jueves,
19 de marzo
Llevo
guantes, pero al entrar en el portal me sorprendo empujando la puerta con los
codos. Y lo mismo al salir del ascensor. También los new habits son
duros de pelar.
Buena
noticia: José Luis me confirma que finalmente no le tocan la nómina. Parece que
la presidenta de la comunidad ha hecho lo correcto y se ha puesto de acuerdo con la
empresa de portería. Bien. Por lo demás, seguimos sin ver a nadie ni cruzarnos
con nuestros vecinos. Escribo entre la voz recia y matinal del vecino del
tercero y el ruido de la ducha en el segundo B.
Han
vuelto a subir las temperaturas. Los pájaros cantan a todo gas, como si no hubieran
salido del poema de Juan Ramón. Siguen llegando anuncios de Idealista.
Hoy
tendría que estar en Oviedo, en la librería Cervantes, para celebrar con César
Iglesias la publicación de En la rueda de las apariciones. La idea de
que esta semana me tocaba viajar a Plasencia y a Oviedo (con parada en León) me
resulta casi inconcebible, dadas las circunstancias. Cómo se me ocurre. Y, sin
embargo, son estas circunstancias, tan absolutamente irreales hace apenas dos
semanas, las que ahora se imponen y dictan la pauta de lo que es normal y lo
que no. Ya lo dice el proverbio: a todo se acostumbra uno. No sé si celebrarlo
o preocuparme como es debido.
Hace
unos días terminé la relectura de Trastos, recuerdos, la
biografía de Wisława Szymborska que Pre-Textos publicó justamente hace cinco
años. La había abierto de nuevo para refrescar datos e impresiones con vistas
al club de lectura de la librería Alberti –que tuvimos que suspender a última
hora– y su compañía me vino bien para calmarme durante las jornadas previas al
confinamiento definitivo: hay algo en la actitud de la poeta que inspira
confianza. Mientras lo leía, era inevitable pensar en cómo habría abordado
Szymborska una situación semejante. O en cómo la habría trasladado al papel.
Esas lecturas suyas, no obligatorias, que invitan a tomarse las cosas
con humor y hasta con despreocupación dentro de la seriedad. Y que sacan
conclusiones poco solemnes o rotundas, capaces de implicar al lector y tomarlo
del brazo con una sonrisa. Me gustaría leer su poema, ese poema cómplice y
sabio que habría escrito en nuestro lugar. Otra opción es abrir los Cuadernos
de Cioran, recién publicados, que me esperan en la mesa del salón y cuya
desolación hiperbólica siempre logra estimularme. Es una lectura egoísta y por
contraste, lo sé: en comparación con la suya, tan llena de cuitas y lamentos,
llevamos una vida bastante apañada. Como diría Szymborska, ni tanto ni tan
poco.
He
salido el balcón para tomar el café de media tarde y me llega un olor remoto a
hierba cortada. Y he recordado que esta mañana los jardineros andaban segando
el césped a la altura del Templo de Debod, a unos doscientos metros de aquí en
línea recta.
Me gustaría poder disponer en estos días del "Cuaderno" de Ciorán y poner el contrapeso a la salida de tono de V.Gallego que tú citas en Curvas de Nivel.
ResponderEliminarHe vuelto a esas reflexiones que en su momento me hicieron disfrutar y sigo echando en falta La puerta verde, de la que no disponían en la librería.
Un abrazo.
Me alegro, sobre todo, de que a José Luis no le toquen la nómina. ¿Qué menos? Tan necesario siempre, lo que siempre está y casi no vemos.
ResponderEliminarAbrazo, querido amigo.
Gracias por vuesta lectura, queridos Índigo y José Luis. Hay que estar pendiente de los círculos que nos tocan, cuidar esos vínculos. Cuando pase todo esto, Abilio, te haré llegar un ejemplar de 'La puerta verde'. Por cierto, que esa salida de todo VG se refería a Celan, no a Cioran. Abrazo fuerte, J12
ResponderEliminarPor supuesto, Celán. Ya sabes de mis despistes a la hora de escribir comentarios.
ResponderEliminarEl escritor no debe regalar sus libros. Bastante hace ya con escribirlos. No te preocupes, que lo conseguiré y lo disfrutaré.
Un abrazo.