viernes, enero 10, 2020

la farola


Es una pendiente suave en la trasera del parque. Una escalera ociosa que casi nadie frecuenta a estas horas del anochecer y que lleva hasta la calle –más bien carretera, por la velocidad con que algunos coches pasan por ella– de la Rosaleda. Hay dos farolas, dispuestas a grandes intervalos, que solo alcanzan a iluminar el círculo de empedrado que hay a sus pies. El resto, vegetación y oscuridad. Quiero pensar que estas farolas permanecen alumbradas toda la noche, aunque solo sea para acompañar remotamente a los dos o tres travestis que dentro de unas horas andarán paseando y ofreciéndose por el arcén. Desde aquí arriba, la farola más cercana luce solitaria, casi huérfana, y parece extraño que alguien quiera pasear por la negrura que la rodea. Pero de pronto surge un golden robusto, con la mueca bonachona de su raza, y detrás su dueña, una mujer de pelo corto que sube con esfuerzo y evita nuestro mirar. Sigue el rumor del tráfico, su parpadeo autista. Ahí echamos los ojos, como si estuviéramos al pairo y hubiera que entretener la espera. Y algo de eso hay.

Una farola que alumbra lo justo, que pocos agradecen y que brilla lejos de los caminos principales. Una farola que se enciende puntualmente cada tarde. Una luz para nadie, casi para nada, y que solo echamos de menos cuando se funde o no está. ¿Una imagen de la poesía?

2 comentarios:

  1. Desde esa ignorancia luminosa de la que hablabas en una de tus anteriores entradas a esta farola de hoy se llega a esa alegría maravillosa de leer y sentir esa palabra mágica con la que concluyes hoy: poesía.

    Abrazo, Jordi.

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  2. A esa imagen de la farola huérfana le falta el enjambre de la nieve haciendo aparición de repente en su cerco iluminado. Pero claro, ya no nieva por aquí.
    Trataremos de atender el miércoles a tus sugerencias sobre luces ignoradas.
    Saludos.

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