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Comienza el curso, al fin, aunque el verano se niega a irse y sigue pisando los últimos días de septiembre con una luz capaz de despejar los humores más sombríos. Y, coincidiendo con este inicio de temporada, el Hotel Kafka abre las inscripciones para el Máster de Escritura Creativa (el módulo de poesía se impartirá durante el segundo trimestre, de enero a abril) y también para el Club de Poesía que inauguramos este año: una ocasión para compartir lecturas, inquietudes y deslumbramientos. Comenzamos el 7 de noviembre con Residencia en la tierra de Pablo Neruda y luego el 21 del mismo mes con Las personas del verbo de Jaime Gil de Biedma (luego seguiremos con Zbigniew Herbert, Luis Cernuda y John Ashbery, entre otros). Como veis, un menú de lo más variado. Os copio los dos párrafos de presentación del Club de Poesía y os invito a matricularos si vivís en Madrid: se trata de leer, de compartir lo leído (lo pensado) y, en general, de pasar un buen rato.
El Club de Lectura de Poesía del Hotel Kafka no quiere ser más –ni menos– que un espacio de encuentro, de diálogo, de interrogación, de debate y de aprendizaje en torno a esos libros sin los cuales difícilmente seríamos lo que somos, o querríamos ser lo que no somos. Desde clásicos de la vanguardia histórica a trabajos contemporáneos, queremos acercar lo más vivo, lo imprescindible, lo más provocador para la inteligencia y los sentidos (la única provocación que vale la pena), ponerlo en comunidad, entrar y salir de su círculo de tinta para entrar y salir de nosotros mismos, escarbar en sus entrañas o sus motores y borrar la pátina que el tiempo, a veces, pone sobre páginas que, bien miradas, bien leídas, siguen teniendo tanta o más vida –siguen siendo tan (im)pertinentes– que cuando fueron escritas. Nos mueve el convencimiento de que nadie puede ser poeta si antes no ha sido lector –obsesivo, compulsivo– de poesía, si no experimenta el asombro, el íntimo deslumbramiento, el secreto placer de quien, al leer, siente que las palabras de otro le están leyendo, rehaciendo, cartografiando el territorio siempre confuso de su propia identidad.
Nuestro método de trabajo es sencillo. Para leer, como para escribir, hay que quedarse a solas. Leeremos por tanto, primero, cada uno por nuestra cuenta. Y luego, cada quince días, nos reuniremos para debatir, interrogar (al libro y a nosotros mismos), dar nueva vida a las palabras con el firme propósito de que ellas nos den un poco más de la suya. Echaremos mano de nuestra inteligencia y nuestra memoria, de nuestros sentidos y nuestras emociones, y de una experiencia vital que incluye también todo lo que hemos leído y pensado y visionado. Se trata, en fin, de disfrutar y aprender de la poesía en un entorno de cordialidad cómplice que no excluye el rigor y la indagación. Si la poesía es, en gran medida, el espacio de la palabra en libertad, quizá su lectura y su frecuentación nos ayuden a ser un poquito más libres.
Entretanto, Antonio José Ponte sigue haciendo de las suyas y ha decidido publicar una nueva selección de mis perros playeros en Diario de Cuba. Esta vez lo ha titulado «Lo que es invisible de tan grande» y la frase, sin duda, es la definición más certera o precisa de su hospitalidad.
BITÁCORA DE JORDI DOCE. Mis últimos poemarios son En la rueda de las apariciones. Poemas 1990-2019 (Ars Poetica, 2019) y No estábamos allí (Pre-Textos, 2016). Además de traducir la poesía de William Blake, Anne Carson, T.S. Eliot y Charles Simic, entre otros, he publicado los cuadernos Hormigas blancas y Perros en la playa, y los libros de artículos y de crítica Imán y desafío, Curvas de nivel y Las formas disconformes. He reunido mis versiones de poesía en Libro de los otros (Trea, 2018).
viernes, septiembre 30, 2011
miércoles, septiembre 28, 2011
peter redgrove / en el huerto
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Manzanos como un arrecife de coral
tras los cálidos muros de arenisca
que les permiten madurar. Hablamos
en susurros de la negrura
destilada en los frutos,
la carga basculante del ramaje
como pechos palpables bajo una blusa verde.
Igual que duerme el ojo
duerme el fruto en su párpado perfecto,
hasta que muerdo negro y sale
blanco, diciendo
«Hágase la luz».
No es habitual, pero a veces ocurre. De hecho, debería ocurrir más a menudo. Quiero decir, uno vuelve sobre un antiguo poema, una traducción realizada –e incluso publicada– hace años, y la tentación inmediata es cambiar palabras, corregir este o aquel verso, optar por nuevas soluciones. Me pasó no hace mucho con un poema de Peter Redgrove (1932-2003) que colgué en esta bitácora hace exactamente cinco años. En realidad, los poemas de Redgrove me han planteado siempre muchos problemas, como si el estado de flujo en el que parecen haber sido escritos –según confesión del autor– los volviera escurridizos o resistentes a la traducción. Supongo que es también cuestión de torpeza (la mía, por supuesto). El caso es que me encontré con este poema, «En el huerto», y cuando me di cuenta había rescrito la mitad de los versos. Así que vuelvo a publicarlo aquí, acompañado del original. Podría dar para una curiosa sesión del taller de escritura creativa. Todos los cambios, por definirlos o resumirlos en pocas palabras, apuntan a un solo propósito: buscar la máxima precisión, arrimarse lo más posible al original sin dejar de estar atento a lo que la traducción misma puede aportar; en este caso, los últimos versos, esos «hasta que muerdo negro / y sale blanco», que suenan –creo– más concisos y hasta más vivaces que en inglés. Me gusta el modo en que el endecasílabo queda trunco y prepara la cita bíblica del final. No descarto, con todo, verme con una nueva versión de este poema dentro de cinco años.
orchard end
Apple-trees coralled behind
The warm stone walls that help
To ripen them. We discuss
In whispers the spirituous dark
Within the fruit, the boughs
Librating their poundage
Like heavy bosoms in a green shirt.
As an eye sleeps each apple
Sleeps in its seamless lid
Until I bite into the black, turning it
To white, saying
‘Let there be light.’
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Manzanos como un arrecife de coral
tras los cálidos muros de arenisca
que les permiten madurar. Hablamos
en susurros de la negrura
destilada en los frutos,
la carga basculante del ramaje
como pechos palpables bajo una blusa verde.
Igual que duerme el ojo
duerme el fruto en su párpado perfecto,
hasta que muerdo negro y sale
blanco, diciendo
«Hágase la luz».
No es habitual, pero a veces ocurre. De hecho, debería ocurrir más a menudo. Quiero decir, uno vuelve sobre un antiguo poema, una traducción realizada –e incluso publicada– hace años, y la tentación inmediata es cambiar palabras, corregir este o aquel verso, optar por nuevas soluciones. Me pasó no hace mucho con un poema de Peter Redgrove (1932-2003) que colgué en esta bitácora hace exactamente cinco años. En realidad, los poemas de Redgrove me han planteado siempre muchos problemas, como si el estado de flujo en el que parecen haber sido escritos –según confesión del autor– los volviera escurridizos o resistentes a la traducción. Supongo que es también cuestión de torpeza (la mía, por supuesto). El caso es que me encontré con este poema, «En el huerto», y cuando me di cuenta había rescrito la mitad de los versos. Así que vuelvo a publicarlo aquí, acompañado del original. Podría dar para una curiosa sesión del taller de escritura creativa. Todos los cambios, por definirlos o resumirlos en pocas palabras, apuntan a un solo propósito: buscar la máxima precisión, arrimarse lo más posible al original sin dejar de estar atento a lo que la traducción misma puede aportar; en este caso, los últimos versos, esos «hasta que muerdo negro / y sale blanco», que suenan –creo– más concisos y hasta más vivaces que en inglés. Me gusta el modo en que el endecasílabo queda trunco y prepara la cita bíblica del final. No descarto, con todo, verme con una nueva versión de este poema dentro de cinco años.
orchard end
Apple-trees coralled behind
The warm stone walls that help
To ripen them. We discuss
In whispers the spirituous dark
Within the fruit, the boughs
Librating their poundage
Like heavy bosoms in a green shirt.
As an eye sleeps each apple
Sleeps in its seamless lid
Until I bite into the black, turning it
To white, saying
‘Let there be light.’
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lunes, septiembre 26, 2011
cul-de-sac
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Ese curioso instante en que sólo te queda una esquina para completar el cubo de Rubik de ciertos trabajos o problemas, pero cualquier movimiento te obliga fatalmente a retroceder y deshacer el prodigio, sin posibilidad de enmienda. Repasas una y otra vez los planos, la secuencia de eventos, y te preguntas con rabia de Tántalo, ¿en dónde me equivoqué? Otra cosa es que, por soberbia o mala fe, uno quiera mostrar el resultado de tal modo que nadie advierta esa esquina indispuesta.
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Ese curioso instante en que sólo te queda una esquina para completar el cubo de Rubik de ciertos trabajos o problemas, pero cualquier movimiento te obliga fatalmente a retroceder y deshacer el prodigio, sin posibilidad de enmienda. Repasas una y otra vez los planos, la secuencia de eventos, y te preguntas con rabia de Tántalo, ¿en dónde me equivoqué? Otra cosa es que, por soberbia o mala fe, uno quiera mostrar el resultado de tal modo que nadie advierta esa esquina indispuesta.
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miércoles, septiembre 21, 2011
la espera
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El escritor al que atraen multitud de asuntos, que mariposea entre intereses encontrados sin decidirse jamás por ninguno, no es muy distinto del que no tiene asunto ni encuentra nada que decir (aunque sepa muy bien, tal vez, cómo decirlo). En ambos falta el yugo imperativo de la obsesión, ese instante fatal en que algo –a medias yo y no-yo– nos agarra del pescuezo y se niega a soltarnos hasta que lo hemos escrito. Un instante, por cierto, que no cabe premeditar, aunque podamos cortejarlo de distintas maneras. De ahí que el escritor verdadero gaste la mayor parte de sus fuerzas en una actividad paradójicamente agotadora: no escribir. Sí, puede ofrecer su cuello a multitud de aspirantes, ansioso por sentir el peso del yugo, pero sólo unos pocos tendrán derecho a esclavizarle. Extraño privilegio el suyo, o extraña condena: elegir sin saberlo a sus dueños sucesivos, el grado y condición de su servicio.
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El escritor al que atraen multitud de asuntos, que mariposea entre intereses encontrados sin decidirse jamás por ninguno, no es muy distinto del que no tiene asunto ni encuentra nada que decir (aunque sepa muy bien, tal vez, cómo decirlo). En ambos falta el yugo imperativo de la obsesión, ese instante fatal en que algo –a medias yo y no-yo– nos agarra del pescuezo y se niega a soltarnos hasta que lo hemos escrito. Un instante, por cierto, que no cabe premeditar, aunque podamos cortejarlo de distintas maneras. De ahí que el escritor verdadero gaste la mayor parte de sus fuerzas en una actividad paradójicamente agotadora: no escribir. Sí, puede ofrecer su cuello a multitud de aspirantes, ansioso por sentir el peso del yugo, pero sólo unos pocos tendrán derecho a esclavizarle. Extraño privilegio el suyo, o extraña condena: elegir sin saberlo a sus dueños sucesivos, el grado y condición de su servicio.
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lunes, septiembre 19, 2011
a oscuras
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Me cuenta un amigo que ayer al mediodía –así puede ser una jornada de mediados de septiembre en un valle asturiano– el cielo se aborrascó hasta el extremo de provocar el encendido automático de los faros del coche… Algo como un eclipse de nubes que borró la luz del sol casi por completo y que no remitió hasta media tarde. No recordaba que los coches estuvieran equipados con este tipo de sensores, aunque parece lógico. Algo como los filamentos que la sangre enciende por instinto para iluminar los días oscuros, llenos de malos presentimientos. Y también en este caso hay que hacer como el conductor del coche: mirar con terquedad hacia adelante, no entretenerse sino lo indispensable, concentrarse en el acto mismo de conducir hasta que poco a poco se sale del túnel y se comienza a respirar más anchamente. A la salvación por la rutina. O del remolque salvador de los automatismos. No es mucho consuelo, tal vez, pero no se me ocurre nada mejor cuando los días se estrechan y se vuelven irrespirables, como este comienzo de semana en el que ciertos asuntos –domésticos, laborales– que debieron resolverse hace tiempo comienzan a emponzoñar el aire. Supongo que mi vieja manía de enterrar la cabeza en la arena, esperando que la tormenta amaine o siga su curso, sigue siendo tan improductiva y malsana como siempre. Con lo que me temo, además, que estoy gastando los filamentos de la sangre con oscuridades de mi propia hechura. Imposible quejarse, pues. A lo más que puedo aspirar es al semblante de dolorida sorpresa de mi amigo al contarme el eclipse de ayer. No me lo puedo creer, venía a decirme. Yo tampoco; me he visto en este hoyo tantas veces que mi insistencia en visitarlo me parece francamente digna de asombro.
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Me cuenta un amigo que ayer al mediodía –así puede ser una jornada de mediados de septiembre en un valle asturiano– el cielo se aborrascó hasta el extremo de provocar el encendido automático de los faros del coche… Algo como un eclipse de nubes que borró la luz del sol casi por completo y que no remitió hasta media tarde. No recordaba que los coches estuvieran equipados con este tipo de sensores, aunque parece lógico. Algo como los filamentos que la sangre enciende por instinto para iluminar los días oscuros, llenos de malos presentimientos. Y también en este caso hay que hacer como el conductor del coche: mirar con terquedad hacia adelante, no entretenerse sino lo indispensable, concentrarse en el acto mismo de conducir hasta que poco a poco se sale del túnel y se comienza a respirar más anchamente. A la salvación por la rutina. O del remolque salvador de los automatismos. No es mucho consuelo, tal vez, pero no se me ocurre nada mejor cuando los días se estrechan y se vuelven irrespirables, como este comienzo de semana en el que ciertos asuntos –domésticos, laborales– que debieron resolverse hace tiempo comienzan a emponzoñar el aire. Supongo que mi vieja manía de enterrar la cabeza en la arena, esperando que la tormenta amaine o siga su curso, sigue siendo tan improductiva y malsana como siempre. Con lo que me temo, además, que estoy gastando los filamentos de la sangre con oscuridades de mi propia hechura. Imposible quejarse, pues. A lo más que puedo aspirar es al semblante de dolorida sorpresa de mi amigo al contarme el eclipse de ayer. No me lo puedo creer, venía a decirme. Yo tampoco; me he visto en este hoyo tantas veces que mi insistencia en visitarlo me parece francamente digna de asombro.
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viernes, septiembre 16, 2011
+ perros
1. Estos perros siguen haciendo de las suyas. Ayer mismo, gracias a la hospitalidad del escritor Antonio José Ponte, se colaron en las playas del periódico virtual Diario de Cuba, uno de los grandes espacios dinamizadores de la resistencia democrática cubana. Si tenéis tiempo, no dejéis de pasearos por sus páginas para leer, entre muchas otras incitaciones, los memorables artículos literarios de Orlando González Esteva, Lorenzo García Vega o el propio Antonio Ponte. (La ilustración, por cierto, no podía ser más acertada.)
2. Mi querido y admirado Andrés Sánchez Robayna ha escrito una muy generosa reseña del libro para el número de septiembre de la revista cultural Letras Libres. Se titula «Reticencia y agudeza» y se publica exactamente siete años después de que yo dejara, en septiembre de 2004, la redacción española de la revista. Cosas del azar, o de esas extrañas simetrías que esconde el tiempo. En cualquier caso, no niego que me hace mucha ilusión. Y para que la alegría sea completa, traigo a esta pantalla una ilustración, espléndida, de otro buen amigo, el pintor Melquiades Álvarez.
y 3 (posdata). Estoy de enhorabuena. A las pocas horas de colgar esta entrada, me llega el aviso de que el joven poeta José Luis Gómez Toré (por cuya escritura siento eso tan raro de encontrar llamado afinidad, cercanía) ha escrito una reseña de Perros en la playa para el blog de crítica La Tormenta en un Vaso. Su generosidad viene de lejos. Suya fue también una reseña de Hormigas blancas, allá por el 2005, que ayudó no poco a difundir el libro. Gracias, José Luis. Esa poesía, intemperie que da título a tu bitácora es bastante más amable gracias a compañeros como tú.
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martes, septiembre 13, 2011
tomlinson / renshi
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En octubre de 1998, algo menos de treinta años después de unir fuerzas con Octavio Paz, Jacques Roubaud y Edoardo Sanguineti en Renga, fruto de una semana de intenso trabajo colectivo en París, Charles Tomlinson fue invitado a Tokio para participar en la composición de otro renga, esta vez con poetas japoneses. Si el escenario de la primera colaboración había sido un asfixiante y oscuro sótano del Hôtel Saint-Simon, esta vez Tomlinson compartió una sola jornada de trabajo en el Hotel Daisenya, entre estanques llenos de carpas y dilatadas vistas de los arrozales vecinos. A su lado, como una especie de lugarteniente, tenía al escritor inglés James Lasdun (1958), que había sido alumno suyo en la Universidad de Bristol. El quinteto creador lo completaban tres poetas nativos: Hiroshi Kawasaki, Mikiro Sasaki y el también crítico literario Makoto Ooka, quien ofició de maestro de ceremonias y explicó a sus compañeros que el poema que iban a escribir debía llamarse propiamente renshi, pues era una variante menos estricta, en forma y contenido, del renga tradicional. Añade Tomlinson con algo de humor que, «si bien evitamos muchas estipulaciones tradicionales, acatamos la vieja regla de no mencionar demasiado la luna». Y comenta que la tarea se hizo muy llevadera pues en todo momento uno podía escaparse a una habitación cercana para escribir su parte o picotear algunas de las innumerables exquisiteces que la cocina del hotel ponía a su disposición.
Si el patrón formal del renga parisino había sido el soneto (un soneto multilingüe, escrito en inglés, francés, italiano y español), esta vez se acordó combinar estrofas de tres y cinco versos, tal vez como un homenaje a las viejas formas japonesas del haiku y el tanka. A medida que escribían, el resultado era caligrafiado en un gran mural que colgaba de las paredes del cuarto. Como explica el poeta inglés, «parecíamos habitar una casa creada –de manera pausada y sin embargo veloz– por nosotros mismos». En todo momento los cinco poetas tuvieron la colaboración de dos traductoras encargadas de facilitar la comunicación y allanar el territorio de encuentro: Janine Beichman (del japonés al inglés) y Masahiko Abe (del inglés al japonés).
Los primeros once fragmentos de este renshi aparecen colgados en el portal de la revista inglesa Agenda (aquí, y hay que irse abajo, al extremo inferior de la página, para descargar el pdf con el ensayo de Tomlinson) y no he dudado en traducirlos, aun a sabiendas de que el poema resultante es, en la mayoría de los casos, el fruto de una doble mudanza: del japonés al inglés, y del inglés al español. La secuencia tiene al menos un doble mérito: logra en muy pocos versos reflejar la personalidad de cada uno de los participantes, y respeta la vieja norma del renga de que cada fragmento se engarce única y exclusivamente con su predecesor, creando un itinerario semántico algo zigzagueante que depende casi en exclusiva de la voluntad de los distintos coautores. Resulta curioso, en última instancia, que quizá el fragmento más proverbialmente oriental de todos (el VI) sea de un viejo poeta inglés, y que corresponda a un poeta japonés contemporáneo (Makoto Ooka) añadir en su respuesta unas pocas gotas de humor y hasta de malicia irónica.
No he traducido, por cierto, la muy intraducible expresión mono no aware, que corresponde a un impulso espiritual común a la mejor poesía tradicional japonesa: la empatía con las cosas, o la piedad por ellas, la percepción melancólica de su carácter efímero y la sabia conciencia de que esta fugacidad es precisamente lo que les confiere su peculiar belleza.
Charles Tomlinson, Makoto Ooka, James Lasdun, Hiroshi Kawasaki y Mikiro Sasaki
Extracto de Golondrinas viajeras, renshi compuesto en las termas de Hatake en el Hotel Daisenya, 1998
I
Octubre: emigran nuestras golondrinas:
África es su destino, pero este año ve
a una pareja inglesa entre japoneses
aprendiendo nuevas canciones, nuevos nombres para la flor
II
Siempre es posible hallar de nuevo mono no aware
¡Mirad! Hasta por el corazón de los mares sin caminos
hermosamente abriendo camino van los peces
III
Un camino.......Un claro.......Una habitación….
Y con qué rapidez lo que parecía pura
obstrucción rinde una ventana y luego una puerta…
Pero cuidado: aquello por lo que creías haber venido
puede haber cambiado ya
IV
Los niños jugaban a comprar y vender
Mientras sostenía un paraguas, uno de ellos dijo
Esto es una buena máquina para escuchar la lluvia
V
Encima de una hoja de bambú
una pequeña rana silvestre, y sobre ella
su alma, del tamaño de una gota de lluvia, elevando
un suspiro
............hacia donde las nubes se abren
VI
Nubes que no dejan de borrar las montañas
Sobre un paisaje holandés:
Mondrian en los arrozales de Izu
VII
Estos campos colindan con aquellos donde crecí
los saltamontes pasaban brincando y nosotros los
cazábamos y comíamos hervidos, con azúcar y soja,
la crisis alimentaria hacía la vida difícil hasta para los saltamontes
aún no había oído hablar de Van Gogh o Rimbaud
VIII
El arce, el arce rojo y floreciente
que talé en el prado la primavera pasada
arde un poco demasiado ferozmente en el horno de leña
IX
He oído hablar de mariposas que dejaban de respirar
mientras sorbían néctar, pegadas a la flor.
O contemplad a la cigarra: desprovista de vida,
¡Qué finales tan felices!
X
Un viento anónimo......mantiene a flote......vidas anónimas
Navegando en el barco de los genes, la tierra boyante
Sigue su viaje
XI
Lo aprendes demasiado tarde: cuando una hoja
brota del mástil, cuando la hiedra enreda tus remos,
cuando tus marineros con nariz de botella
y brazos como aletas se arrojan por la borda…
demasiado tarde comprendes que tu vileza atrapó a un dios
[…]
Trad. J. D.
En octubre de 1998, algo menos de treinta años después de unir fuerzas con Octavio Paz, Jacques Roubaud y Edoardo Sanguineti en Renga, fruto de una semana de intenso trabajo colectivo en París, Charles Tomlinson fue invitado a Tokio para participar en la composición de otro renga, esta vez con poetas japoneses. Si el escenario de la primera colaboración había sido un asfixiante y oscuro sótano del Hôtel Saint-Simon, esta vez Tomlinson compartió una sola jornada de trabajo en el Hotel Daisenya, entre estanques llenos de carpas y dilatadas vistas de los arrozales vecinos. A su lado, como una especie de lugarteniente, tenía al escritor inglés James Lasdun (1958), que había sido alumno suyo en la Universidad de Bristol. El quinteto creador lo completaban tres poetas nativos: Hiroshi Kawasaki, Mikiro Sasaki y el también crítico literario Makoto Ooka, quien ofició de maestro de ceremonias y explicó a sus compañeros que el poema que iban a escribir debía llamarse propiamente renshi, pues era una variante menos estricta, en forma y contenido, del renga tradicional. Añade Tomlinson con algo de humor que, «si bien evitamos muchas estipulaciones tradicionales, acatamos la vieja regla de no mencionar demasiado la luna». Y comenta que la tarea se hizo muy llevadera pues en todo momento uno podía escaparse a una habitación cercana para escribir su parte o picotear algunas de las innumerables exquisiteces que la cocina del hotel ponía a su disposición.
Si el patrón formal del renga parisino había sido el soneto (un soneto multilingüe, escrito en inglés, francés, italiano y español), esta vez se acordó combinar estrofas de tres y cinco versos, tal vez como un homenaje a las viejas formas japonesas del haiku y el tanka. A medida que escribían, el resultado era caligrafiado en un gran mural que colgaba de las paredes del cuarto. Como explica el poeta inglés, «parecíamos habitar una casa creada –de manera pausada y sin embargo veloz– por nosotros mismos». En todo momento los cinco poetas tuvieron la colaboración de dos traductoras encargadas de facilitar la comunicación y allanar el territorio de encuentro: Janine Beichman (del japonés al inglés) y Masahiko Abe (del inglés al japonés).
Los primeros once fragmentos de este renshi aparecen colgados en el portal de la revista inglesa Agenda (aquí, y hay que irse abajo, al extremo inferior de la página, para descargar el pdf con el ensayo de Tomlinson) y no he dudado en traducirlos, aun a sabiendas de que el poema resultante es, en la mayoría de los casos, el fruto de una doble mudanza: del japonés al inglés, y del inglés al español. La secuencia tiene al menos un doble mérito: logra en muy pocos versos reflejar la personalidad de cada uno de los participantes, y respeta la vieja norma del renga de que cada fragmento se engarce única y exclusivamente con su predecesor, creando un itinerario semántico algo zigzagueante que depende casi en exclusiva de la voluntad de los distintos coautores. Resulta curioso, en última instancia, que quizá el fragmento más proverbialmente oriental de todos (el VI) sea de un viejo poeta inglés, y que corresponda a un poeta japonés contemporáneo (Makoto Ooka) añadir en su respuesta unas pocas gotas de humor y hasta de malicia irónica.
No he traducido, por cierto, la muy intraducible expresión mono no aware, que corresponde a un impulso espiritual común a la mejor poesía tradicional japonesa: la empatía con las cosas, o la piedad por ellas, la percepción melancólica de su carácter efímero y la sabia conciencia de que esta fugacidad es precisamente lo que les confiere su peculiar belleza.
Charles Tomlinson, Makoto Ooka, James Lasdun, Hiroshi Kawasaki y Mikiro Sasaki
Extracto de Golondrinas viajeras, renshi compuesto en las termas de Hatake en el Hotel Daisenya, 1998
I
Octubre: emigran nuestras golondrinas:
África es su destino, pero este año ve
a una pareja inglesa entre japoneses
aprendiendo nuevas canciones, nuevos nombres para la flor
y el árbol,
antes de que vengan el frío y mono no awareCharles
II
Siempre es posible hallar de nuevo mono no aware
¡Mirad! Hasta por el corazón de los mares sin caminos
hermosamente abriendo camino van los peces
Makoto
III
Un camino.......Un claro.......Una habitación….
Y con qué rapidez lo que parecía pura
obstrucción rinde una ventana y luego una puerta…
Pero cuidado: aquello por lo que creías haber venido
puede haber cambiado ya
James
IV
Los niños jugaban a comprar y vender
Mientras sostenía un paraguas, uno de ellos dijo
Esto es una buena máquina para escuchar la lluvia
Hiroshi
V
Encima de una hoja de bambú
una pequeña rana silvestre, y sobre ella
su alma, del tamaño de una gota de lluvia, elevando
un suspiro
............hacia donde las nubes se abren
Mikiro
VI
Nubes que no dejan de borrar las montañas
Sobre un paisaje holandés:
Mondrian en los arrozales de Izu
Charles
VII
Estos campos colindan con aquellos donde crecí
los saltamontes pasaban brincando y nosotros los
cazábamos y comíamos hervidos, con azúcar y soja,
la crisis alimentaria hacía la vida difícil hasta para los saltamontes
aún no había oído hablar de Van Gogh o Rimbaud
Makoto
VIII
El arce, el arce rojo y floreciente
que talé en el prado la primavera pasada
arde un poco demasiado ferozmente en el horno de leña
James
IX
He oído hablar de mariposas que dejaban de respirar
mientras sorbían néctar, pegadas a la flor.
O contemplad a la cigarra: desprovista de vida,
apurados los cantos,
es izada por las hormigas, que unen la vida con lo venidero¡Qué finales tan felices!
Hiroshi
X
Un viento anónimo......mantiene a flote......vidas anónimas
Navegando en el barco de los genes, la tierra boyante
Sigue su viaje
Mikiro
XI
Lo aprendes demasiado tarde: cuando una hoja
brota del mástil, cuando la hiedra enreda tus remos,
cuando tus marineros con nariz de botella
y brazos como aletas se arrojan por la borda…
demasiado tarde comprendes que tu vileza atrapó a un dios
James
[…]
Trad. J. D.
domingo, septiembre 11, 2011
2 mujeres
No seas tan duro con ella. Fuiste tú quien la eligió, exponiéndote libremente a sus colmillos. Querías la validación de una dentellada, y la tuviste. Todo lo demás, como se suele decir, es literatura.
No tardó en dejarla. Cada vez que hacían el amor, le parecía estar como detrás de una puerta, oyendo algo que no le estaba reservado, que ni siquiera debía oír.
jueves, septiembre 08, 2011
mudanzas, resistencias, humildad
1. De paseo por el centro de Gijón, veo que donde solía estar una venerable galería de arte han abierto ahora una tienda de productos o remedios homeopáticos. No es mal cambio. O al menos, tiene su lógica. Todo queda en el reino del espíritu; o de cierta clase de masaje incorpóreo que ahora, más degradado, reemplaza las formas reparadoras de la imaginación con imágenes de una salud ilusoria. Ya no creemos en el arte, al parecer, sino en formas de higiene y de limpieza que nos devuelven a la tierra sin peligro de mancha o contaminación. El artificio que higieniza la naturaleza es preferible al artificio propio de la cultura. Lo importante es que el mundo se vuelva presentable. Y el arte contemporáneo se ha ocupado tanto de bucear en lo oculto, de producir imágenes de lo larvado y lo fallido, que a muchos ya no les sirve. No es productivo, dicen, no compensa el esfuerzo que ponemos en él.
2. Por lo mismo, donde antes se levantaba uno de los grandes cines y teatros de la ciudad hay ahora un centro de cuidados estéticos de esplendor casi oriental. ¿Para qué admirar la belleza y la vitalidad ajenas si uno puede ahora, por un precio más o menos accesible, convertirse en el protagonista de su propia película? El desprestigio del arte es también, en este sentido, el desprestigio de la ficción, y uno ve cómo la vieja distancia entre personas y personajes, entre nosotros y nuestros modelos, va desapareciendo al mismo tiempo que los viejos complejos, las viejas culpas y constricciones. Que los personajes de ficción vivan la vida por nosotros es algo que admite cada vez menos gente. La tendencia es, más bien, a convertir a gente vulgar en carne de cañón televisiva, a que cada cual tenga su minuto de fama y exposición novelera; o, al revés, a negar la importancia o pertinencia de unas ficciones que nada tienen que decirnos, a nosotros, que somos el centro suficiente y vanidoso de nuestras propias vidas.
y 3. Por ahí también cabría entender la tendencia de muchas series de televisión a dejar que los espectadores dicten el argumento o discutan abiertamente en los foros virtuales las decisiones del equipo director. A sus ojos, el hecho de haber creado la serie no da derecho a sus responsables a dictar sus contenidos y contrariar los deseos de la audiencia. Hay como un rechazo a la pasividad tradicional del espectador, una resistencia a reconocer que esas ficciones que tanto nos apasionan pueden y deben estar fuera de nuestro control. No, lo queremos todo y ahora, sujeto a los radios imperiosos de nuestro capricho. Pero si la ficción vale por algo, es por su capacidad para iluminar el yo desde fuera del yo, para instruirnos sobre la existencia en carne ajena, y sólo podremos estar fuera de nosotros mismos si nos dejamos arrastrar y llevar por las historias, si lo ignoramos todo de su desarrollo salvo aquello mismo que nos cuentan o que acontece ante nuestros ojos. Hay que abrazar un estado de receptividad, bajar la guardia, dejarse invadir por esa suspensión de la incredulidad que invocaba Coleridge. Ni el orgullo ni el egotismo tienen nada que hacer aquí. Ser lector o espectador es cultivar una humildad que conoce sus límites, o que los repone tan pronto acepta que derribarlos no fue una gran idea. Por ahí cabe entender cierto paralelismo entre la práctica religiosa y la frecuentación de las obras de arte. La única sabiduría que nos es posible adquirir / es la sabiduría de la humildad: la humildad es infinita, decía Eliot en Cuatro Cuartetos. Sin este respeto, sin este sometimiento como de orante ante su dios –un sometimiento activo, sin embargo, que busca, que interroga y enjuicia, que indaga en la obra–, dudo mucho que uno pueda tener un vínculo fecundo con el arte. Hay que escuchar lo que se nos dice, dejarnos arrastrar. Sin ese momento de entrega, sin esa rendición incondicional de uno mismo a la obra (algo que Eliot, de nuevo, supo entender muy bien), no tendremos esa forma de conocimiento íntimo, intuitivo, que es el conocimiento artístico. No habrá ganancia, es decir, algo en lo que sentirnos comprometidos, algún tipo de huella. Aquella hermosa historia de Jean Paul –que tanto gustaba a Coleridge y a Borges– sobre el hombre que atraviesa el paraíso en sueños, recibe una flor como prueba de su pasaje y al despertar encuentra esa flor en sus manos, es en el fondo una alegoría de la creación y la recepción del arte imaginativo. O dicho de otro modo: para obtener la flor hay que saber rendirse al sueño y aceptar el regalo que nos está reservado. Lo más probable es que no sea una flor ni nada que se le parezca, pero no perdamos la esperanza: todavía debemos despertar.
ilustración de Pelayo Ortega
miércoles, septiembre 07, 2011
el diario de valente
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Una de las novedades inexcusables de la rentrée poética es sin duda el Diario anónimo de José Ángel Valente, que publica Galaxia Gutenberg en la edición (siempre modélica) del poeta Andrés Sánchez Robayna: cuarenta años de escritura privada o secreta que ahora, de pronto, surge a la luz de los lectores. Ayer nos llamaron a Marta Agudo y a un servidor de la redacción de Público para que habláramos un poco de Valente y de la significación que puede tener su nuevo libro, y este es el resultado.
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Una de las novedades inexcusables de la rentrée poética es sin duda el Diario anónimo de José Ángel Valente, que publica Galaxia Gutenberg en la edición (siempre modélica) del poeta Andrés Sánchez Robayna: cuarenta años de escritura privada o secreta que ahora, de pronto, surge a la luz de los lectores. Ayer nos llamaron a Marta Agudo y a un servidor de la redacción de Público para que habláramos un poco de Valente y de la significación que puede tener su nuevo libro, y este es el resultado.
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lunes, septiembre 05, 2011
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He descubierto que mis mejores ideas son siempre vías de escape, formas de la evasión. Me he convertido, no siempre a mi pesar, en un experto en arrinconarme a mí mismo.
Me niego a creer que nadie sea tan estúpido… y esa negativa me lleva a imaginar toda clase de motivos ocultos y esotéricos que arrojen una luz favorable sobre su conducta. Prefiero ser deferente a dejarme llevar por un paternalismo fácil pero no infundado. Necedad por necedad, esta al menos me hace mirar a lo alto.
Ponte en mi lugar, me dijo, y cuando quise darme cuenta ya me había robado la silla.
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Ramón Prendes, La casa de Caronte
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sábado, septiembre 03, 2011
respuesta
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¿Quién eres tú para pensar tan mal de mí? Eso es cosa de profesionales; deja que yo me ocupe.
¿Quién eres tú para pensar tan mal de mí? Eso es cosa de profesionales; deja que yo me ocupe.
jueves, septiembre 01, 2011
periódico de poesía
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Me escribe el poeta y crítico mexicano Pedro Serrano para comentarme que el nuevo número de la revista virtual Periódico de Poesía está en la red. Después de tres años de duro y modélico trabajo editorial, Serrano ha conseguido algo que parecía difícil y que sin embargo él ha hecho fácil: una página dinámica, plural, donde caben entrevistas, traducciones, reseñas, ensayos y hasta el ocasional panfleto belicoso. En sus columnas virtuales han convivido poetas y críticos de toda Hispanoamérica, con especial hincapié en México y Argentina, y no ha habido número que no contuviera al menos dos o tres trabajos memorables. Así que me he llevado una buena alegría cuando he visto que el último número de Periódico de Poesía incluye un par de colaboraciones mías: traducciones de la poesía del joven escritor y editor norteamericano Jeffrey Yang (del que ya di una muestra en esta bitácora hace cosa de año y medio), y el epílogo de la edición española de El juramento de la pista de frontón de John Ashbery (Calambur Ediciones), que no habría escrito sin la amable insistencia de su traductor, Julio Mas Alcaraz. Me gusta esta doble vida de los textos, este salirse de las tapas de un libro para anunciar su existencia en territorios donde el libro apenas llega. Esa es quizá, una de las grandes virtudes o funciones de este Periódico de Poesía bajo la dirección de Pedro Serrano. Un periódico que permite a los lectores ignorar las fronteras nacionales y hasta lingüísticas y habitar un espacio común, el de la modernidad, sin dioses ni falsos dogmatismos.
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Me escribe el poeta y crítico mexicano Pedro Serrano para comentarme que el nuevo número de la revista virtual Periódico de Poesía está en la red. Después de tres años de duro y modélico trabajo editorial, Serrano ha conseguido algo que parecía difícil y que sin embargo él ha hecho fácil: una página dinámica, plural, donde caben entrevistas, traducciones, reseñas, ensayos y hasta el ocasional panfleto belicoso. En sus columnas virtuales han convivido poetas y críticos de toda Hispanoamérica, con especial hincapié en México y Argentina, y no ha habido número que no contuviera al menos dos o tres trabajos memorables. Así que me he llevado una buena alegría cuando he visto que el último número de Periódico de Poesía incluye un par de colaboraciones mías: traducciones de la poesía del joven escritor y editor norteamericano Jeffrey Yang (del que ya di una muestra en esta bitácora hace cosa de año y medio), y el epílogo de la edición española de El juramento de la pista de frontón de John Ashbery (Calambur Ediciones), que no habría escrito sin la amable insistencia de su traductor, Julio Mas Alcaraz. Me gusta esta doble vida de los textos, este salirse de las tapas de un libro para anunciar su existencia en territorios donde el libro apenas llega. Esa es quizá, una de las grandes virtudes o funciones de este Periódico de Poesía bajo la dirección de Pedro Serrano. Un periódico que permite a los lectores ignorar las fronteras nacionales y hasta lingüísticas y habitar un espacio común, el de la modernidad, sin dioses ni falsos dogmatismos.
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