Se acomoda frente al televisor y comprende,
de pronto, que está muerto. Las imágenes que aparecen en pantalla son la vida
en directo de sus viejos amigos, el murmullo incesante de colegas y camaradas.
Ahí están todos, la gente que ha quedado atrás; ahí está el hueco de sí
mismo.
Sólo acepta una idea si sale
rebotada de la pared, si vuelve a él con
una mella.
El escritor, que cambia la mitad
de sus huellas por palabras. Es su manera de no dejar rastro.
Por miedo a que el secreto le
comiera por dentro empezó a hablar. Y ahora, de tanto hablar, se le ha olvidado.
Tapa una página del libro, por
delicadeza, para que no le vea leyendo la página de al lado.
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Hay muertes así... súbitas como hormigas.
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