jueves, marzo 19, 2020

cuaderno del encierro / 5

jueves, 19 de marzo

Llevo guantes, pero al entrar en el portal me sorprendo empujando la puerta con los codos. Y lo mismo al salir del ascensor. También los new habits son duros de pelar.


Buena noticia: José Luis me confirma que finalmente no le tocan la nómina. Parece que la presidenta de la comunidad ha hecho lo correcto y se ha puesto de acuerdo con la empresa de portería. Bien. Por lo demás, seguimos sin ver a nadie ni cruzarnos con nuestros vecinos. Escribo entre la voz recia y matinal del vecino del tercero y el ruido de la ducha en el segundo B.


Han vuelto a subir las temperaturas. Los pájaros cantan a todo gas, como si no hubieran salido del poema de Juan Ramón. Siguen llegando anuncios de Idealista.


Hoy tendría que estar en Oviedo, en la librería Cervantes, para celebrar con César Iglesias la publicación de En la rueda de las apariciones. La idea de que esta semana me tocaba viajar a Plasencia y a Oviedo (con parada en León) me resulta casi inconcebible, dadas las circunstancias. Cómo se me ocurre. Y, sin embargo, son estas circunstancias, tan absolutamente irreales hace apenas dos semanas, las que ahora se imponen y dictan la pauta de lo que es normal y lo que no. Ya lo dice el proverbio: a todo se acostumbra uno. No sé si celebrarlo o preocuparme como es debido.


Hace unos días terminé la relectura de Trastos, recuerdos, la biografía de Wisława Szymborska que Pre-Textos publicó justamente hace cinco años. La había abierto de nuevo para refrescar datos e impresiones con vistas al club de lectura de la librería Alberti –que tuvimos que suspender a última hora– y su compañía me vino bien para calmarme durante las jornadas previas al confinamiento definitivo: hay algo en la actitud de la poeta que inspira confianza. Mientras lo leía, era inevitable pensar en cómo habría abordado Szymborska una situación semejante. O en cómo la habría trasladado al papel. Esas lecturas suyas, no obligatorias, que invitan a tomarse las cosas con humor y hasta con despreocupación dentro de la seriedad. Y que sacan conclusiones poco solemnes o rotundas, capaces de implicar al lector y tomarlo del brazo con una sonrisa. Me gustaría leer su poema, ese poema cómplice y sabio que habría escrito en nuestro lugar. Otra opción es abrir los Cuadernos de Cioran, recién publicados, que me esperan en la mesa del salón y cuya desolación hiperbólica siempre logra estimularme. Es una lectura egoísta y por contraste, lo sé: en comparación con la suya, tan llena de cuitas y lamentos, llevamos una vida bastante apañada. Como diría Szymborska, ni tanto ni tan poco.


He salido el balcón para tomar el café de media tarde y me llega un olor remoto a hierba cortada. Y he recordado que esta mañana los jardineros andaban segando el césped a la altura del Templo de Debod, a unos doscientos metros de aquí en línea recta.

4 comentarios:

  1. Me gustaría poder disponer en estos días del "Cuaderno" de Ciorán y poner el contrapeso a la salida de tono de V.Gallego que tú citas en Curvas de Nivel.
    He vuelto a esas reflexiones que en su momento me hicieron disfrutar y sigo echando en falta La puerta verde, de la que no disponían en la librería.
    Un abrazo.

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  2. Me alegro, sobre todo, de que a José Luis no le toquen la nómina. ¿Qué menos? Tan necesario siempre, lo que siempre está y casi no vemos.

    Abrazo, querido amigo.

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  3. Gracias por vuesta lectura, queridos Índigo y José Luis. Hay que estar pendiente de los círculos que nos tocan, cuidar esos vínculos. Cuando pase todo esto, Abilio, te haré llegar un ejemplar de 'La puerta verde'. Por cierto, que esa salida de todo VG se refería a Celan, no a Cioran. Abrazo fuerte, J12

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  4. Por supuesto, Celán. Ya sabes de mis despistes a la hora de escribir comentarios.
    El escritor no debe regalar sus libros. Bastante hace ya con escribirlos. No te preocupes, que lo conseguiré y lo disfrutaré.
    Un abrazo.

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