Que un libro –y más si es
de poemas– nunca termina de cerrarse es algo bastante frecuente y que muchos
hemos aprendido a asumir con normalidad. Con el tiempo vamos retocando versos,
tachando palabras o ajustando la puntuación o la sintaxis de ciertas frases;
hasta surgen poemas cuyo lugar natural es justamente el libro ya editado. De
ahí que ese paréntesis que suele abrirse entre la aceptación del poemario por
parte de la editorial y su publicación final (que a menudo es de años) pueda
ser muy útil para terminar de ajustar cada pieza o añadir alguna ocurrencia
tardía.
Lo que nunca me había
pasado, sin embargo, es encontrar la cita idónea de un libro dos años después
de su aparición. Releyendo hace meses la vieja edición de Taurus de La
provincia del hombre, de Canetti, me encontré con esta nota de 1966 (solo
un año mayor que yo, por tanto): «No digas: ahí estuve yo. Di siempre: ahí no
estuve nunca». Es más: el apunte –apenas un renglón en la página– iba subrayado
doblemente a lápiz.
Está claro, al menos para
mí, que esta frase tenía que estar rondando mi inconsciente cuando escribí el
verso inicial de lo que sería «Suceso» (y que luego se convirtió en el título
del libro): «No estábamos allí cuando ocurrió...». Pero ni la recordaba ni
tampoco recuerdo haberla subrayado en su día, entiendo que buscando ayuda en
mis peleas juveniles con el yo en la escritura. Lo que viene a
confirmar, supongo, que las cosas nunca son del todo como uno las piensa. O
que, de hecho, uno nunca está «ahí» donde se escribe el poema. Tenemos esa
suerte.
Nuestra suerte es leerte.
ResponderEliminarAgradezco a los dioses que me trajeran a esta playa, que nunca abandonaré.
O quizá fueran los perros.
Sea como sea: gracias.
Eres, como siempre, demasiado generosa, mi querida Índigo. Me temo que me salió una entrada demasiado egotista, pero tu lectura me alivia y, como siempre, me acompaña. Gracias a ti. Un abrazo fuerte, J12
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