viernes, mayo 22, 2020

sueño


Estábamos en Nueva York, en pleno lockdown. Habíamos salido de un concierto en el que nos movíamos con total inconsciencia hasta que de pronto nos dimos cuenta del peligro de contagio. Entonces la acción se trasladó a una pequeña cafetería en la que buscamos mesa para dos. Solo ofrecían custard pies, un mostrador entero de tartas de crema pastelera. Parece que nuestro afán por mantener la distancia social enfadó a un cliente, un tipo astroso que se parecía a Russell Crowe y que llevaba bombín y gafas redondas, como de timador o vendedor ambulante en el Medio Oeste. Ahí el sueño volvió a derivar en violencia, como tantas veces desde que empezó la pandemia: el tipo sacó un cuchillo de carnicero y empezamos a forcejear y a dar tumbos por el local. Todo muy extraño: la pelea cesó tan bruscamente como había empezado y el hombre se sentó en su silla y nos habló con perfecta afabilidad. Entonces me fijé en que a una de las lentes le faltaba el cristal y tenía, en su centro, a la altura misma de la pupila, una mosca sujeta por hilos que salían de la montura. Solo una lente. La otra seguía teniendo su cristal, que parecía velado o manchado por el uso. No podía apartar la mirada de la mosca, que se debatía y agitaba las patas entre los hilos negros. Una imagen de película fantástica (de ahí que volviera a pensar en Russell Crowe). Y entonces desperté.

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