Lo cuenta Charles Simic en sus
memorias, Una mosca en la sopa. Un
día, durante un encuentro de escritores que tuvo lugar en San Francisco en 1972,
coincidió en el restaurante con el poeta Richard Hugo (1923-1982). Simic
acababa de pasar parte del verano en Belgrado y Hugo, al enterarse, le dijo:
«Ah, sí, recuerdo bien esa ciudad», y procedió a dibujar sobre el mantel un
mapa con sus enclaves y puntos de referencia principales. Simic le preguntó
cómo es que conocía tan bien Belgrado, si había estado alguna vez como turista,
y Hugo respondió: «No, no, sólo la bombardeé unas cuantas veces».
Hugo ignoraba, por supuesto, que
Simic había nacido en Belgrado en 1938 y que había vivido allí, por tanto, toda
la guerra. O, en otras palabras, que una de las personas a las que había
bombardeado era precisamente aquel joven poeta de nombre extranjero sentado a
su mesa. Cuando se enteró por boca del propio Simic, «se quedó muy afectado. De
hecho, estaba profundamente conmovido». Tanta fue la conmoción que no dejó de
disculparse y de dar explicaciones, como si solo poniendo sobre la mesa todos
los detalles de aquella terrible coincidencia pudiera calmarse.
La anécdota me recuerda aquella
otra (no sé si parcialmente apócrifa, quizá alguien pueda confirmar o completar
el relato) de Juan Benet y Julio Llamazares. Como es sabido, entre 1961 y 1965
Benet trabajó en la construcción de la presa del pantano de Porma, obra que
supuso, entre otros, la desaparición de Vegamián, pueblo natal de Julio
Llamazares. Cuando Llamazares se lo recordó (¿se lo reprochó?) públicamente a
Benet, este optó por el desmarque irónico, culpándose
de la vocación literaria del leonés y diciéndole en broma que no se quejara
tanto, pues le había dado el tema central de su escritura.
La reacción de Hugo fue muy
distinta. Tiempo después de aquel encuentro en San Francisco, le envió a Simic
una carta-poema en la que trataba de poner en claro sus emociones y de
reconciliar al poeta maduro con el joven que había ido a la guerra con apenas
dieciocho años. El poema-carta vio la luz en su libro 31 Letters and 13 Dreams (1977), y Simic lo recogió años más tarde
en sus memorias, como corolario de aquel singular encuentro. Por supuesto, puede
leerse en la edición española de Vaso Roto, muy bien traducida por Jaime Blasco,
pero no me he resistido a preparar mi propia versión, que intenta ser tan clara
como la de Blasco sin renunciar a la agilidad rítmica y la capacidad de
síntesis del original. El motor del poema es la frescura de la lengua
conversacional y su ritmo, como el de una carta improvisada, nos lleva sin descanso
a través de las pausas de la puntuación y los encabalgamientos. Tengo la
sensación, sin duda presuntuosa, de que el poema mejoraría sin el último verso
y medio (después de «peligro»). Hagan la prueba. Quizá lo que me pone nervioso
es la imagen algo ñoña de los caramelos sustituyendo a las bombas, pero no
descarto que ese nerviosismo diga más de mi puritanismo lector que de ningún presunto error de juicio de Hugo.
Copyright: William Stafford
Carta a Simic desde Boulder
Querido Charles: de modo que un
día nos conocemos en San Francisco
y yo
me entero de que hace tiempo,
cuando tenías cinco años, te bombardeé
en Belgrado.
Lo recuerdo. Debíamos destruir un
puente sobre el Danubio
con la esperanza de dividir a las
tropas alemanas que huían hacia el norte
desde Grecia. Fallamos. Nada
excepcional, teniendo en cuenta que yo
estaba en uno de los bombarderos.
No podía acertar una mierda ni aunque
me sentara en la mira telescópica
o me arrojara con una bomba
entre las piernas
cantando el himno nacional. Recuerdo
que Belgrado se abrió
como una rosa cuando llegamos. Poco
fuego antiaéreo. Yo no sabía nada
de las ejecuciones diarias, los
ochenta mil eslavos que colgaban
de sogas alemanas en la ciudad,
lecciones para el resto.
Básicamente, lo que me interesaba
era seguir con vida, ese momento
en que el avión se desprendía del
peso de las bombas y volvíamos a casa.
¿Qué hablabas entonces? Serbio, imagino.
¿Y cómo interpretabas
el terrible aullido de las
bombas? ¿Cómo se dice «miedo» en serbio?
Supongo que igual que en inglés,
un largo lamento primitivo
de niños moribundos, un niño inmóvil
para siempre con la mirada muerta.
No me disculpo por la guerra ni
por lo que fui entonces. Me dejé
cegar de buena gana por los
tiempos. Me parece que incluso creía
en el heroísmo (el de otros, no el
mío). Creía que aquel mundo
de sufrimiento era necesario, pues
esperaba que el mundo aprendiera
a no volver a hacerlo. Pero era
joven. El mundo nunca aprende. La historia
sabe transformar el pasado en
algo tolerable, y a los muertos
en un sueño. Querido Charles: me
alegra que escaparas de las bombas, que
ahora vivas con nosotros y
escribas poemas. Sin embargo, debo decirte
que aquel día en San Francisco me
sentí mal. No dejaba de
pensar, él estaba en tierra ese
día, con el cielo
de un inquietante color mostaza y
nuestros motores hurgando
entre las cosas
con su estruendo. Y el mundo,
para los supervivientes,
se revela en momentos así. El
mundo se revela como las nubes
en verano, puro blanco soplado, tiernos
pájaros que entran y salen
con rapidez, y nuestras vidas
tienen la oportunidad de vagar lentamente
sobre el mundo, con las bodegas vacías
de bombas, olvidados los blancos,
lejos del enemigo. Me ha gustado
conocerte después de
todo ese odio insensato. La
próxima vez, si quieres asegurarte
de seguir con vida, siéntate en
el puente que intento derribar y agita
los brazos.
Estoy bien orientado pero nervioso
y el punto de mira tiembla.
Estés donde estés, no habrá
peligro. Te apuntaré,
pero ahora mis bombas son caramelos
y he perdido a mi escuadrón.
Tu amigo, Dick.
trad. J.D. / el original, aquí