza con esa hoguera y ya no ceja en su empeño de listar y describir los hechos de barbarie: una genuina marea de sangre que no da respiro al lector y en la que percibimos, en filigrana, toda clase de referencias: culturales, históricas (la Shoá, las trincheras de Verdún) y mediáticas, con indicaciones veladas a casos recientes de gran repercusión en nuestro país.

 

Entre las piezas de resistencia del conjunto destaca un poema-reportaje escalofriante sobre la matanza de Iguala en 2014, un «intermedio informativo», según lo titula su autor, que es un modelo de poesía testimonial, capaz de dar voz a los agentes de la infamia sin dejar de hacer justicia a las víctimas. Pocas veces ha tenido uno el privilegio de leer algo así en nuestra poesía reciente.

 

El polo opuesto de esta serie intermitente de «fossa sanguinis» es «vitral», donde la imagen del mar –asociada a la visión infantil– ofrece un contrapunto que se ensombrece con la del cielo en «pináculos: estrellas» o «bóvedas estrelladas». Con todo, el alivio es fugaz, momentáneo. El acento expresionista se enseñorea del conjunto y retrata una humanidad devastada por la violencia, la destrucción, la muerte: un material poco menos que intratable que el poeta, lejos de desactivar, potencia con un lenguaje de vigorosa trabazón rítmica y metafórica. Al mismo tiempo, todo el léxico está empapado de una aspiración espiritual que alienta desde el arranque y se resume en la cita de Pound que cierra el libro: «Palpable el Elíseo, aunque estuviera en las salas del infierno». Un final precario que no borra ni alivia el espanto, pero que el lector, aún sobrecogido, no puede sino agradecer.

 


Publicado originalmente en La Lectura de El Mundo, 15 de abril de 2022.